Скачать книгу

y dirección a la relación del hombre con uno mismo, con el otro y la naturaleza.

      Luego del descubrimiento de América, de la circunnavegación de África y el florecimiento del comercio, las consecuentes revoluciones, francesa e industrial, agudizaron la marcha emprendida bajo la consigna del progreso. Sin embargo, las profundas crisis del siglo XX, sangradas por las más universales guerras que haya conocido el mundo, evidenciaron angustiantes y dolorosas grietas de la configuración del hombre moderno.

      ¿Ha sido la razón moderna, signada por lógica técnico-racional bajo el dominio económico, una premisa de liberación o la exaltación de lo ente en las mecanizadas relaciones entabladas, donde se dirime, vagando encadenada, la humanidad del hombre? ¿La supremacía de lo cuántico y la teleológica fenomenología de la apariencia han socavado la posibilidad del reconocimiento trascendente de lo humano, resonando el destino de aquel rey griego que “de hambre y de sed […] [m]uere […] entre flores y jardines”? (Borges, 2004:37).

      Descubriendo la Modernidad

      “Es descubridor quien tiene […] capacidad para declarar al otro como descubierto”.

      (Santos, 2009:213).

      Para responder a los interrogantes, indagaremos la tríada razón-reconocimiento-emancipación, que da nombre al eje temático escogido, sumando el concepto de descubrimiento; quizás uno de los más representativos de la modernidad, por la cercanía a su origen y por la presencia en su devenir. A su vez, se trata de un término crucial para el destino de Latinoamérica.

      Europa se hace a sí misma descubriendo. El hombre occidental que comenzaba a reformular su lugar en el mundo, junto a la razón moderna, su logos, se configura hacia el afuera. Occidente encuentra, con su expansión, la posibilidad de redefinirse. Descubre, por un lado, su potencialidad, mediante la exploración de la naturaleza, libre ya de las ataduras del cosmos teo-teleológico. Desvalorizada, ella es convertida en el lugar propicio para el ingenio y las construcciones humanas. Por otro lado, descubre, también, al otro, en América, en África. El sujeto de la modernidad sale de la letanía en la que habitó durante los largos siglos de la edad media para descubrir al “nuevo mundo”, descubriéndose.

      Desde Latinoamérica, la lógica del descubrimiento, concebida a la luz de sus propias marcas, cobra un especial poder revelador de aquél espíritu que comenzaba a inquietarse. Se encuentra fundamentalmente atravesada por la idea de apropiación. Idea que, tal como la realidad al ojo heleno, urge al pensar en una doble faceta. La primera, detenida en su aspecto más superfluo, visible, datado por la cronológica historiografía: la apropiación material, basada en el tráfico del ente en movimiento. Mientras que, como acontecer histórico, configurador, se encuentra esencialmente signada por el simbolismo. La apropiación conceptual como fenómeno de occidentalización.

      El consciente colectivo y la amplia literatura económica y social referida a los procesos de descubrimiento han prestado mayor atención al despojo de bienes sufrido por el descubierto. Se piensa la apropiación de los tiempos de colonización desde los esquemas conceptuales liberales que parten del derecho de propiedad privada como derecho fundamental.

      Dice Sartre a sus coetáneos, desnudándolos:

      Ustedes saben bien que somos explotadores. Saben que nos apoderamos del oro y de los metales y el petróleo de los ´continentes nuevos´ para traerlos a las viejas metrópolis. No sin excelentes resultados: palacios, catedrales, capitales industriales; y cuando amenazaba la crisis, ahí estaban los mercados coloniales para amortiguarla o desviarla. Europa, cargada de riqueza otorgó de jure la humanidad a todos sus habitantes: un hombre, entre nosotros, quiere decir un cómplice puesto que todos nos hemos beneficiado con la explotación colonial (Sartre, 2007:24).

      Sin embargo, la apropiación simbólica, también denunciada por el filósofo francés, de los saberes y de la posición para declarar, para nombrar, para construir el discurso y la realidad, encarna una significancia sumamente evocativa. Desvela, por un lado, el destierro sufrido por el enajenado que, en la mecánica reproducción del discurso, de la construcción de la leyenda, silencia su propio decir, invisibilizando sus rasgos en la cultura que se hereda; y, por el otro, al poder inherente en la marcha dialéctica, puesto que es, ahora, el que descubre, quien, ingresando en la cultura del “puesto a la vista”, racionalmente, horada sus significados, declara, rebautizando, nombra, redefiniendo.

      El descubierto es extranjero de su pasado, donde persistía oculto y disponía de su verbo. Ya no tiene historia, se la han quitado. En palabras de Boaventura: “Es la desigualdad del poder y del saber lo que transforma la reciprocidad del descubrimiento en apropiación del descubierto. En este sentido, todo descubrimiento tiene algo de imperial, es una acción de control y sumisión” (Santos, 2009:213).

      En la práctica, visualizamos un descubridor y un descubierto, no hay allí reciprocidad. Se trata de uno que aborda al otro, vuelto objeto, objetivizado, inerte y despojado. El descubierto se ha transformado en un ente, se ha entificado.

      Pasamos, entonces, de un sujeto que descubre un objeto exploratorio al que le pondrá nombre, lo ubicará en la palabra. Este es un aporte revelador de Boaventura de Sousa Santos que le otorga coherencia a su análisis desde nuestra lectura: la “ubicación” es el nombre que se le da al descubierto y en ese nombrar radica un proceso que debilita. Así, enfrentamos un “bautismo”: la especificidad del lugar en la estructura de poder expuesta en un nombre: “Pero hay distintas maneras de caracterizar al más débil; una es llamarlo inferior, otra es llamarlo ignorante, otra es llamarlo retrasado o residual, llamarlo local o particular, llamarlo improductivo, perezoso o estéril” (Santos, 2009:21).

      En este sentido, la acepción de descubrimiento a partir de la práctica implica un vínculo de imposición imperialista. La acumulación de poder y saber determina la posición. Quien los detenta decide los roles, los nombra, los dice y los hace.

      En el marco de esta acepción, el binomio concepto y acto anticipa la interacción genuina del descubrimiento, consumada en el plano empírico, por cuanto la idea determina el acto. Este proceso implica que la construcción de la ubicación conceptual resulta decisiva en el marco del vínculo. Plena de axiomas, la razón técnica orienta y aborda al otro, la díada sujeto-objeto se convierte en partera de la historia.

      Se pone de relieve entonces que para contemplar acabadamente el descubrimiento como categoría de análisis histórica, es preciso tener presente una serie de dualidades: materialidad y conceptualidad, alteridad y movimiento: ellas convergen para escenificar uno de los sucesos cruciales en el intento de comprender la geopolítica del mundo actual, su esquema de relaciones y el contenido de su diálogo.

      La hora del reencuentro

      “Nosotros hemos sembrado el viento, él es la tempestad” (Sartre, 2007:22).

      Latinoamérica, como momento de la humanidad, encarna en su destino la posibilidad de dar voz al reclamo de lo humano. La crisis en la que vaga el hombre occidental, errante, exige la continuidad de la dialéctica histórica; donde el otro, sumiso y entificado, aguarda la recuperación de su individulización, el reencuentro.

      El reconocimiento del descubierto, como reciprocidad –o superación– del descubrimiento, entendemos que puede implicar una vía de habilitación para la emancipación social. El redescubrimiento, implica la posibilidad de un autoconocimiento y de un discurso propio. La recuperación del habla, del verbo. A partir de allí, la instauración del diálogo con el otro y la instancia de conocimiento recíproco.

      El vínculo que implicaba opresión, en tanto sujeto que descubre e impone desde la acumulación del poder y del saber, en las postrimerías de la dialéctica y a la luz del escenario actual, profundamente marcado por el vacío del hombre contemporáneo, demanda un diálogo de identidades, complejo pero igualitario.

      El descubrimiento a partir de este significado genera un encuentro recíproco. El reconocimiento como autodescubrimiento implicará una resignificación de discursos y una reubicación, la pluralidad de palabra y la ruptura con la única vía del pensar. Para arribar a esta posibilidad es necesario un proceso de reconocimiento histórico, en el que exista una autovaloración del sujeto que se encuentra con aquello

Скачать книгу