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los detalles y de los paréntesis; se arraiga en este pensamiento y lo habita, suscitando por lo demás no una imitación servil, sino un eco rico en armónicos originales y en resaltos inesperados. Sin la menor duda, es una suma teológica, la suma del pensamiento evangélico en el mundo de hoy: los paralelos históricos son siempre peligrosos y nos faltaría la suficiente perspectiva, pero para quien ahora aborda la Dogmática, Barth ocupa un lugar en la raza de los más grandes doctores de la Iglesia: Agustín, Tomás de Aquino, Lutero, Calvino…18

      Es una obra monumental no solo por su extensión sino también por los varios modos en que Barth aborda los temas teológicos. No se reduce a exponerlos sistemáticamente, como en toda obra de esa naturaleza, sino que incluye exégesis profunda de los textos bíblicos. José Míguez Bonino ha sugerido más de una vez que, cuando leemos la Dogmática de Barth, debemos tomar muy en serio “la letra chica”, es decir, los espacios de letras más pequeñas a la que se utiliza en el texto general de la obra, porque allí está la mayor riqueza de la obra.

      ¿Qué es la teología para Barth?

      En el primer volumen y primer tomo La doctrina de la palabra de Dios, Barth se explaya sobre el tema al cual se consagró toda su vida: la teología. Allí define lo que es la teología, cómo se hace y cuál es su finalidad. La primera tesis –porque justamente su obra se articula a partir de una tesis o afirmación que luego desarrolla– dice: “Como disciplina teológica, la dogmática es la propia examinación científica de la Iglesia cristiana respecto al contenido de su distintivo hablar de Dios”.19 Lo primero es que la dogmática es una disciplina que está dentro del amplio campo de la teología, la cual, como sabemos, se puede desarrollar como teología bíblica, teología histórica, teología pastoral, entre otras modalidades. Esta disciplina que llamamos dogmática la realiza la Iglesia cristiana como propia examinación científica, analizando el contenido de su especial y distinguible modo en que habla de Dios. Más adelante, Barth se refiere a la teología como investigación y como un acto de fe. Al ser una ciencia, la teología es investigación y presupone la posibilidad de que el ser humano pueda conocer a Dios. Pero a su vez, la teología también está vinculada a la fe, es un acto de fe. “La dogmática es parte de la obra humana del conocimiento. Pero esta parte de la obra humana del conocimiento se mantiene bajo una decisiva condición.”20 Esa condición, para Barth, es la fe. Ya que “la dogmática es una función de la Iglesia cristiana”21 y para ser Iglesia hay que responder al llamado de Cristo, “Actuar en la Iglesia es actuar en obediencia a ese llamado. Esta obediencia al llamado de Cristo es fe”.22

      Por supuesto, el volumen citado no es el único en que Barth se refiere a la teología. Por eso, de esa primera aproximación al tema de la Dogmática, pasamos a su Introducción a la teología evangélica, el otro extremo cronológico, ya que reproduce las clases que el maestro expuso en Basilea en 1961 cuando ya estaba jubilado y le pidieron que enseñara un semestre más porque todavía no se había designado a su sucesor. En esta joya, que Barth denominaba “el canto del cisne”, vuelve al tema de la teología, su carácter científico, su relación con la Palabra, la comunidad, el Espíritu y la existencia teológica como asombro, conmoción, compromiso y fe. En la aclaración inicial dice:

      La teología es una de aquellas empresas humanas tradicionalmente llamadas “ciencias” que buscan percibir un objeto o el ámbito de un objeto por el camino que éste señala como fenómeno, comprenderlo en su significado y enunciarlo en todo el alcance de su existencia. La palabra “teología” parece indicar que en ella, como en una ciencia especial (¡muy especial!), se trata de percibir a Dios, de comprenderlo y enunciarlo.23

      Barth ubica a la teología dentro de esas “ciencias” humanas que definen un objeto de estudio a modo de recorte de la realidad para estudiarlo. Al escribir “ciencias” y “teología” entre comillas, está indicando un uso general y amplio del término, al punto de reconocer que en este caso se trata de una ciencia muy especial dado que intenta percibir a Dios, comprenderlo y enunciarlo, un Dios que nunca será objeto sino siempre un Sujeto supremo y soberano. Porque dado que hay muchos dioses, argumenta Barth, hay también muchas teologías en tanto son discursos sobre Dios. Para que no queden dudas, Barth denomina a su teología como “teología evangélica”. Debemos tener mucho cuidado cuando leemos esa nomenclatura ya que muchas veces remite desde el inconsciente colectivo a pensar en teología “de los evangélicos”. Barth dice sin ambages:

      No toda teología “protestante” es teología evangélica. Hay teología evangélica también en el ámbito romano, así como la hay en el ámbito ortodoxo-oriental y en los ámbitos de las variaciones mucho más recientes, como hay también deformaciones en el empeño renovador de la Reforma. Con la palabra “evangélica” queremos describir objetivamente la continuidad “católica”, ecuménica (para no decir “conciliar”) y la unidad de toda aquella teología que busca, en medio de la variedad de todas las demás teologías (sin querer hacer un juicio de valores) y en contraposición con todas ellas, percibir, entender y enunciar al Dios del Evangelio, es decir al Dios que se revela en el Evangelio, que les habla a los hombres y actúa sobre ellos, por el camino que él mismo señala. Allí donde él llega a ser el contenido de la ciencia humana, siendo al mismo tiempo su origen y su norma, allí hay teología evangélica.24

      Nadie puede adueñarse del evangelio como si fuera su propiedad privada. El Evangelio es de Dios y hay teología evangélica solo allí donde se revela el Dios del Evangelio, que es origen y norma de esta teología que, insiste Barth, sigue siendo siempre una ciencia humana. Más adelante va a aclarar con gran precisión que esta teología evangélica trabaja con tres suposiciones que están subordinadas, a saber: primero, el hecho de la existencia humana en la dialéctica entre ella y el Dios del evangelio; segundo, con la fe de las personas que están dispuestas a reconocer esa revelación de Dios; y tercero, con la razón, “es decir, con la capacidad de percibir, discernir y expresarse de todos, o sea, también de los que creen, que es la que técnicamente permite que ellos participen activamente en el esfuerzo teológico de conocer al Dios que se revela en el Evangelio”.25

      En otro texto Barth pondera a la teología como una de las ciencias más hermosas, pero a la vez, advierte sobre sus peligros. Dice:

      Entre todas las ciencias, la teología es la más hermosa, la que toca más profundamente a la inteligencia y al corazón, la que se aproxima más a la realidad humana y ofrece las visiones más claras de la verdad que persigue toda ciencia, más cerca también de todo lo que quiere significar en el cuadro de la vida universitaria […] ¡Pobres teólogos y pobres épocas en la teología los que no se han dado cuenta de toda esta belleza! Pero entre todas las ciencias, la teología es también la más difícil y la más peligrosa; la que conduce rápidamente a la desesperación, cuando uno se inicia en ella o, lo que es casi peor, al orgullo; la que perdiéndose en acrobacias aéreas o calcinándose en abstracciones, puede transformarse en la cosa más horrible que exista: su propia caricatura.26

      La teología es hermosa por tocar tanto la inteligencia como la emoción y por su capacidad para aproximarse a la realidad humana, pero el peligro radica en que puede conducir a la desesperación o al orgullo y transformarse así en una mera caricatura de su original. Se percibe también la nota de humor de Barth en la descripción de una teología que se pierde en “acrobacias aéreas” como si fuera un trapecista que solo se dedica a entretener a la gente.

      En un reciente artículo, el teólogo checo Milan Opoĉenský, luego de citar ese párrafo donde Barth pondera a la teología por su belleza y su carácter científico, dice:

      La teología dialéctica (de Barth y otros) trató de puntualizar que la teología tiene su justificación entre las ciencias solo si comienza con la revelación y con la realidad histórica de la iglesia, la cual es la reacción a la revelación. De otra manera, cualquier ciencia asumiría la responsabilidad de la reflexión teológica. Si hablamos acerca del carácter eclesial de la teología esto no significa que se quiera crear un espacio protegido en donde no tomaría lugar la confrontación con los resultados de otras ciencias. La teología no tiene como su tarea llevar a cabo la actividad proclamadora de la iglesia.27

      Finalmente, para Barth la teología no es un fin en sí mismo; es más bien un servicio que presta a la Iglesia. Por eso Barth destaca el

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