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Jonathan Edwards. Harold P. Simonson
Читать онлайн.Название Jonathan Edwards
Год выпуска 0
isbn 9788417620295
Автор произведения Harold P. Simonson
Жанр Философия
Издательство Bookwire
Con objeto de preparar el terreno para la teoría del corazón que tenía Edwards, dedico los dos primeros capítulos al hecho de la experiencia religiosa en su relación, primero, con la biografía de Edwards, y luego con su época en Nueva Inglaterra. Sus primeros años como alumno de Yale y como ministro novel en Northampton, Massachusetts; su lectura de John Locke; sus inquietudes teológicas que fueron evidenciando cada vez más la influencia de Calvino a la par que la de Locke… todas estas cosas se entienden como hitos importantes precedentes de sus afirmaciones radicales, en 1731 y 1734 respectivamente, sobre la soberanía de Dios y la justificación por la fe. Estos pronunciamientos importantes que establecieron su postura calvinista dieron pie a debates teológicos que conformaron toda su carrera. Estas doctrinas, representativas de su oposición arrolladora al liberalismo arminiano, fueron también el fundamento del reavivamiento religioso que, hacia 1735, se había extendido por el valle del río Connecticut.
No fue la intrépida defensa que hizo Edwards del calvinismo per se lo que dio relevancia especial a su liderazgo durante el Despertar; fue más bien su profunda convicción de que la teología calvinista era cierta en la experiencia humana. Estaba convencido de que la experiencia humana corrobora los paradigmas calvinistas. Edwards insistió en que, a menos que la teología se enraizase en la experiencia, no podía ser otra cosa que especulación intelectual. Al trascender la teoría de la sensación de Locke, Edwards insufló vida a las doctrinas del pecado original, la justificación por la gracia, la elección y la salvación, y proporcionó el tono espiritual para todo el Despertar.
Para conseguir que el reavivamiento fuera convincente desde el punto de vista teológico, Edwards tuvo que distinguir entre el emocionalismo y los afectos religiosos genuinos. Los ministros revivalistas eran criticados (a veces con motivo) por no saber distinguir entre ambas cosas, y el propio Edwards les advirtió sobre la importancia de hacerlo. Entre sus primeros escritos sobre el tema destacan Marcas distintivas de la obra del Espíritu de Dios (1741) y Algunos pensamientos sobre el avivamiento presente de la religión en Nueva Inglaterra (1743), obras que los lectores contemporáneos, independientemente de su postura teológica, reconocieron como tratados notables por propio derecho. Cuando en 1746 se publicó el Tratado sobre los afectos religiosos, no cupo ninguna duda de que había surgido una voz importante entre ellos. A pesar de que esta obra apareció cuando ya se había producido el Gran Despertar, clarificó de una vez por todas la postura esencial de su autor. Él afirmaba que la religión no consiste solamente en una comprensión especulativa, sino en la voluntad, la inclinación, el apego. La religión concierne a un afecto genuino que induce al corazón a apartarse del egocentrismo y a centrarse en Dios. El tema que desarrolló Edwards durante toda su vida fue qué supone esto cuando se traduce a la experiencia humana.
En los dos capítulos siguientes (3 y 4) analizaré cuáles son las consecuencias importantes de la experiencia religiosa según la teología de Edwards. Voy a centrarme concretamente en la imaginación (visión) y el idioma. Estos capítulos más especulativos del libro hablan de lo que Edwards explicitó solo de vez en cuando, pero que fue un elemento subyacente en su gran predicación sobre el pecado y la salvación. Edwards creía que el conocimiento depende del conocedor, y que todo conocimiento cristiano se basa en la experiencia de la conversión. Esto quería decir que la imaginación, como concesión hecha al hombre natural, no incluye nada espiritual hasta que el alma (el corazón) acepta a Dios por la fe. En resumen: el ser humano cree primero para poder imaginar, percibir y ver de verdad. Según Edwards, la imaginación santificada permite captar lo que es invisible e incognoscible para el hombre natural. Por consiguiente, el individuo lo percibe todo como imágenes o sombras de las cosas divinas y existentes dentro de la unidad del sentido divino. Cuando se contempla desde dentro del círculo de la fe cristiana, todo es una emanación divina. Solo dentro de este contexto, que Edwards identificó como la revelación cristiana, es digna de confianza la imaginación humana. Solo cuando el alma “se une” a Cristo y la gracia ilumina el corazón, la visión estética se vuelve cristiana y el artista se convierte en santo.
El idioma religioso es el idioma de la fe. Al adoptar este paradigma, Edwards se desvió mucho de Locke, quien concebía las palabras como señales arbitrarias impuestas a las ideas, que no tenían ninguna conexión inseparable con ellas. Para Locke, las palabras vienen después de las ideas y solo tienen una relación arbitraria con ellas. Por otro lado, Edwards vinculó las palabras con las ideas reales (una idea real, bajo el punto de vista de Edwards, fue siempre una experiencia que participase de la emoción además del conocimiento), de modo que las palabras sirven para salvar el vacío entre el conocimiento y el ser, la cognición y la aprehensión. Fue un paso más lejos, intentando relacionar las palabras con la experiencia religiosa. Por supuesto que no lo consiguió, y él era consciente de que así sería. Conocía las limitaciones del lenguaje religioso, aunque no eran tan restrictivas como las de la estética. Edwards dijo que el lenguaje religioso nunca puede expresar plenamente el sentido del corazón. Tampoco puede ser el medio definitivo de la gracia. Las palabras son la causa “ocasional”, nunca la “suficiente”; preparan el corazón induciendo una disposición emocional para la aprehensión de la verdad religiosa, pero nunca son los medios suficientes para transmitirla.
En su calidad de predicador y escritor, Edwards utilizó las palabras como medios para preparar el corazón del oyente y del lector. En los dos últimos capítulos (5 y 6) analizo las maneras en que Edwards hizo esto, sobre todo cuando dio expresión a las grandes doctrinas cristianas del pecado y la salvación. Por lo que respecta a su tratamiento del pecado, presto una atención especial a “Pecadores en manos de un Dios airado”, el sermón más famoso que haya nadie predicado en Estados Unidos. Debato las ideas de Edwards relativas tanto a la salvación personal como a la historia de la salvación, incluyendo sus ideas sobre la creación y la escatología, aunque el comentario sobre ellas exige necesariamente un examen de la teología subyacente que estableció Edwards en determinadas obras no homiléticas. En este sentido, tienen una importancia especial obras como El pecado original (1758), La naturaleza de la verdadera virtud (1765) y Sobre el fin que tuvo Dios al crear el mundo (1765).
El énfasis de este libro recae sobre lo que Edwards definió como el sentido del corazón, la capacidad que trasciende el sensacionalismo de Locke, la racionalización, la especulación y la “comprensión”, la visión estética; es decir, la capacidad de experimentar por fin, por medio de la fe, la gloria de Dios y concebirla como el fin último y el propósito de su creación.
CAPÍTULO UNO
La historia de la conversión de Edwards
1. El corazón que despierta
Lo que sabemos de la primera época en la vida de Edwards, concretamente de sus emociones religiosas, antes de que fuera ordenado en Northampton en 1727, a los 23 años de edad, procede sobre todo de tres breves escritos que él nunca destinó a la lectura pública. Uno es su Narración personal, escrita en algún momento después de 1739, seguramente cuando Edwards contaba 40 años más o menos. Esta obra suele admitirse, justificadamente, como una de las mejores autobiografías de la literatura estadounidense. Dos terceras partes de la misma se centran en esos primeros años de la vida de Edwards, vistos desde una perspectiva que mejora