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el resultado de “los grilletes forjados por la mente”, una frase inolvidable que ha perdurado en mi mente durante tres décadas. Cuando la mente es, al mismo tiempo, la cárcel y la prisionera, encontrar una solución para el sufrimiento parece enormemente dificultoso. Incluso motivar a las personas a intentarlo es abrumador.

      Eddie Stern, con su amplia experiencia como profesor de yoga y orador, posee un gran conocimiento en relación con la motivación de sus alumnos actuales y de los potenciales. A un nivel personal, esta puede ser la parte más convincente del libro, al construir un puente entre la India de los rishis de antaño y el mundo moderno secular. En la actualidad, el yoga se encuentra en la cresta de su popularidad, pero las modas son pasajeras, y Stern sabe que a menos que exista algo más que una clase regular de yoga, a menos que se contemple una visión completa del potencial que alberga el yoga, existe un riesgo muy real de que el yoga sea un fenómeno transitorio.

      La visión profunda es la del yoga como unión, lo que significa superar la concepción de un ser dividido. La separación es lo opuesto a la unión, y la separación en su máxima expresión es aquella que todos padecemos: la mente separada de su naturaleza esencial. Puedes abordar este asunto desde diferentes ángulos, y este libro consigue hacerlo hábilmente. Un riñón, el corazón o las células del pulmón ya se encuentran unificados en su estado natural. Las células no dudan de su propia existencia. Funcionan holísticamente y nos ofrecen un modelo para la vida, un fluir de energía e inteligencia. La conexión entre la mente y la biología forma una trama muy consistente en las enseñanzas de Stern sobre el yoga.

      También podemos prestar atención a otros alarmantes signos de separación: las relaciones problemáticas, el desacuerdo social y todas las formas de comportamiento autodestructivo, que incluyen las adicciones y otros desórdenes del estilo de vida que son prevenibles y que las personas tienden a exacerbar, en vez de ayudarse a sí mismas a curar. Pero al final, es el conflicto del ser dividido en oposición a sus supuestas dualidades lo que el yoga enfrenta. La mente no se volvería una enemiga si el ser no se considerara dividido; nosotros no abandonaríamos el cuerpo como algo ignorado, anulado o avergonzado (excepto por aquellos dotados de cuerpos espléndidos y bellos; pero incluso estos deben enfrentar el paso del tiempo y el envejecimiento).

      Uno de los principios más importantes del yoga es que el nivel de la solución no se encuentra al nivel del problema. Mientras nos mantengamos en el estado de separación del ser, seremos dominados por él. Solo hay tres actitudes que podemos tomar ante el sufrimiento de la mente: tolerarlo, solucionarlo o alejarnos. Desafortunadamente, las tres están destinadas al fracaso, y por la misma razón. La mente que intenta tolerar, solucionar o alejarse del sufrimiento es la misma mente que ha sido dividida por el estado de separación. Una mente fragmentada es como Humpty Dumpty, cuya caída es malinterpretada. Ni todos los hombres o caballos del rey pueden reparar un huevo que se ha roto, de esto no hay duda. Pero Humpty Dumpty no puede repararse a sí mismo, y esto es lo que representa el problema real.

      El yoga resuelve este dilema al establecer ciertas verdades que se manifiestan a través de la práctica del yoga y la meditación. Ya hemos hablado de la primera, que señala que el nivel de la solución no está al nivel del problema. Aquí presento algunas otras verdades, tal como las entiendo:

      El nivel de la solución es la consciencia, cuya naturaleza intrínseca es completa, íntegra e indivisible.

      La consciencia, al ser la fuente de la creación, está siempre presente en su forma pura y completa.

      Cuando la mente experimenta su origen en la consciencia pura, las soluciones brotan, no a través del esfuerzo por terminar con el sufrimiento, sino mediante el estado de integridad; sin necesidad de intervenciones, motivaciones o reflexiones externas.

      El cuerpo, el cerebro, la mente y el universo son diferentes modalidades de la consciencia. Cada modo tiene capacidad de autorregulación, así también la totalidad. Una célula tiene la capacidad de mantenerse viva y prosperar en un estado de perfecto equilibrio. Lo mismo se repite en cada área de la naturaleza.

      Cuando la autorregulación falla, la causa primordial es la pérdida de contacto con la consciencia. Al experimentar la consciencia pura, la autorregulación se recupera. El cuerpo, el cerebro, la mente y el universo regresan a su estado integrado.

      Sé que practicar yoga para que el universo regrese a su estado natural suena descabellado, y esta afirmación es muy vasta para ser explorada en una página o dos. Pero cuando el yoga nos devuelve a nuestra fuente y nos permite experimentar ese estado iluminado, la única alternativa es que la realidad (como llamamos al universo) cambie junto con todo lo demás.

      A pesar de su actual popularidad, el yoga en la India está enredado con particularidades aburridas, controversia filosófica, interminables discusiones acerca de los textos antiguos, profesores y sistemas que compiten entre sí, y así sucesivamente. Admiro profundamente a Eddie Stern por aportar claridad y compasión a este caos profano; el futuro depende de estas dos cualidades. En su totalidad, este libro es la manera más amable y accesible para abarcar el yoga en todo su potencial. En tanto que los humanos tengamos un potencial infinito –otra afirmación sobre la consciencia– el yoga despliega un campo de posibilidades que de otra manera permanecería inaccesible para el ser dividido. Stern nos ayuda a no olvidar nuestro potencial inexplorado, lo que puede ser la naturaleza central de su enseñanza y de su vida.

      UNA COSA SENCILLA

      En la primavera del año 2010, un investigador y terapeuta corporal llamado Marshall Hagins vino a visitar mi escuela de yoga en el SoHo, Nueva York. Me preguntó si me interesaría diseñar un protocolo de yoga para un estudio científico que buscaba analizar la posibilidad de que el yoga tuviera un impacto positivo en la hipertensión de los afroamericanos. Veintidós años antes, yo había decidido no ir a la universidad para viajar a la India, y desde entonces había dedicado la mayor parte de mi vida a regresar allí para estudiar, practicar y leer todo lo referido al yoga. Me sentía muy a gusto con el yoga, pero no tenía ni la más pálida idea respecto a los principios básicos de la ciencia. Frente a mí había una persona muy inteligente, que pensaba que yo sabía algo y que necesitaba mi ayuda. Así que, con o sin conocimiento científico, por supuesto que dije “¡Sí!”. No me imaginaba que esta reunión cambiaría el curso de mi dedicación a estudiar y memorizar textos antiguos y me llevaría a investigar por qué el yoga funciona tan bien.

      ¿Cuál es la razón por la cual una persona con dolor de espalda, otra con hipertensión, otra con problemas de digestión y otras que buscan el sentido de sus vidas pueden entrar a la misma clase de yoga, hacer básicamente lo mismo y salir de allí no solo sintiéndose mejor sino también sintiendo que aquello que las angustiaba, o la condición que sufrían, está mejorando? ¿Cómo, al hacer una cosa sencilla –una práctica generalizada de yoga– la gente fue capaz de reducir su estrés, calmar sus dolores corporales, mejorar su función cardiovascular, reducir su medicación para la diabetes, sentirse más feliz, enojarse menos y mejorar su descanso y su digestión? De alguna manera, si tiene la posibilidad, el cuerpo sabe cómo corregir los desequilibrios. Y más interesante aun, era evidente que las posturas del yoga no tenían que ejecutarse “bien” o “correctamente” para que estos efectos positivos se manifestasen; tampoco era relevante que alguien fuese flexible o rígido, liviano o pesado, enfermo o saludable: el yoga parecía funcionar igual. Suponía que tenía algo que ver con el sistema nervioso, pero no estaba seguro con qué. Así que comencé a leer, a hablar con médicos y a investigar.

      Este libro es, en gran parte, el resultado de esa investigación (de eso, y de treinta años de práctica). En mis conversaciones con los médicos, aprendí acerca de la presentación del sistema nervioso que hace la cultura occidental. Yo estaba familiarizado con lo que decían los antiguos textos yóguicos sobre el sistema nervioso, y podía buscar las correlaciones, hacer suposiciones y luego discutir estas similitudes con los médicos. Siempre intenté verificar si lo que ellos sentían respecto a lo que yo decía les sonaba válido, y lentamente, las ideas que presento en este libro comenzaron a pulirse. Recurrí a la maravillosa investigación llevada a cabo por el Dr. Stephen Porges, la Dra. Shirley Telles, la Dra. Bethany Kok y muchos otros. A lo largo de este libro, me referiré a sus trabajos

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