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feliz.

      Daisy se sonrojó y sonrió.

      –¿De verdad? ¿Mis pinturas te hacen feliz? Esa es una de las cosas más hermosas que me has dicho.

      –¿Te estás burlando de mí?

      Daisy dejó a su hija sobre el suelo aún envuelta en la toalla y se dirigió hacia él para abrazarlo.

      –Es hora de que Noelle se eche su siesta. ¿Por qué no la acostamos y luego te enseño exactamente lo que siento? Y te aseguro que no es sarcasmo.

      La hora siguiente fue la más agradable que Justice había disfrutado. ¿Cómo se había imaginado que podría sentirse satisfecho con los resultados del programa de ayudante/esposa? La única vez que lo había puesto en práctica había resultado ser un desastre.

      –Ha sido maravilloso. Como siempre –susurró ella–. ¿Por qué crees tú que es así?

      –Porque somos compatibles sexualmente.

      –Y supongo que el viejo refrán de los polos opuestos se atraen tiene algo de verdad.

      –Es más que un viejo refrán. Es un hecho científico. Al menos, en lo que se refiere a las propiedades magnéticas de las partículas… ¿Qué ocurre, Daisy? –preguntó al ver que ella se echaba a reír.

      –¿Qué es lo que quieres tú de nuestra relación, Justice?

      –Un matrimonio. Una familia.

      –Sí, eso ya me lo has dicho antes. Cuando te dije lo de Noelle. Cuando tú me hablaste de tu programa ayudante/esposa –añadió, con cierto retintín.

      Justice la miró con curiosidad.

      –Nada ha cambiado desde entonces.

      –¡Qué raro! Yo diría que han cambiado muchas cosas.

      –Yo quiero decir que mis intenciones son las mismas. Sigo queriendo casarme. Sigo queriendo una familia. Espero que, con el tiempo, nuestra relación progrese en esa dirección.

      –¿Igual que lo esperabas con Pamela?

      –¿Te lo ha contado Cord? –preguntó él mientras se frotaba el rostro y lanzaba una maldición.

      –Deberías habérmelo dicho tú. ¿Por qué no lo haces ahora?

      –Ella parecía la mejor candidata. Me equivoqué.

      –¿Por qué no me lo dijiste cuando llegué aquí?

      –La relación no funcionó. Ya no era importante.

      –¿Y por qué no funcionó?

      –Maldita sea, Daisy. ¿Quieres todos los detalles?

      –Sí.

      –Está bien. Efectivamente, los opuestos se atraen. Los objetos iguales no. Pamela se parecía mucho a mí. Y además cumplía con todos los criterios del programa de Pretorius. ¿Satisfecha?

      –No.

      –Se le daba especialmente bien controlar sus sentimientos. De hecho, jamás he conocido a una mujer más fría. Me daba la sensación de que si yo hubiera tenido el valor de tocarla, me habría muerto por congelación.

      Daisy no pudo ocultar una sonrisa.

      –Entonces, ¿qué es lo que buscas en una esposa?

      –Te quiero a ti. Y, aunque ninguno de los dos lo habíamos planeado, no podría haber soñado con una hija mejor que Noelle.

      –¿Y qué me dices del amor?

      Justice cerró los ojos. Se tendría que haber imaginado aquella pregunta, en especial con una mujer como Daisy.

      –¿Es uno de los requisitos que tú tienes para el matrimonio? –le preguntó él.

      –Sí.

      –Ojalá lo pudiera ofrecer. Alguien como tú se merece el amor. Se merece un marido capaz de amar. Si nosotros decidimos casarnos, tienes que saber que eso no te lo puedo dar.

      Daisy bajó las pestañas para que él no viera que los ojos se le habían llenado de lágrimas.

      –¿Y qué es lo que me ofreces tú?

      –Te daré todo lo que tengo. Mi casa. Mi inteligencia. Mi dinero. Sexo. Según tú, sexo maravilloso. Incluso te he dado mis paredes. Sin embargo, no puedo darte lo que no poseo.

      –¿Y no crees que poseas la capacidad de amar?

      –No, Daisy. No lo creo. Sé que no.

      Iba a perderla.

      Justice lo comprendió cuando los primeros rayos del amanecer invadieron el dormitorio de Daisy. Estaba completamente seguro de que ella iba a abandonarlo. El pánico se apoderó de él. Tenía que hacer algo, lo que fuera, para hacer que se quedara a su lado. Desgraciadamente, las dos palabras necesarias para hacerla suya para siempre eran las únicas que su conciencia no le permitía pronunciar.

      ¡Qué ironía! Siempre había pensado que poseía todo lo que una mujer pudiera desear. Desgraciadamente, Daisy no se parecía en nada a la mayoría de las mujeres.

      Tenía que hacer algo. Encontrar el modo de convencerla para que se quedara.

      No podía quedarse.

      Cuando Daisy se despertó entre los brazos de Justice, no lo dudó ni un segundo. Tenía que hacerlo. Habría hecho lo que fuera para no tener que marcharse, pero, desgraciadamente, las dos únicas palabras que se interponían entre ellos creaban un abismo que jamás podrían superar.

      ¿Por qué no podía sentirse satisfecha con lo que él podía ofrecerle? Amaba aunque no lo creyera. Daisy lo veía cada vez que miraba a su hija, pero, ¿la amaba a ella? Cerró los ojos y se enfrentó a la dolorosa verdad. Sin aquellas palabras, el resto carecía de significado. Daisy sería capaz de cambiar todo lo demás solo por el hecho de que Justice la amara.

      A cada minuto que pasaba, la luz iba eclipsando la oscuridad. Entonces, de repente, él se levantó de la cama y se marchó.

      Ya no quedaba duda alguna. Iba a tener que marcharse, aunque hubiera deseado de todo corazón quedarse.

      Daisy estaba a punto de entrar en el laboratorio de Justice, pero se detuvo al escuchar la voz de Noelle.

      –E quero –dijo la niña mientras golpeaba la mejilla de su padre.

      –Sí, yo te quiero mucho –le aseguró Justice mientras realizaba los ajustes necesarios en el caso de Emo. En cuanto terminó, se inclinó sobre su hija y le dio un beso.

      Daisy contempló aquel amor en estado puro sin pestañear.

      –¿Emo e quero? –dijo la niña con preocupación.

      –Sí. Emo también te quiere.

      Sonrió al ver cómo la pequeña abrazaba al pequeño robot X-4.

      –¿Por qué te gusta él más? Puede que el 15 sea demasiado elegante. Tal vez podría pintar el chasis. Sin duda, tu madre podría diseñarme un modelo colorido y brillante para darle un poco más de personalidad. Ahora que lo pienso, no es mala idea…

      Tomó a la niña entre sus brazos y la abrazó con fuerza. Ella se acurrucó satisfecha contra el pecho de su padre. Justice cerró los ojos. Tenía una expresión de amor total en el rostro.

      Daisy contempló los papeles que llevaba en la mano y contuvo las lágrimas.

      Aggie apareció de repente y, tras dedicarle una sonrisa a Daisy, entró en el laboratorio. Daisy la siguió.

      –Es la hora del almuerzo de Noelle –dijo la mujer–. ¿Le gustaría que volviera a bajarla aquí después de su siesta?

      –Si no

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