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hacia la puerta. Se detuvo en el último momento. En ese instante, aceptó una tremenda verdad.

      –Nuestras vidas jamás volverán a ser las mismas. Todo cambió hace veinte meses y ya no hay vuelta atrás, ¿verdad? Para ninguno de los dos.

      Sin mirar hacia atrás, ella se marchó.

      Justice se quedó inmóvil mientras la casa quedaba sumida en un absoluto silencio. Regresó el ambiente frío, el aire hostil. Siempre había sido su casa, pero jamás había sido un hogar.

      –Tienes razón. Ya no hay vuelta atrás –susurró–, pero de lo que no te das cuenta es de que yo no quiero volver atrás. Ya no puedo volver a vivir así.

      Daisy apretó los dientes y trató de evitar otro bache más. Si terminaba quedándose con Justice allí durante algún tiempo, iba a tener que hablar con él sobre aquella carretera.

      –Ya casi hemos llegado –exclamó Jett, muy emocionada–. Solo faltan dos kilómetros y cien metros y seguro que lo vemos.

      –¿Vemos? –repitió Noelle, a pesar de que pronunciaba la uve más bien como una efe.

      –Estamos rodeadas –le dijo a Aggie, su ama de llaves–. Es mejor que te vayas acostumbrando. Hay algo peor y estás a punto de conocerlo.

      –Estoy segura de que podré soportarlo –dijo la tranquila Aggie.

      Años atrás, Aggie había sido maestra de infantil. Se había jubilado antes de la edad debida para cuidar a su esposo durante una larga enfermedad. Desgraciadamente, cuando él murió, descubrió que todos sus ahorros se habían esfumado, por lo que no le había quedado más remedio que volver a trabajar. Este momento coincidió con el nacimiento de Noelle y la decisión de Daisy de que necesitaba ayuda con la cocina y con el mantenimiento general de la casa, en especial después de acoger a Jett. Contrató a Aggie sin dudarlo. Afortunadamente, habían congeniado muy bien y habían constituido una pequeña familia que a Justice no le quedaría más remedio que aceptar si quería que se quedaran en Colorado.

      –¿Estás segura de que al señor St. John no le importará que nos hayas traído a todas? –le preguntó Aggie con un cierto nerviosismo.

      –Las cuatro somos una familia. Eso significa que vamos todas juntas. No te preocupes. Justice estará encantado.

      –No me puedo creer que esté a punto de conocer al hombre que hay detrás de Sinjin –dijo la muchacha.

      –¿Finfin?

      –Es tu papá, pelirroja.

      –Papá…

      La pequeña pronunció la palabra con claridad cristalina. Por alguna razón, este hecho hizo que Daisy se estremeciera. Aggie la miró con comprensión.

      –Estoy segura de que será un padre fantástico.

      –No hay duda de que Noelle lo necesita. Dios sabe que yo no puedo satisfacer todas sus necesidades.

      –Ningún padre puede darle a su hijo todo lo que necesita. No es posible –afirmó Aggie–. Si tienes suerte, se puede cubrir la mayor parte de las necesidades entre los dos y esperar que familiares, amigos y profesores se ocupen del resto. Solo quererles es mas que suficiente.

      ¿Sería Justice capaz de amar? ¿Estaba programado en su disco duro? Solo el tiempo lo diría.

      Cuando por fin llegaron frente a la casa, apagó el motor y dijo:

      –Está bien. Ya hemos llegado. Que todo el mundo agarre su maleta y vayamos dentro.

      Subieron los escalones y Daisy empujó suavemente la puerta. Se sintió aliviada al ver que se abría sin esfuerzo.

      –¿Veis? –preguntó con tranquilizadora sonrisa–. Vayamos a la cocina y busquemos algo de beber mientras esperamos a Justice.

      No tardó mucho. Un minuto más tarde, él entró en la cocina. Observó al grupo. Una mirada advirtió a Daisy que no estaba muy contento con la llegada de los invitados que no esperaba. Entonces, durante un doloroso momento, miró a su hija. Daisy sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas ante el intenso anhelo que se adivinaba en la expresión de su hermoso rostro. De repente, él bajó los ojos y se dio la vuelta. Daisy sospechó que no le había quedado más remedio para no perder el control.

      –Dijiste una semana –gruñó–. Han pasado diez días, tres horas y catorce minutos.

      –Lo siento. He tardado más de lo que esperaba en organizar a todo el mundo. Te mandé un correo con el cambio de fechas –dijo.

      –¿Tienes un momento?

      –Esperadme aquí –comentó–. Hay bebidas en el frigorífico, si es que podéis descubrir dónde está escondido.

      Justice impidió que Daisy siguiera dando instrucciones. La agarró del brazo y la sacó de la cocina. Regresaron a la puerta principal y continuaron en la dirección opuesta hasta llegar a un enorme despacho que tenía una espectacular vista de las Rocosas. La estancia tenía el mismo aire de abandono que las anteriores, pero al menos tenía las contraventanas abiertas.

      Allí, Justice comenzó a pasear de arriba abajo. Tenía aquella extraña esfera con la que le había visto en varias ocasiones. No hacía más que girarla y girarla para crear diferentes formas.

      –Está bien. Tú dirás.

      –¿Qué es lo que quieres que te diga? –le preguntó ella. Como si no lo supiera.

      Justice la observó con la mirada entornada.

      –Lo sabes muy bien, Daisy. ¿Quién diablos son esas personas?

      –Una de esas personas era tu hija –le replicó Daisy–. Y si me hubieras dado un minuto para presentarte a las otras, sabrías de quiénes se trata.

      –¡Maldita sea, mujer! –rugió él lleno de ira.

      ¿Acababa de llamarla «mujer»? Daisy se acercó a él. La ira que sentía era comparable a la de él.

      –Ahora que estoy aquí, creo que ha llegado el momento de hablar de las condiciones de mi estancia. Primera condición, si quieres que estemos aquí más de cinco minutos, vas a tener que moderar tu lenguaje. Noelle es muy parlanchina y trata de repetir todo lo que oye.

      –Dem… De acuerdo. Haré lo que pueda.

      –Segunda, me llamo Daisy. Si me vuelves a llamar mujer en ese tono de voz o te vuelves a dirigir a mí en esos términos, me largo. Y tu hija también. ¿Te has enterado?

      Justice apretó los dientes con tanta fuerza que fue un milagro que no se le rompieran. En este caso se limitó a asentir levemente.

      –¿Alguna otra condición?

      –Tercera. Aggie y Jett son miembros de mi familia y van donde voy yo.

      –¿Quién es Aggie?

      –Aggie fue maestra de infantil y, en estos momentos, es mi cocinera y mi ama de llaves. Dado que soy un desastre en la cocina y todos tenemos que comer, la he contratado para ocuparse de todo lo que se refiere a la casa.

      –¿Sabe cocinar?

      –Y limpiar –afirmó Daisy mirando con desagrado el despacho–. En serio, Justice. Este lugar es un desastre. No puedo creer que te encuentres cómodo viviendo así.

      –No es más que un poco de polvo. Además, yo no vivo en esta sección de la casa.

      –¿Científicos locos más lugar secreto es igual a laboratorio misterioso y secreto?

      –Algo así.

      –¿Un laboratorio misterioso, secreto e impoluto?

      –Por supuesto.

      –Bien, dado que ahora tienes invitados que van a vivir en esta sección

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