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Justice no tardó en seguirla. Regresaron juntos a la cocina y allí se encontraron con el… caos.

      –Hijo de…

      –¡Alerta sobre la condición uno! –le dijo Daisy mientras le daba un codazo.

      –¡Mira lo que le han hecho a mi cocina!

      Daisy no podía culparle por sentirse disgustado. Si aquella hubiera sido su casa, ella también lo habría estado. Aggie había sacado todo de la enorme despensa y había colocado su contenido sobre cada superficie disponible. Tenía un cubo de agua con jabón en el suelo y con un estropajo iba frotando cada estantería y cada armario.

      Jett estaba de espaldas a la puerta. Tenía los cascos puestos y estaba escuchando música de rock a todo volumen mientras tecleaba en su portátil. Junto al portátil estaba Kit, la otra mitad de la inspiración de los libros de Daisy. La habían sacado del transportín y estaba sobre la mesa acicalándose muy tranquilamente. Una voz de ordenador daba órdenes a diestro y siniestro y en tono desesperado y competía con las exigencias de Pretorius.

      Además, estaba Noelle. Daisy suspiró.

      Todas las puertas de los armario estaban abiertas. Su encantadora hija estaba sentada en medio del suelo completamente desnuda, rodeada de prendas infantiles y de todas las cacerolas, cazos y cazuelas que había podido encontrar en la cocina. Se entretenía golpeando las tapas contra las cazuelas e incrementando así el nivel de ruido.

      Durante un instante, Daisy creyó que Justice iba a explotar.

      –¡Ordenador, desactivado!

      –¡Desactivado!

      De repente, reinó el silencio. Noelle dejó de golpear, Jett de teclear y Aggie de limpiar. Daisy tomó a su hija en brazos y dijo:

      –Maldita sea, Jett. Prometiste comportarte.

      –En realidad, no prometí nada. Tú me pediste que lo hiciera. Sin embargo, dado que yo no respondí, técnicamente no prometí nada.

      –¿Cuántas veces te he advertido que a mí no me vengas con formulismos?

      –Novecientas cincuenta y dos.

      –¡Basta ya! –gritó Justice mirando a su alrededor–. Que alguien me explique qué demonios está pasando aquí y ahora mismo.

      Noelle sonrió desde la seguridad de los brazos de su madre y se dirigió a su padre.

      –¡Demonios! –exclamó con tremenda claridad.

      Daisy gruñó.

      –Genial. ¿Qué parte de la condición número uno no has comprendido?

      –La he comprendido perfectamente. Esto, sin embargo –dijo, señalando la cocina–, esto desafía mi habilidad de comprensión, pero no mi habilidad de corrección. Lo primero es lo primero.

      Se dirigió hacia Jett y con unos rápidos movimientos la desconectó de su sistema informático.

      –Vuelves a tener el control pleno, Pretorius.

      –Se marchan ahora mismo, ¿verdad?

      –Bajaré en breve a hablar del tema.

      –Hablar implica que no se van a marchar. No quiero hablar –dijo la voz llena de pánico–. Quiero que se marchen.

      –Dame cinco minutos.

      A continuación, centró su atención en su hija, a la que tan solo había mirado durante unos segundos a su llegada. Hasta ese momento, no comprendió el profundo efecto que una personita tan pequeña podía tener sobre él. Parecía estar a punto de perder el control, algo que Daisy no iba a permitir que ocurriera delante de testigos.

      –Aggie, ¿por qué no vais Jett y tú arriba a escoger los dormitorios?

      El ama de llaves la observó y asintió, como si comprendiera perfectamente la situación. Entonces, agarró del brazo a Jett y las dos salieron de la cocina. Justice seguía de pie, incapaz de apartar los ojos de su hija. Dio un paso hacia ella, pero dudó. En aquellos momentos transmitía una profunda vulnerabilidad.

      –¿Puedo? –preguntó.

      Daisy tragó saliva.

      –Por supuesto. Es tu hija.

      Justice se acercó a Noelle y extendió la mano. La niña se la agarró con su habitual impulsividad y se la llevó a la boca. Daisy se la ofreció para que la tomara en brazos y dio un paso atrás para observar.

      Justice la abrazaba muy delicadamente, como si fuera a rompérsele en mil pedazos.

      –Es preciosa…

      –Gracias.

      –En realidad, yo diría que se parece a ti.

      –Yo diría que tiene una mezcla perfecta. Mírala, Justice. Su color de ojos está a medio camino entre el tuyo y el mío. Su cabello es más rojizo que rubio u oscuro. Es tan extrovertida como yo y tan inteligente como tú.

      La pequeña sonrió.

      –Pero si ya tiene dientes –susurró Justice–. Y has dicho que es muy charlatana. ¿Sabe andar?

      –Sí. Aún le cuesta un poco, pero eso no le impide llegar a donde quiere ir.

      –Tanto… me he perdido ya tanto –murmuró él mientras le acariciaba suavemente el cabello y la mejilla. La niña sonreía y le agarraba el dedo para volver a llevárselo a la cara–. No es nada tímida.

      –No. Es muy sociable.

      –¿Por qué está desnuda?

      –Me temo que a tu hija no le gusta ir vestida. No sé cómo lo hace, pero se desnuda. Si me doy la vuelta dos segundos, se ha quitado lo que le haya puesto. Ni las cunas, ni las tronas ni los parques son capaces de sujetarla.

      –Ah.

      –¿Qué significa eso?

      –¿Y los armarios? ¿Ha sido tu ama de llaves o la niña?

      –La niña.

      –Ah.

      –Es la segunda vez que dices eso y aún no me has explicado por qué. ¿Qué significa eso?

      –Indican que entiendo lo que hace Noelle y cómo piensa.

      –Veo que no te ha llevado mucho tiempo.

      –No, pero hay una razón para ello. En este caso, deberíamos hablar de propensión genética, algo que espero que aceptes con el tiempo. Es parte de los genes que ha heredado de mí. Espero que no se lo tengas en cuenta.

      –Dios santo, Justice. ¿Acaso crees que yo sería capaz de criticar a nuestra hija por algo tan natural y básico como la curiosidad humana? ¿Que la castigaría por explorar el mundo?

      –Bueno, algunas personas considerarían que eso debería corregirse.

      –Tal vez, pero yo no. Soy su madre y la adoro. Haría cualquier cosa por ella.

      –Perdóname… –susurró él–. Es que… he visto que ocurría antes.

      –¿Acaso te ocurrió a ti?

      –Sí. Noelle procesa el mundo desmantelándolo. Esa característica en particular me expulsó a mí de mis primeras seis casas de acogida.

      –¿Hablas en serio?

      –Sí. Yo no podía evitarlo. Me imagino que era muy molesto cuando uno se levantaba por la mañana y descubría que la cafetera o la tostadora estaban desarmados, pero yo necesitaba desmontar las cosas para poder estudiarlas y comprender cómo funcionaban. Era lo más lógico.

      –Por supuesto, suponiendo que podías volver a montarlas.

      –En eso tardé un poco más. Ahora que lo pienso, tu padre fue el único que animó mi curiosidad. Me encontraba máquinas rotas

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