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no me había dado cuenta de lo mal… Perdón. Debería haber hecho más para preparar vuestra llegada.

      –Nosotros nos ocuparemos.

      –Ya me has explicado quién es Aggie. ¿Quién es la niña con aterrador aspecto gótico?

      –Es Jett.

      –Jett… ¿Tu experto en ordenadores?

      –Efectivamente.

      –Estamos en el mes de noviembre. ¿No debería estar en el colegio?

      –Terminó hace unos meses. En estos momentos está pensando a qué universidad quiere ir.

      Justice la miró asombrado.

      –¿Cuántos años tiene? Si parece que tiene doce.

      –Va a cumplir los diecisiete dentro de unos meses. Ella te podrá dar los días, las horas y los minutos y hasta los segundos si quieres un número más exacto.

      –Es lista.

      –Sí. Da un poco de miedo de lo lista que es. Como tú. Y como Noelle.

      –Por eso estás aquí…

      –Sí. Es uno de los motivos –explicó. No había razón para señalar los otros. Se harían evidentes con el tiempo–. Resulta evidente que necesita a alguien que vaya a comprender el modo en el que piensa. En estos momentos tiene a Jett, que es una gran ayuda, pero Jett no va a estar a su lado para siempre. Además, no hay figura masculina en la vida de Noelle. Condición número cinco.

      –Cuatro.

      –Lo que sea. Mis padres son parte de mi vida del mismo modo que Jett y Aggie. Tendrás que aceptarlo.

      Justice la miró con desaprobación. Los ojos le ardían como si fueran de oro líquido.

      –¿Alguna otra condición?

      –No has accedido a la última.

      –¿Por qué no dejas que esa la discutamos en un futuro cercano?

      –Ni hablar. Si crees que voy a dejar a mis padres al margen de la vida de su única nieta, estás muy equivocado. Y antes de que decidas infringir de nuevo la condición número uno…

      –¡Maldita sea! ¡Demasiado tarde!

      –… te sugiero que te pongas en mi lugar. En el lugar de Noelle. Tú eres el que se marchó, Justice. Mis padres han estado a mi lado siempre. Tú no.

      –Solo porque no lo sabía.

      –Eres un hombre muy inteligente. Deberías haber considerado esa posibilidad y haberte asegurado. Al menos, deberías haberte puesto en contacto conmigo después de las primeras doce cartas.

      –Eso no es cierto. Yo habría… –se interrumpió y se dio la vuelta para mirar por la ventana–. ¿Alguna otra condición?

      –¿Accedes a la última?

      –Sí.

      Daisy se tomó un instante para pensar antes de proseguir.

      –Condición diez.

      –Cinco.

      –Tengo las otras en reserva. Necesito una habitación para que sea mi estudio. Debe tener ventanas –dijo, aunque no estaba segura de que lo utilizara. Su don para pintar no había regresado e íntimamente había empezado a cuestionarse si volvería a hacerlo. Ese pensamiento la aterrorizaba–. Ventanas grandes, si no te importa.

      Justice se encogió de hombros.

      –Puedes echar un vistazo y ver si algo te viene bien. Asegúrate de que está en esta planta o arriba. El sótano está prohibido para todo el mundo.

      –¿Es ahí donde vive tu tío?

      –Sí. Y también es donde está mi laboratorio.

      –¿Tú también tienes condiciones?

      –¿Acaso pensabas que tú ibas a ser la única?

      –Bien. ¿Cuáles son las tuyas?

      Justice se acercó a ella. La esfera no dejaba de dar vueltas entre sus dedos.

      –Una. Es tu responsabilidad evitar que nadie baje al sótano. Y eso te incluye a ti. Tenerte a ti y a Noelle aquí ya es demasiado para Pretorius. Dos personas más será extremadamente difícil para él. Necesita saber que está a salvo en su zona de la casa. ¿Ha quedado claro este punto?

      –Cristalino.

      –Dos –dijo. Un paso más–. Yo tengo una rutina, una rutina que no aceptaré que te interrumpa.

      –Venga ya, Justice. Estamos hablando de un bebé. Los bebés rompen con todas las rutinas. Es parte de su naturaleza.

      –En ese caso, espero que procures que las interrupciones sean las menos posibles.

      –Mira –le espetó ella colocándose las manos en las caderas–. Tú eres el que me pediste que la trajera aquí, ¿recuerdas? Si no puedes aceptar ciertas cosas, nos vamos.

      –Es demasiado tarde. Está a punto de nevar.

      –Estoy segura de que aún tenemos tiempo para marcharnos de aquí.

      Justice señaló la ventana con la cabeza. Daisy se quedó boquiabierta. En el breve tiempo que llevaban hablando, el cielo se había cubierto de nubes. ¿Dónde se había ido el delicioso cielo azul de hacía unos instantes?

      Justice dejó el Rumi sobre la mesa y dio un último paso hacia ella. Entonces, tiró de ella y la tomó entre sus brazos.

      –Tres. Quiero intentar crear un vínculo contigo. Para ver si podemos formar una unidad familiar.

      –¿Por el bien de Noelle?

      –Por el bien de todos.

      –¿Eso de crear un vínculo incluye… el sexo? –preguntó.

      –El sexo estará presente dado que parece ser uno de los pocos puntos de encuentro en el que nos comunicamos a la perfección.

      –¿Y si yo no estoy dispuesta?

      –Lo estarás. Te lo garantizo.

      Justice le enmarcó el rostro entre las manos y lo levantó para poder besarlo. Ella no se resistió. En realidad, no quería hacerlo. El beso de hacía una semana había prendido de nuevo el anhelo y la pasión en ella. Pensaba que ambos habían muerto hacía mucho tiempo, pero se había equivocado. Cada vez que Justice entraba en su vida, le provocaba un deseo tan intenso que no sabía cómo podría sobrevivir si él no volvía a poseerla de nuevo.

      Cuando por fin la besó, ella suspiró y se entregó a él con entusiasmo.

      –¿Qué es lo que quieres de mí? –le preguntó sin que dejaran de besarse.

      Justice se apartó de ella y le dio un beso en la frente antes de besarle la boca por última vez. Entonces, con los dedos, trazó los henchidos labios.

      –Te deseo.

      –No es tan sencillo –protestó ella–. Tratas este asunto como si fuera una simple ecuación sexual. Tú y yo igual a sexo.

      –Y es así de sencillo.

      Justice se apartó de ella y volvió a tomar el Rumi. Entonces, ella vio que, en algún momento, lo había transformado en una flor, una margarita.

      Antes de que Daisy pudiera seguir preguntando, la voz de Pretorius resonó en los altavoces. El tono era frenético.

      –Justice, ¿quiénes son esas personas que hay en la cocina? Están haciendo cosas… Tienes que detenerlas. Ahora mismo.

      –Tranquilo –replicó Justice–. Yo me ocuparé.

      –¿Harás que se marchen?

      –Me ocuparé de todo.

      Seguramente

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