Скачать книгу

la dirección de la cura, tanto como que constituye un desafío a la neutralidad analítica. La frecuencia de estos estados de angustia que amenazan con un salto al vacío se actualizan bajo transferencia de un modo inquietante. En ocasiones, el analista –sin saber qué hacer– puede dejar caer al sujeto del dispositivo, preso de la impotencia. ¿Cómo intervenir en esos casos para reinstalar el dispositivo de palabra, cómo interponer algo que permita evitar que el sujeto vuelva a intentar dejarse caer?

      Pondré un ejemplo que ilustrará este punto.

      Lucía llegó a mi consulta en estado de perplejidad. Recién salida de un ingreso tras un episodio suicida, su máxima desesperación fue comprobar que las pesadillas y alucinaciones tóxicas que la atormentaban eran índices de que “estaba viva en una sala de terapia intensiva” y no de su “descenso al infierno, como merecía”.

      Transcurridos varios meses de entrevistas su posición era invariable: sólo respondía a mis preguntas y describía mecánicamente los hechos, siempre ausente de sus dichos. Con una particularidad: a una frase extensa le proseguía un mutismo que se prolongaba durante varios minutos. Tras varios intentos fallidos de hacerla salir, comprobé que no se trataba de un silencio cualquiera, sino que era un rasgo de su más profunda intimidad y que debía respetar –aun sin entender–. Hasta que un día interrumpió la monotonía y confesó un secreto. Se me acercó y –con firmeza– dijo que debajo de su cama guardaba un arsenal de pastillas que constituían su tesoro: cada noche tocaba la caja de zapatos para estar segura de que seguían allí: sólo esperaba el momento propicio para tomarlas.

      Comprendí que ese –y no otro– era su partenaire real. Ergo, era impracticable sugerirle u ordenarle que lo abandonara; debía inventar otra cosa. Cuando salió, gentilmente la acompañé hasta la puerta mientras le musité mi propuesta al oído: yo guardaría sus pastillas, pero le seguirían perteneciendo a ella, y podría solicitármelas cuando quisiera. Se sorprendió, me agradeció el gesto y se retiró. Si bien nunca llegó a entregármelas, a partir de ese momento las entrevistas fueron diferentes.

      Se produjo así el inicio de un emplazamiento bajo transferencia, en un tratamiento que ha durado ya más de veinte años. Análisis siempre al borde del pasaje al acto, aunque para Lucía tramitado con la dignidad que caracteriza la apuesta que encausa con el –aunque tenue– deseo de vivir que reinventa cada día.

      Es el propio Kris quien cuenta que tras la intervención “de superficie” (y sin leer en ello ninguna réplica al analista, sin ningún tipo de lectura transferencial) el paciente salió de la sesión, fue a un restaurante de la zona y se manducó un buen plato de “sesos frescos” –su plato favorito, por otra parte–. O para decirlo mejor, se tragó eso con lo que insistía su fantasma oral: el cerebro del otro para consumirlo, para robarle su producto.

Скачать книгу