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Lacan, J., Seminario 15, “El acto psicoanalítico”, clase del 21/5/1968, inédito.

      27- Lacan, J., Seminario 14, “La lógica del fantasma”, clase del 8/3/1967, inédito.

      28- Ibíd.

      29- Lacan, J., El Seminario, Libro 10, La angustia, op. cit., p. 139.

      30- Lacan, J., “La dirección de la cura y los principios de su poder”, en Escritos I, Siglo XXI editores, México, 1997, p. 619.

      31- Lacan, J., Seminario 14, “La lógica del fantasma”, clase del 8/3/1967, inédito.

      32- Ibíd.

      33- Ibíd.

      34- Lacan, J., El Seminario, Libro 10, La angustia, op. cit., p. 139.

      “Lo que nos permite ver topológicamente de qué se trata, es que a continuación nos dice: ‘Entre el hombre y el mundo’, ese mundo que sustituye a la volatilización del partenaire sexual, hay un muro, o sea el lugar donde se produce la inflexión que un día introduje para significar la juntura entre verdad y saber. No dije que eso estuviera cortado. Es un poeta de ‘Puasia’ quien dice que es un muro. No es un muro, es simplemente el lugar de la castración. Esto lleva a que el saber deje intacto el campo de la verdad, y recíprocamente además. No obstante, lo que hay que ver es que ese muro está en todas partes”.

      Jacques Lacan

      En la cita del epígrafe Jacques Lacan sitúa con precisión el punto de ruptura del saber con la verdad entre hombres y mujeres; entre ellos se erige un muro, el de la no-relación (nombre freudiano: castración) lo que los empuja a la invención de síntomas singulares para arreglárselas entre ellos, solos con sus modos de gozar desplazándose entre lo público y lo privado.

      La inquietante falta de un sentido universal –que lograra acallar definitivamente el vacío estructural dejado por la inexistencia del Otro de las garantías– convoca cada vez a los individuos a la búsqueda de fundamentos últimos que aseguren que hay algo real en lo que decimos. Proseguiremos las respuestas de George Steiner a este problema secular, al que las religiones han respondido configurando la historia de la humanidad en sus trazos.

      Los atolladeros del deseo humano, las conflagraciones del goce, encuentran en el malestar de las civilizaciones la oportunidad de hacer saber la hiancia infernal que el psicoanálisis ha descubierto con el inconsciente: punto de intimidad más exterior que delimita la estructura subjetiva: sede de los fantasmas con los cuales las personas construyen –cada cual a su medida– las diversas figuraciones del Otro privador. Aclarémoslo: el infierno tan temido es el infierno de cada cual, y es el inconsciente el que ofrece la clave de los pensamientos más íntimos, pero además más rechazados por cada uno, y el escenario del consumo social, mundano, está allí para poner en escena los embrollos del deseo y los resbalones del goce de los que cada sujeto es responsable, aún desconociéndolos.

      La efectuación histórica de la psicología de las masas freudianas, que fue realizada de un modo paradigmático con el nazismo, resaltó ese punto de ignorancia de la estructura de la subjetividad de un modo inaudito. El proyecto de aniquilamiento de lo héteros, de lo radicalmente Otro, de lo diferente, condensado en lo judío y perpetrado de un modo sistemático, implementó su maquinaria al intentar des-responsibilizar al sujeto en nombre de la insignia de la “pureza racial”: el individuo nazi no se consideraba responsable de una matanza, sino garante de la “limpieza” de la raza.

      La satisfacción de la guerra, el goce en la destrucción del semejante –efectos señalados, al par que interrogados por S. Freud– nos conducen a la estructura que funda la segregación, tal como fue localizada por Jacques Lacan con la escritura de los cuatro discursos. Con su lectura del holocausto Jacques Lacan recordó que la subversión del sujeto operada desde la dialéctica del deseo en el inconsciente freudiano puede ser aplastada por el anonimato que tales masas consumen.

      La promoción de Dioses oscuros, deidades vengadoras, son alzadas como banderas por nacionalismos acendrados y fundamentalismos delirantes para intentar “reinstalar” (por medio de sus diversas creencias salvadoras) lo que sería una “justicia natural” que les estaría predestinada a esos grupos.

      Pero no es suficiente pensar tan solo en las huestes de Bin Laden y el fundamentalismo islámico; en su libro La religión en los Estados Unidos, Harold Bloom, recogiendo una encuesta de Gallup realizada en ese país, destacaba que 9 de cada 10 ciudadanos creen ser amados por Dios, creen ser los “elegidos” por él –invirtiendo el apotegma cristiano que exige de los fieles el amor a Dios, pero no menos las del amor intelectual a Dios, spinoziano. Esta suerte de lo que podríamos denominar una “erotomanía político-religiosa” tiene consecuencias imprevisibles. H. Bloom las investiga en un ensayo sobre la particular estructuración de la religión en Estados Unidos a partir de la dispersión de sectas que en ella conviven en un equilibrio inestable. Podríamos agregar que en la ac- tualidad el pragmatismo estadounidense se acerca peligrosamente con su doctrina de sectas al fundamentalismo que su gobierno quiere combatir en su cruzada contra pueblos islámicos. Lo desarrollaremos al final del ensayo, Trump mediante.

      Las políticas del delirio posmodernas pueden asombrarnos, pero sólo es más de lo mismo: en nombre de la paz universal se potencia la guerra, en nombre del Dios pacífico se proclama la muerte del vecino, en nombre del bien común se destruye lo más singular de cada civilización, lo que no es homogéneo, el modo de gozar del vecino porque es diferente del propio.

      Entonces, ¿cómo limitar en el ámbito público el goce privado de la destrucción del semejante, del prójimo?

      Las advertencias respecto de los avances cínico-segregativos del capitalismo salvaje, dan cuenta de un problema mundial. Es alarmante la creciente marginación de sectores de extrema pobreza, arrojados fuera del sistema de un modo aberrante. La función de los Estados-protectores ha sido erosionada por el cinismo-canallesco (2) de muchos funcionarios de los estados modernos y sus planes de economía “social” de mercado. Valga como ejemplo la pretensión de ciudadanos republicanos de los Estados Unidos, quienes hace ya algunos años han pretendido recortar su presupuesto de salud, amparándose (una vez más) en investigaciones estadístico-cientificistas que pretenden afirmar la superioridad racial de los ciudadanos blancos respecto de los negros. Es decir, si los negros fueran inferiores genéticamente, qué sentido tendría gastar en ellos el erario público, ya que su inferioridad sería irreversible y siempre configurarían un lastre social. Se sabe: se empieza por los negros o por los judíos, se sigue por los latinos o asiáticos, luego por los desocupados… Sabemos del horror –pero también de la fascinación, explotada por los mass-media– que produce en los hombres modernos la encarnación de precisos fantasmas de exterminio, actos de eliminación bruta de prójimos y semejantes a escala masiva. Richard Rorty será convocado más adelante para considerar su solución al problema de la falta de fundamentos últimos en la filosofía política.

      La práctica de la filosofía ha estado adherida –a través de los siglos– al saber, en nombre de la verdad. El saber es una operación del lenguaje que se procesa por acumulación, concentración y transmisión de significantes. Los significantes transmitidos en el saber filosófico documentan los esfuerzos de los hombres para extraer un sentido de verdad por medio de su pensamiento de la circunstancia de vivir.

      Desde

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