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que acompañaba las cartas. Cuando leyó la nota que había en su interior, se puso a llorar de emoción–. Es una beca de Sinjin con todos los gastos pagados para la universidad que yo elija en cualquier lugar del mundo.

      –Por supuesto, tendrán que aceptarte primero –le advirtió Justice.

      Jett abrazó a ambos con profunda devoción.

      –No me podríais haber dado mejor regalo.

      A continuación, Pretorius tomó otro regalo y se lo entregó a Aggie.

      –Para ti –le dijo.

      Después de abrirlo muy cuidadosamente, Aggie sonrió emocionada.

      –Ay, Pretorius… No podrías haber elegido mejor regalo para mí –musitó mientras sacaba una preciosa tetera de la caja–. Es Spode, ¿verdad?

      –Sí. Y Justice te ha regalado una selección de tés de todo el mundo

      Jett tomó otro de los regalos. Era para Noelle.

      –¡Mira! –exclamó Jett tras ayudar a la pequeña a abrirlo–. Es un bebé Emo. ¿Funciona mejor que los otros?

      –Ni la mitad de bien –dijo Justice–. ¿Hay más regalos?

      –Algo para ti –anunció Daisy entregándole un regalo junto con un sobre–. Te sugiero que empieces por la carta.

      Justice comenzó a sospechar lo que era su regalo. Lo confirmó en cuando abrió el sobre y vio la orden de la que Cord le había informado.

      –¿Y si no quiero este regalo?

      –Entonces, te puedes quedar con el otro. Es uno u otro. Puedes quedarte con el que prefieras, pero no con los dos.

      Se sorprendió al descubrir que el otro regalo era un cuaderno para realizar bocetos. Cuando lo abrió, vio que ella había dibujado un nuevo cuento allí. Se trataba de las aventuras futuristas de una niña que se parecía mucho a Noelle y un robot que era la viva imagen de Emo. Era un regalo maravilloso.

      La historia era adorable. Al final los dos se veían en una situación en la que el robot tenía que conseguir que funcionara su lector de sentimientos para que la niña no lo mandara al desguace de robots. Justice se sorprendió mucho al ver que el cuento no tenía final.

      –Eso es porque no puedo terminarlo hasta que tú no me digas cómo. Si no puedes, tendrás que aceptar la carta. Uno u otro, Justice.

      Justice cerró el cuaderno y le entregó a Daisy su regalo. No hacía falta mucha imaginación para saber de qué se trataba. Emo.

      –Enciéndelo.

      Daisy apretó el botón e hizo que el pequeño robot cobrara vida.

      –Hola, Emo –le dijo ella.

      La cabeza empezó a girar. Los ojos fueron examinando uno a uno a todos los presentes.

      –Te amo. Tengo hambre.

      Jett se echó a reír y Noelle comenzó a aplaudir.

      –Emo –le dijo Justice al robot–. ¿Cómo me siento?

      –Te gustaría una taza de té.

      Justice estuvo a punto de arrancarse el pelo.

      –¡Maldito seas, cubo de tornillos inútil! ¡Se suponía que tenías que decirle a Daisy que la amo!

      Durante un segundo, nadie se movió. Entonces, Daisy voló a los brazos de Justice.

      –Creo que me lo acabas de decir tú mismo y, para serte sincera, prefiero que me lo digas tú y no Emo –susurró.

      Justice suspiró.

      –Lo siento, Daisy. He estado toda la noche trabajando en él. Creía…

      –¿Que él podría decirme lo que tú eras incapaz?

      –¡No! –exclamó él–. No. Claro que te amo, Daisy. Te amo con todo mi corazón, pero no pensaba que me creerías después de haberme negado a decir esas palabras durante tanto tiempo.

      –Y pensaste que si Emo las decía en tu nombre leyendo tus sentimientos, te creería.

      –Así es. Me he pasado veintisiete años, dos meses y veintiséis días creyendo que no podía sentir. Era más fácil así. Menos doloroso.

      –¿Y ahora?

      –Ahora me duele más no decir las palabras. No puedo soportar pensar que podría perderte a ti y al resto de tu familia. Por favor, no dejes que esa historia termine con una página en blanco. Quiero que tú me des una familia de verdad, una familia que siempre esté a mi lado. Cásate conmigo, Daisy.

      –Me casaré contigo –dijo ella con una radiante sonrisa–, pero con dos condiciones. La primera, condición conjunta número dos. Puedo bajar al sótano cuando quiera.

      –Yo accederé a esa si tú accedes a la condición conjunta número tres.

      –¿Y es?

      –Quiero que crees una habitación solo para los dos en el lado sur de la casa…

      –Pero si ese es el más soleado.

      –Así es. Ha llegado el momento de dejar la oscuridad atrás y salir al sol, ¿no te parece? –le preguntó. Entonces, la abrazó con fuerza–. Bueno, ¿te vas a casar conmigo?

      Daisy asintió.

      –Si puedes responder una preguntita más.

      –¿De qué se trata?

      –¿Cómo te sientes, Justice?

      Él oyó que todos los presentes contenían la respiración mientras esperaban su respuesta. Cuando respondió, Justice habló desde el corazón.

      –Me siento… feliz. Como si nuestra historia estuviera empezando…

      –Justice –susurró ella llorando de pura felicidad–. Y menuda historia va a ser.

      –Digna de escribirse en un libro –afirmó él antes de besarle suavemente los labios–. Después de todo, has enseñado a sentir a un robot.

      –No, Justice –replicó ella. Le devolvió el beso. Su primer beso de verdad–. He enseñado a un hombre a amar.

      Si te ha gustado este libro, también te gustará esta apasionante historia que te atrapará desde la primera hasta la última página.

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      AQUELLO no iba bien.

      Por haber sido defensa central y capitán del equipo de los Scorpions de Nueva York, Cooper Landon era uno de los héroes deportivos más queridos de la ciudad. Su carrera como jugador de hockey siempre había sido su gran baza.

      Hasta aquel día.

      Miró por la ventana de la sala de reuniones del despacho de su abogado, en Manhattan, y contempló el tráfico deslizándose lentamente por Park Avenue. La calle estaba atestada de gente que realizaba sus actividades cotidianas: hombres de negocios que paraban un taxi, madres que empujaban un cochecito. Tres semanas antes, él era como ellos e iba por la vida sin darse cuenta de que su mundo podía derrumbarse con inusitada rapidez.

      Un accidente estúpido le había arrebatado la única familia que tenía: su

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