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tenerte en mi vida del mismo modo que a ti no te interesa tenerme en la tuya.

      Justice levantó una ceja.

      –¿Preferirías compartir la custodia de Noelle?

      –¿Cómo has dicho?

      –Tú has dicho que es mi hija. Ahora que yo conozco su existencia, estoy dispuesto a ejercer de padre para ella. Solo hay dos maneras en las que eso podría salir bien. O vivimos juntos o llevamos a la niña de allá para acá entre tu casa y la mía. A mí me parece que en interés de la niña es mejor que vivamos todos juntos.

      Daisy miró a su alrededor. A pesar del equipamiento de última generación todo tenía un aspecto frío. Vacío. Oscuro, incluso con unas luces tan potentes.

      –¿Quieres que vivamos aquí, en medio de ninguna parte? –le preguntó ella con incredulidad–. ¿Qué vida es esa para una niña?

      –Podemos solucionar algunas de tus objeciones –replicó él–. Hay razones por las que prefiero vivir en medio de ninguna parte.

      –¿Como cuáles?

      –¿Pretorius? Permiso, por favor.

      Se produjo un momentáneo silencio.

      –Cuéntaselo.

      –Mi tío tiene un desorden de ansiedad social. Es una de las razones por las que me dejaron en acogida después de la muerte de mis padres. Los tribunales no consideraron que Pretorius fuera un tutor adecuado para mí.

      La compasión se reflejó en el rostro de Daisy. Justice comprendió que era una parte innata de su carácter.

      –¿Agorafobia?

      –Seguramente es una parte del problema. En realidad, tiene problemas para relacionarse con las personas.

      –Vaya… Yo tengo ese mismo problema… con ciertas personas.

      Justice admitió la broma con una fría sonrisa.

      –Él necesita aislamiento y yo valoro mi intimidad. Cuando cumplí los dieciocho años y no tuve ningún lugar al que ir, mi tío me abrió su casa aunque le costó mucho. Desde entonces, ha funcionado para nosotros. O, más bien, funcionaba.

      –¿Debería yo asumir que algo ha cambiado?

      Había llegado el momento de ser sincero con ella. Totalmente sincero.

      –Sí. Cambió hace un par de años.

      –¿Qué ocurrió hace un par de años?

      De repente, el rostro de Daisy reflejó que lo había entendido todo perfectamente. Una profunda compasión se reflejó en su mirada.

      –Oh, Justice. El accidente de coche…

      –Sí. Me di cuenta de que lo que tenía no era suficiente.

      –¿Y?

      Justice eligió sus palabras con cuidado. Se sentía como si hubiera entrado en un campo de minas.

      –Le pedí a Pretorius que modificara un programa que él había comercializado hacía unos años. Yo le di una serie de parámetros en los que se combinaban cualidades que eran importantes para mí, con características que podrían ser compatibles también con mi tío.

      –No entiendo nada.

      –Él me pidió que le encontrara una esposa –intervino Pretorius–. Una esposa que nos gustara a los dos.

      Justice se enfado.

      –Lo estoy contando yo.

      –Y yo estoy completando las partes que tú pasas por alto.

      –Iba a hacerlo. Solo quería que todo tuviera un orden lógico.

      Pretorius soltó un bufido.

      –Sí, claro.

      Justice había tenido más que suficiente.

      –Ordenador, cierra el circuito de la cocina y mantelo cerrado hasta que yo diga lo contrario.

      –No. Quiero oír…

      La voz de Pretorius se cortó a mitad de la frase. Justice respiró profundamente.

      –Ahora, ¿dónde estaba?

      –Creo que me estabas explicando cómo utilizaste un programa de ordenador para encontrar una esposa –comentó ella con cierta sorna.

      –En su momento, tenía todo el sentido del mundo.

      –Claro.

      –El Programa Pretorius ha tenido mucho éxito a la hora de elegir el empleado perfecto para un puesto de trabajo. Como yo quería unos requerimientos bastante específicos para elegir esposa, Pretorius tuvo que alterar los parámetros.

      –¿De qué clase de requerimientos y de parámetros estamos hablando?

      –Eso no importa…

      Desgraciadamente, ella no parecía estar dispuesta a abandonar ese camino.

      –En la conferencia de ingenieros estabas buscando esposa, ¿verdad? Por eso te enfadaste tanto cuando descubriste que yo no era ingeniera.

      –Es muy posible –admitió.

      Ella se inclinó hacia delante y lo miró con extremada intensidad.

      –¿Me estás diciendo que Pretorius diseñó un programa de ordenador que te ayudara a encontrar la esposa perfecta y que se suponía que ella debía estar en aquella conferencia?

      Maldita sea.

      –Sí.

      –¿De verdad vas a admitir que tú pensaste que podrías entrar en aquella conferencia, examinar a las mujeres que el programa de tu tío había seleccionado y convencer a una de ellas para que se casara contigo?

      Justice apretó los dientes.

      –Los ingenieros somos personas muy lógicas. Las mujeres implicadas se habrían dado cuenta de que éramos la pareja perfecta.

      Daisy se quedó boquiabierta.

      –¿Y habrían accedido a casarse contigo allí mismo?

      –Eso habría sido lo deseable, aunque no lo más posible.

      –¿Tú crees?

      –Sí, pero Pretorius me sugirió otra manera de conseguirlo.

      –Ay, esto lo tengo que escuchar.

      –Me sugirió que ofreciera a la candidata perfecta el puesto de mi ayudante. Eso nos daría la oportunidad de conocernos mejor antes de contraer matrimonio. También me ayudaría a mí a determinar si era aceptable para Pretorius.

      –Vaya… No es un plan tan malo. Explícame una cosa. De eso hace casi dos años. ¿Por qué no tienes ya una ayudante/esposa?

      –Parece ser que el programa de ordenador tenía un fallo.

      –No me digas.

      –Sí. Ahora me he dado cuenta de que hay ciertas cualidades que no se pueden adaptar a un programa de ordenador.

      –Vaya. ¡A quién se le hubiera ocurrido pensar algo así! Tú dirás. ¿De qué clase de cualidades indefinibles estamos hablando?

      Justice lo había pensado mucho a lo largo de los meses posteriores y había llegado a una única conclusión.

      –Creo que debe haber sido química en naturaleza y, por lo tanto, extremadamente difícil de cuantificar.

      –En cristiano, por favor.

      Justice se puso de pie para darse un respiro.

      –Yo no quería a ninguna de ellas. Te quería a ti –dijo sinceramente–. No es lógico y yo no puedo explicarlo, pero es así.

      Daisy sacudió

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