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fantasear tranquila—. Aparte de por sus grandes gestas. Míralo: el estrado es más suyo que del juez. Trata a los señores del jurado con cortesía y distancia porque se lo puede permitir. ¿Has visto a mi hermano en acción? El muy cerdo saca sus ojitos, se hace un poco la víctima y se mete al jurado en el bolsillo con argumentos patéticos que acaban siendo convincentes porque les da el sentimentalismo que esa gente quiere. Al final, es una especie de reality show. Pero Caleb no necesita nada de eso. Sus hechos son tan obvios, consigue pruebas tan claras y específicas que daría igual cómo contara la historia o interrogase a los testigos, siempre tendría razón.

      —Aun así, Marc le gana cada vez que se enfrentan —señaló Mio. Entornó los ojos para ver mejor, captando los gestos que Caleb hacía al referirse al juez.

      —Porque no importa cuántas veces te hayan contado que el bien triunfa: los malos siempre ganan. Los malos retorcidos y que conocen la lección, no los pardillos que tiran piedras y se entregan. Partiendo de que muchos casos son muy subjetivos y la ley no puede aplicarse de la manera más justa, Marc se aprovecha de sus vacíos para salir por donde quiere. Caleb pretende ser el justiciero, hacerlo todo de la manera correcta, y eso es muy difícil... Por eso pierde a menudo. Al final solo hay dos tipos de abogado, chiquita. El que quiere ganar, y el que quiere hacerlo bien.

      —Pero el que gana es porque lo ha hecho bien, ¿no?

      —Solo a veces. De todos modos, no hablamos de resultados, sino de motivaciones: a Marc le motiva la victoria, y a Caleb, hacer lo correcto.

      —¿Tan malo es tu hermano? —preguntó, dudosa—. Todo el mundo dice que es el demonio, y es verdad que la cagó con Kiko una vez, hace tiempo… Pero me parece muy simpático.

      —Oh, y duerme como un tronco todas las noches aun habiendo restado años de pena a auténticos miserables, pero es solo su trabajo. La gente debe entender que todo el mundo tiene el derecho a ser defendido, y que a Marc le han estado tocando los villanos, por oficio y por delegación de su jefe. Y tampoco es tan simpático. Se nota que no lo has visto cuando me como sus Skittles. Ni tan entregado. Los dos estudiamos Derecho por herencia paterna, no porque nos importase un carajo la gente. Pero conforme ha pasado el tiempo, nos hemos acostumbrado y ya no podemos alejarnos del mundo legal. Sabrás lo que se dice... «Si puedes vivir sin hacer algo, déjalo inmediatamente».

      Mio se giró y lo miró confusa. Repitió la frase para sus adentros. La había oído muchas veces antes: era el lema espiritual de su madre, que soltaba para justificar sus constantes idas y venidas con su padre, sus «ahora sí», «ahora no». Aiko y Caleb eran fanáticos de lo bien que sonaba y cómo aplicaba en la vida cotidiana, así que lo adoptaron como filosofía de empresa: la había visto grabada en una placa de titanio y cristal en el recibidor del bufete. Era lo primero que se veía al salir del ascensor.

      Ella no se sentía identificada con lo que sugería. La descolocaba, y por eso prefería pasar sin mirarla. Como la leyera, pasaría el día dándole vueltas a su significado, y lo trasladaría a ámbitos de su vida en los que prefería no pensar. No quería hacerse preguntas, porque sus respuestas ya estaban definidas y temía que, al probar otras alternativas, se diera cuenta de que estaba perdiendo el tiempo siendo alguien que no era. Pero si tuviera la fortaleza y voluntad necesarias para replanteárselo todo, se preguntaría sin qué no podía vivir... A lo mejor descubriría que la abogacía no era una de esas cosas, probablemente sufriendo un ataque de ansiedad después.

      Sacudió la cabeza, no muy contenta con lo que estaba sugiriendo. ¿En qué estaba pensando? Ella siempre había querido ser abogada, trabajar con su hermana y defender a los desfavorecidos... Aunque el bufete de Aiko defendía mayormente a multimillonarios y otros personajes influyentes. Muy desfavorecidos no eran del todo.

      Silenció aquella parte de su cabeza y se fijó en que Jesse le sonreía a la Corte, donde Caleb se levantaba para protestar por subjetividad.

      Mio levantó las cejas.

      —¿Tienes una dilatación en la oreja? ¿Está eso permitido en un abogado?

      Jesse puso cara de indignación.

      —Espero que no lo digas porque parezco un tío menos legal por ello. Peores son los que quieren pasarse la ley de prohibición del acoso en ámbito laboral haciéndole una dilatación anal a su adjunta, y te aseguro que yo no soy el que inauguró ese grupo el día que pusiste un pie en la oficina.

      —No te entiendo. ¿Qué quieres decir?

      —Nada, mujer. Solo que es una pena que Caleb sea tan serio, seguro que le gustaría que te partieras el culo con él.

      Mio lo miró con curiosidad e ilusión.

      —¿Tú crees? Porque... Somos amigos de la infancia, y es gracioso cuando quiere, solo que no conmigo. Es como si yo fuera una molestia para él. Siempre ha sido distante, incluso un poco borde. A veces se ha portado como si fuera mi padre.

      —¿Y quién no quiere ser un sugar daddy? —replicó en voz baja.

      —¿Qué has dicho?

      —Que me encantaría que me contaras más.

      —Ese es todo el resumen. Caleb y Aiko se hicieron mejores amigos en la preadolescencia, y yo iba detrás de ellos como una tonta esperando que me incluyeran en el grupo. A veces Kiko me animaba a acompañarlos a alguna parte, pero al final me sentía desplazada. Ni siquiera lo hacían adrede, es solo que tienen esa conexión que incomoda a los demás porque no la entienden. Yo no la entiendo. Aunque de los dos, era Cal quien se pasaba todo el día con cara larga.

      —El priapismo no es muy divertido, no me puedo imaginar a nadie sonriendo cuando lleva a todas partes la polla como las avellanas del turrón.

      Mio siguió hablando, sin escuchar ni descifrar los comentarios que Jesse hacía por lo bajo.

      —Por eso dudaba sobre si ocupar el lugar de Aiko o no, que en realidad no es su lugar, porque no estoy haciendo su trabajo... Pero temía que Caleb se enfadara o agobiase por tener que verme todos los días. Sé que no le hace ilusión...

      —Estoy seguro de que al menos a una parte de él le ilusiona muchísimo, Mio.

      —¿Y por qué no lo demuestra? —protestó.

      —Porque el bufete toma medidas estrictas contra el escándalo público, y Caleb no es un gran exhibicionista. Además, quién sabe si al final querrías denunciarle...

      —¿Denunciarle? ¿Por qué?

      —Ya sabes, por los pormenores de trabajar en equipo —comentó con tranquilidad—. No todos quedan satisfechos siempre.

      Mio suspiró y se miró las manos. Se había pintado las uñas de morado: era una manera de desearse suerte y convencerse de que todo iría bien.

      —Ojalá no fuera tan duro conmigo.

      —No digas nada de lo que puedas arrepentirte... —canturreó.

      —No me arrepentiré. Créeme, me acuerdo de todas las veces que me ha regañado por hacer algo mal, y de la cara de decepción que ponía. Y de lo tenso y enfadado que estaba.

      —La satiriasis no es el camino a la felicidad, Mio, lo tienes que entender.

      —¿Satiriasis? ¿Qué es eso? Da igual. Solo quiero saber cuál es su problema conmigo.

      —Creo que son las faldas. —Mio lo miró expectante—. Son demasiado largas, ¿sabes? Le recuerdas a su madre, y eso le pone de mal humor. Deberías probar con una mini un día, a ver qué tal.

      —No lo había pensado... Es verdad que Caleb sufre mucho por sus padres todavía —murmuró para sí. Se giró hacia Jesse con esperanza—. Tú lo conoces muy bien, ¿verdad? ¿Qué otro consejo me darías para no incomodarle, o para que deje de evitarme siempre que puede?

      —Si te sirve de consuelo, en el trabajo nos evita a todos porque no va allí a hacer amigos. Créeme, tardé un tiempo en convencerlo para que fuese mi partner in crime. Y más últimamente, que se está volcando en un caso secreto del

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