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a través de la disciplina. Cuando oímos la palabra disciplina, inmediatamente, pensamos en trabajo duro, sudor y privación. Con el paso de los siglos, esta palabra, que antaño se consideraba hermosa, ha sido distorsionada y ha pasado a significar algo parecido a castigo. Pero en su origen, un discípulo es alguien que se dedica a algo que le apasiona.

      Aunque apartarnos del grupo pueda parecernos una deslealtad, estamos respondiendo a una autoridad superior que, paradójicamente, quizás sea también la vida del grupo que desea crecer a través de ti. Aunque lo más normal es que las estructuras existentes no escuchen a sus seguidores, porque quieran que todo permanezca tal como está o que crezca en una única dirección insostenible. Pero los mejores líderes no son los que crean seguidores, sino innovadores. El círculo positivo de la pertenencia da la bienvenida al conflicto y a la disonancia, consciente de que son señales de advertencia tempranas que indican cambios y nos invitan a crecer. Tu rebeldía es una señal de buena salud. Es la forma que tiene la naturaleza de destruir y recomponer. Cualquier cosa o cualquiera que suponga un obstáculo para tu impulso de crecimiento ha de ser transformado para mejor o eliminado.

      La práctica más importante es acabar con nuestro deseo inmaduro de estar al amparo de la falsa pertenencia y fomentar nuestra propia originalidad. Nuestros sueños siempre nos exigen liderazgo y que proyectemos nuestra visión de la vida en el mundo, paso a paso, con ternura y valentía.

      Cinco

      El matrimonio interior

      En lo más profundo de todo ser humano existe una angustia primordial, entre dos amantes interiores que no se corresponden, a los que llamaremos Eros y Logos. Estos contrarios divinos llevan separados tanto tiempo que apenas recuerdan que se pertenecen el uno al otro. Aunque cueste imaginarlo, porque son como el día y la noche, el mundo entero está esperando su sagrada unión. Si pudiéramos presentarlos, tal vez se recordarían. Tal vez se enamorarían, tal como pretendía el destino, y se produciría la sagrada unión de los opuestos en nuestro interior.

      Eros te cautivará con su seductora belleza. Es cantante y soñadora, sus cualidades son el misterio, la magia y la tierra. Su voz no es bonita, ni dulce; la voz de la franqueza es áspera y seca. Y cuando canta, el dolor de estar viva repiquetea y resuena hasta en tu médula. Su salvaje pasión empuja a la sangre a convertirse en idea, y la invita a bailar. Su hogar es la jungla y su idioma el de todos los seres no domesticados. Es el cuerpo animal, feroz y grácil, que se mueve con el ritmo y el balanceo del alma.

      Logos es el poderoso emperador del reino de los cielos, un lugar tan inmenso que nadie ha logrado verlo todo jamás. Es un brillante matemático, cuyos elementos son la razón, la ley y la materia. Ha dedicado su vida a la investigación lógica, en busca de la verdad absoluta, y es un maestro en crear orden de la nada. Construye complejos sistemas y los gobierna con una ley incontestable. Le gusta estar solo entre sus torres de libros, donde se pierde en sus teorías y planes. Prefiere que los demás sean racionales cuando hablan, si es que lo hacen, y que aporten pruebas de la validez de su postura.

      Lo cierto es que Eros y Logos se pertenecen el uno al otro, pero han estado separados, desde la noche de los tiempos.

      Todo empezó cuando Logos descubrió lo que denominó la «verdad irrefutable», un método de deducción que podía explicar la totalidad del universo. ­Impulsado por su poder de dominación sobre la naturaleza, comenzó a desmontar los misterios que le presentaba Eros, tratándolos como si fueran las piezas de un rompecabezas.

      Todo el mundo cautivado por su carisma empezó a seguir las normas de Logos. Eros, junto con los magos, criaturas de la noche, poetas y parranderos, fueron enviados al inframundo, donde no pudieran influir en las personas con su oscuro y húmedo anhelo de hallar lo sagrado en la naturaleza.

      Aunque la mayoría nos identificamos con un sexo, masculino o femenino, todos tenemos al otro en nuestro interior. En la cultura occidental, todavía estamos aprendiendo a no pensar según el modelo binario, mientras que numerosas culturas aceptaron hace mucho a aquellos que se identifican como seres con dos espíritus, trans o disconformes con su género. Las personas que encarnan la dualidad nos recuerdan que hemos de conectar con nuestro otro interior. A mí me gusta jugar con distintos nombres para estos contrarios, como Eros y Logos o yin y yang, porque los términos tradicionales de género pueden ser problemáticos debido a la carga cultural que conllevan. Un ejemplo, basta con oír las frases «sé un verdadero hombre» o «como una chica típica», y automáticamente habremos invocado un montón de asociaciones negativas a ambas.

      Pero es importante recordar que cuando utilizo estos términos, no me estoy refiriendo al género en absoluto. Estoy hablando de los arquetipos de lo femenino y de lo masculino, como Eros y Logos, que cohabitan en nuestra mente. Las mujeres no son las únicas guardianas de Eros, ni los hombres los únicos guardianes de Logos. Somos lo que podríamos denominar híbridos psíquicos, que poseen el potencial para desarrollar el extenso abanico de las cualidades de ambos, pero la mayoría de nosotros desarrolla una tendencia, debido a las expectativas y proyecciones culturales sobre el género que nos han asignado al nacer. Independientemente de en qué parte del abanico nos encontremos, el mundo proyectará sobre nosotros las cualidades asociadas a lo femenino o lo masculino. Y sin ser totalmente conscientes de ello, puede que nos deshagamos de algunas de nuestras facetas para satisfacer las expectativas.

      Quizás de joven se te haya permitido expresar tu naturaleza andrógina haciendo cosas, como trepar a los árboles o jugar a disfrazarte, cantar o construir algo con herramientas. Durante un breve periodo de tiempo, puede que no hayas sentido las limitaciones de lo que implica ser «chico» o «chica». Pero llega una edad en la que tu cuerpo comienza a cambiar, socializas con otros chicos o chicas y empiezas a ser consciente de lo que se espera de tu sexo.

      A mi abuela, una inmigrante polaca que se estableció en Canadá, pero que era más británica que la propia reina, le encantaba empezar las frases diciendo: «Una dama correcta...». Algunos ejemplos clásicos son: «Una dama correcta actúa como si siempre estuviera siendo observada» o «Una dama correcta nunca fuma en público».

      En el instituto, siempre me sentí más atraída a estar con chicos. Me resultaba más fácil relacionarme con ellos y les gustaban cosas interesantes, como los libros y los instrumentos. Las chicas, por otra parte, siempre hablaban de chicos, maquillaje y famosos. Recuerdo que me sentía como si fuera una impostora entre ellas, decía y aceptaba cosas que no sentía realmente, porque pensaba que eso me ayudaría a integrarme.

      Cuando hacemos lo que podemos para satisfacer las expectativas de nuestro sexo, las cualidades interiores de género «opuestas» pueden atrofiarse o sentirse ajenas a nuestra vida. Entonces empezamos a buscar al «amante perfecto» para que encarne esas cualidades de las que nos hemos despojado. Esto explica, en parte, por qué la mitad de los matrimonios fracasan.

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