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y elegantes, aunque también sencillos y cómodos.

      En el centro de la ventana, había colocado un árbol de Navidad. Aún tenían que decorarlo y esperaba implicar a toda la familia en aquella actividad.

      –Es precioso, Daisy.

      –¿De verdad te gusta?

      Justice la tomó entre sus brazos. Desde la llegada de Daisy a su casa, él se mostraba más abierto.

      Allí, delante del árbol de Navidad, la besó. En aquel preciso instante, ella comprendió que Justice la había conquistado plenamente. Esperaba que, con el tiempo, él también terminara sintiendo lo mismo.

      A medida que los días fueron pasando, Daisy decidió que ya no podía soportar más que las paredes siguieran siendo blancas. La estaban volviendo loca. Era casi como si se estuvieran riendo de ella y diciéndole que jamás volvería a pintar. A pesar de que ya tenía su estudio, no había podido trabajar.

      Además, desde que llegó allí, algo maravilloso había ocurrido. Había sentido… el despertar de una nueva vida, algo parecido a lo que había sentido mientras estaba embarazada de Noelle. Ansiaba tomar una brocha, mezclar la pintura. Miró las paredes. Ella serían su lienzo. Eran blancas también. ¿Qué diferencia podía haber?

      No tardó en encontrar sus materiales. Tomó una brocha y seleccionó las pinturas con alegría y temor.

      Se lo tomaría con calma. Algo pequeño. Para quitarse el miedo. Algo que Justice ni siquiera notaría…

      Justice se detuvo en seco y observó la pared junto a la que Noelle estaba jugando.

      –¿Qué es eso, mal… madre mía? –preguntó.

      –¿A qué te refieres? –le preguntó Daisy.

      –¡A eso! Es invierno prácticamente. ¡Pretorius!

      Noelle aplaudió.

      –¡P.P!

      Los altavoces cobraron vida.

      –Hola, princesita –le dijo a la niña con voz dulce Pretorius–. ¿Qué puede hacer por ti tu tío P.P.?

      –El tío P.P. puede llamar a los fumigadores. Tenemos una plaga de bichos en casa.

      Daisy suspiró.

      –¿Pretorius?

      –Sigo aquí.

      –No llames a nadie. No tenemos ninguna plaga. He sido yo.

      Justice se agachó junto a la pared y observó el insecto. Entonces, miró a Daisy de un modo que podría haberla dejado seca en el sitio. Entonces, miró a Noelle, lo que le dejó a Daisy muy clara la razón por la que se había librado de una buena reprimenda.

      –¿Algo más? –preguntó Pretorius–. Si no hay nada, dejad de molestarme. Jett y yo estamos trabajando en un nuevo programa.

      Justice se incorporó y la miró con la frialdad de una mañana de invierno.

      –¿Qué le has hecho a mi casa?

      –La he mejorado. Tú me diste permiso.

      –No recuerdo haberte dicho que podías pintar bichos en mis paredes. Tampoco considero que los bichos, aunque sean virtuales, sean una mejora.

      Daisy miró hacia el suelo.

      –Tengo noticias para ti, Justice. Cualquier cosa que cubra todo ese blanco es una mejora. Además, no es un bicho. Es una oruga.

      –Técnicamente sigue siendo un insecto.

      –Sí, pero es muy bonito. ¿No te parece?

      –Esa es la larva de la actias luna. ¿Sabes que esa clase de larvas no existe en Colorado? No es lógico. ¿Cómo habría llegado aquí?

      Daisy miró con incredulidad a Justice.

      –Llegó aquí cuando yo la pinté en tu pared –dijo. Entonces, miró a su hija y vio que la niña los estaba observando con demasiado interés–. ¿Podríamos hablar de esto en privado en tu despacho?

      –No sé… ¿Hay insectos también allí?

      –No.

      –Bien. Vamos, pelirroja –dijo él utilizando el apodo con el que Jett llamaba a la niña. La tomó en brazos–. Creo que los dos encontraremos la explicación de tu madre muy interesante.

      Daisy echó a andar tras él en dirección al despacho.

      –¿Qué parte de hablar en privado no has entendido?

      –Comprendo las cosas de un modo excelente, como estoy seguro de que ya sabes. Simplemente disfruto estando con mi hija cuando me es posible.

      Daisy suspiró. Aquello era indiscutible. Justice pasaba con su hija todo el tiempo que podía.

      En el momento en el que abrieron la puerta del despacho, Justice recorrió las paredes con la mirada. La ausencia de actias lunas pareció tranquilizarle.

      –Está bien, ¿de qué se trata, Daisy?

      –Todo ese blanco me está deprimiendo. Me diste permiso para realizar mejoras. He hecho algunas.

      –Como ya te he explicado, pintar orugas en mis paredes no las mejora… Bueno, no quería que sonara así –añadió, al notar que Daisy se había ofendido–. No estoy cuestionando tu talento. Eres una artista estupenda.

      –Pero prefieres que me ciña a los lienzos –susurró ella.

      –¿Qué es lo que pasa? –le preguntó Justice al notar tensión en su voz–. Cuéntamelo.

      –Como ya te he dicho, todo el blanco que hay por aquí está pudiendo conmigo –dijo, señalando las paredes y el nevado paisaje que los rodeaba

      –¡Qué raro! A mí me tranquiliza.

      –¿Por qué, Justice?

      Él lo pensó antes de contestar. Dejó a la niña en el suelo y le dio una versión de Rumi que había creado especialmente para ella. La pequeña comenzó a hacerlo girar y se quedó encantada al ver que las piezas se movían.

      –Supongo que el blanco me tranquiliza porque sugiere una posibilidad. Me paso mucho tiempo sentado y pensando.

      –¿Crees que tus procesos mentales se verían interrumpidos si las paredes estuvieran pintadas?

      –¿Con insectos?

      –No. De lo que yo eligiera pintarlas.

      –¿Me puedes explicar qué es lo que está pasando aquí realmente, Daisy?

      Ella no quería responder. Le dolía demasiado. Sin embargo, Justice se merecía una respuesta.

      –Simplemente, me apetecía pintar.

      –Dime la verdad –susurró él. Se acercó a ella y le acarició suavemente la mejilla–. Sé que llevas algún tiempo ocultándome algo. ¿De qué se trata?

      –Bueno… esa oruga es… lo primero que he pintado en mucho tiempo.

      –Exactamente veinte meses, ocho días, diecisiete horas y veintinueve segundos.

      –Exactamente –afirmó ella, completamente anonadada.

      Justice la abrazó con fuerza. Entonces, se separó ligeramente de ella y la miró a los ojos.

      –Tal vez haya llegado el momento de que yo también te haga una confesión. Yo no puedo trabajar. En mi caso, me ocurre desde hace más de veinte meses. Yo diría que anda ya más cerca de los dos años. Puedo proporcionarte la horas y los minutos exactamente.

      –No hace falta. ¿Qué ocurrió hace dos años…? ¿El accidente?

      –Sí. Fue entonces cuando me di cuenta de que, aparte de Pretorius, no tenía a nadie en mi vida. Nadie me echaría de menos

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