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Desvestir al ángel. Eleanor Rigby
Читать онлайн.Название Desvestir al ángel
Год выпуска 0
isbn 9788418013416
Автор произведения Eleanor Rigby
Серия Desde Miami con amor
Издательство Bookwire
Cinco veces seguidas. Bendito fuera Dios.
Mejor se reservaba la respuesta, porque no le gustaría y no se le ocurría otro modo de abordar el hecho de haber cateado el mismo número de veces que él había pasado la inspección técnica del Audi.
Se metió en el coche, y en cuanto lo hizo, le vino un flashback de la vez que tuvo que meter a Mio a la fuerza. Seguro que ella ya no se acordaba, pero le costó un mundo sentarla en el maldito asiento de copiloto, y más todavía ponerle el cinturón. Esa noche no solo fue horrible por lo que podría haber pasado, ni por el tremendo cabreo que agarró, sino por lo que le costó resistirse a ella. No era ningún maldito abusador, y antes se inmolaría que tocar a una borracha, pero cuando se inclinó entonces para protegerla con la banda sabiendo que no llevaba bragas... Estar cabreado le acentuaba la libido, y nunca ante lo estuvo de esa manera.
Carraspeó y subió el volumen del reproductor para concentrarse en algo que no fuera tangas rojos y lo difícil que le había resultado verlos en otras mujeres desde aquella noche. Los Beatles entonaban su Eight Days A Week. Le hizo gracia que fuera esa exactamente la que sonaba, y sonrió algo melancólico. No era la que más le recordaba a Mio: de Mio se había llevado la música española, gracias a su pasión por los grupos de la Península y los viajes que hacían en familia a Barcelona. Y aunque sentía que todo encajaba con ella, eran las letras de IZAL las que parecían haber compuesto en su nombre. Pero cuando se estaba enamorado, todas las canciones empezaban a sonar por y para la misma persona.
«Ain’t got nothing but love, babe... Eight days a week».
El viaje hasta la casa de Aiko no duraba ni quince minutos, pero Mio sabía exprimir cada segundo al máximo. Esa vez no logró sacarlo de quicio iniciando una discusión sobre por qué no podía quitarse los zapatos, sino mirándolo varias veces por el espejo retrovisor con cara de indecisión.
Love you every day, girl
Always on my mind
One thing I can say, girl
Love you all the time3
—¿Estás enfadado? —le preguntó—. Por lo de hoy.
—No. Podrías haberlo hecho peor. Echándole cicuta a mi café, por ejemplo. O llegando a las manos discutiendo con Julie.
—¿Por qué te acostaste con Julie?
Captó la mirada de Mio a través el espejo. Era una pregunta estúpida, y a la vez, muy inteligente. ¿Por qué la gente se acostaba con otra gente? Por placer, generalmente. Pero a él no le aplicaba la norma. Sabía correrse, pero nunca se sentía del todo satisfecho, y con Julie no fue distinto... Aunque no era como si se acordase. Tenía muy borrosa esa noche. Solo recordaba que, antes de reunirse en el bar con la abogada, había estado en la universidad con Aiko haciéndole una visita a Mio, que presentaba muy orgullosa a su último novio. Un auténtico gilipollas.
—Quiero decir... Si tanto te importa tu imagen y separar una cosa de la otra...
—Fue un error. Como ya te he dicho, no se repitió, ni tampoco pienso hacerlo.
Apenas un par de rotondas después, Caleb estaba ralentizando la marcha para aparcar delante de la casa. Un viaje rápido, breve, pero igualmente tenso. Mio en su coche era la Mio del pasado año, la Mio semi desnuda, con el pelo aún largo y no tantas ganas de sufrir como de hacerlo sufrir a él con sus comentarios. Que ella lo acusara de estar enamorado de Aiko fue la gota que colmó el vaso. Llevaban años intentando dejar claro que no estaban juntos, pero suponía que a Mio le convenía creer lo contrario para no aceptar lo que era evidente. ¿O de veras lo pensaba? ¿Cómo de ciega estaría?
—Las secretarias no hablaron solo de mí —empezó Mio. Se quitó el cinturón y se giró hacia él, con una expresión solemne que le sentaba muy bien—. También dijeron que estabas encerrado en tu despacho para distraerte de todo el asunto de la boda. Aiko ha admitido que no te hace ilusión, y mamá confirmó que solo trabajas, y... Solo quería decirte que lo entiendo. —Hizo una pausa—. Entiendo que lo estés pasando mal. No me imagino lo duro que tiene que ser ver cómo el amor de tu vida se casa con otro hombre y no puedes hacer nada para que cambie de opinión. Por eso quiero que sepas que si alguna vez... Si alguna vez necesitas llorar, o solo desahogarte... —Se frotó las manos contra los muslos—. Estoy aquí. No soy la mejor dando consejos, ya lo sé, y soy la primera que necesita un psicólogo, Otto me lo repite mucho... Ella tiene uno y le va mejor, por lo menos no se inventa que se acuesta con su jefe. En fin... También sé que me guardas rencor por lo que pasó el año pasado, que no lo olvidas... Pero de verdad.
Sonrió un poco, deteniéndole el corazón.
—Llámame y yo estaré contigo, ¿vale?
Caleb abrió la boca para contestar, pero ella se lo prohibió impulsándose hacia delante y robándole un rápido beso en la mejilla. Salió del coche antes de que él pudiera reaccionar —y, joder, fue lo más inteligente que podría haber hecho—, siguiendo precipitadamente el camino de piedrecitas del jardín costero que bordeaba el edificio. La perdió en el portal antes de parpadear una tercera vez, y no pudo sino preguntarse de qué acababa de huir.
Miró de reojo la guantera cerrada, y luego examinó el asiento que la chica había ocupado. Retuvo el aliento sin saber por qué, y esperó unos cuantos minutos aparcado hasta que recordó que la vida seguía cuando se separaba de Mio.
Aunque a veces no lo pareciera.
3 Te quiero todos los días, chica; siempre en mi mente. Una cosa puedo decir, chica: te quiero todo el tiempo.
5
El que quiere ganar, y el que quiere hacerlo bien
Lo había vuelto a hacer. Volvía a llegar tarde.
Era oficial que a Mio le duraba la puntualidad lo mismo que las medias en su estado original, o lo mismo que los novios, o lo mismo que los vestidos de novia carísimos sin romper. Consiguió aparecer en la oficina a su hora durante los días siguientes a su presentación, pero al lunes que continuó ya había vuelto a olvidar el despertador.
Podía decir que no era su culpa, una de sus excusas preferidas y que nunca le creían porque... en fin, solía ser su culpa. Casi siempre. O tal vez siempre, a secas. Pero es que había sido decisión suya pasarse toda la noche mirando la tele con cara de amargura, contándole a Noodles lo que llevaba callándose unos cuantos atardeceres.
—Se metió en el probador con ella, te lo digo en serio —balbució, mirando a su pájaro con una mueca—. Cuando fuimos a mirar vestidos, Caleb la acompañó al probador y salió ya cambiada, así que se quedó en ropa interior delante de él. Y... Ya sabes que me gusta escuchar detrás de las puertas. No estuve mucho rato, porque luego me siento mal y casi me pilla esa tal Florencia, que por cierto... ¿Por qué todas las argentinas se llaman Florencia? ¿Es una especie de alegoría a algo, o les pagan para ponérselo de segundo nombre? ¿O es por Floricienta…?
»En fin, como te iba diciendo; que Caleb dijo algo sobre romperle la cara a Marc, y que lo odiaba por quitarle a la única mujer con la que estuvo de verdad, y... Y no sé a qué juega Aiko, obligándolo a acompañarla a todas partes para organizar la boda, cuando debe estar pasándolo fatal.
»¿Te acuerdas de esa peli en la que sale Patrick Dempsey cuando era joven y guapo, en la que se da cuenta de que está enamorado de su mejor amiga al ir a casarse y ella lo nombra dama de honor? ¿O es damo de honor? ¿Caballero de honor? Uy, eso suena a que participó en las Cruzadas... Bueno, eso, que si Caleb hubiera sido Patrick y Aiko hubiese sido la otra, pues lo entendería, porque la protagonista no sabía que había sentimientos por medio. Pero Kiko ya debería sospecharlo. ¿Por qué le hace sufrir?
Esa duda llevaba matándola toda la semana, además de otra relacionada con medidas no incluidas en el parte de nacimiento de los hombres. Mio terminaba sus tareas a la hora en que Caleb se las pedía,