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calló y me miró dubitativo.

      —¿Hay algo más que quiera decir? Hable a su aire, no hay grabadora.

      —La seguí un par de veces fuera de mi horario de trabajo; me gustaba. No era muy alta, tampoco una belleza, nunca la hubieran contratado como modelo, pero andaba con ritmo y energía, como si estuviera bailando, y tenía una manera de mover los glúteos que no te dejaba quitarle los ojos de encima.

      «Un retaco montañero con la cara lavada —pensé— y consigue que este apolo que habla como un libro pase el día y la noche siguiéndola sin enterarse siquiera». Lancé una lastimera mirada al sándwich de Mercadona que guardaba en un cajón para devorarlo en dos bocados y aprovechar así la hora de la comida para hacerme un tratamiento facial que borrara, por unos días, las arrugas que empezaban a marcarse en mi cara. Interrumpí a González.

      —Discúlpeme —pedí— tengo que enviar un par de mensajes urgentes. Vía sms anulé la cita y comuniqué al comisario que acudiría a comer al bar de costumbre—. Siga, indiqué.

      —La vi entrar en un restaurante y me colé con la excusa de hacer una reserva. Estaba dando órdenes, era la jefa o la dueña, no sé. El restaurante era caro, no estaba a mi nivel. Igual que su piso, demasiado lujo para mí. Y luego estaba el notas, así que abandoné.

      —¿El notas?

      —Sí, el notas, el tipo, el pollo, el pavo.

      —¿Un novio?

      —No creo, solo aparecía al cabo de las mil, pero se les veía muy entusiasmados, eso sí.

      —¿Podría describirlo?

      —Tengo un retrato en la taquilla. Lo traigo en un momento. —Al volver, explicó—: Me gusta utilizar como cobertura el dibujo al natural, así puedo fijarme en la gente sin despertar sospechas, además no se me da mal. Empecé a estudiar Bellas Artes, pero lo dejé cuando comprendí que nunca sería un Goya ni un Picasso, ni siquiera un Monet. También empecé Filología, pero tampoco iba para Eduardo Mendoza, ni Cortázar, ni García Márquez, así que lo dejé, preparé las pruebas, aprobé a la primera y entré en la Escuela de Policía. A veces hay quien se acerca y me pide el retrato, así me sirve para entablar conversación y averiguar cosas sin llamar la atención.

      El dibujo era excelente. Respiré, al fin un hilo de dónde tirar. Se hicieron copias y se colgaron en todas las dependencias de uso común en la comisaría.

      Varios policías lo reconocieron como un posible vecino de la zona que habían encontrado con frecuencia por las calles cercanas y comiendo en bares y restaurantes próximos. Otros señalaron que lo habían visto en televisión y en clubs nocturnos. Unos cuantos cafés en la barra y discretos sondeos con los camareros llevaron a su pronta identificación: era el doctor Javier Palacios, el propietario de la Clínica Fedora de cirugía plástica, situada a escasos metros de la comisaría.

      Dado lo endeble de los indicios y sus contactos en los medios, decidí hacerle una cortés llamada solicitando una entrevista en mi despacho, como había hecho con otras personas del entorno de la víctima. Su secretaria se mostró desconfiada y sorprendida. Insistió en identificarme, saber el motivo de la entrevista, por qué lo llamaban allí, si teníamos noticias suyas, qué había ocurrido. Cuando me negué a facilitar información por teléfono más allá de mi identidad, la secretaria me propuso acercarse a la comisaría en el plazo de diez minutos.

      Una patética rubia teñida, con naricita californiana, pómulos de silicona y labios de africana fruto del colágeno, se presentó agitada preguntando por la inspectora Sureda. La recibí inmediatamente.

      —¿Saben algo? ¿Dónde está, se encuentra bien?

      —No sabemos nada, únicamente queremos solicitar la colaboración del señor Palacios acerca de un caso que estamos investigando. Son solo unas preguntas, no hay motivo de alarma.

      —¿No lo saben? ¿Cómo es posible? —La mujer había pasado de la sorpresa a la indignación—. El doctor ha desaparecido, hace casi un mes que no sabemos de él. Su hermano presentó la denuncia en el cuartel de la Guardia Civil.

      Maldije para mis adentros la falta de coordinación entre los cuerpos de seguridad, la calamidad del sistema CICERONE y su incapacidad para comunicarse con los de los juzgados y la Guardia Civil y a los ministros de turno. «Mierda de burocracia —pensé—, un día de estos se va a liar una parda y a ver quién la paga. El ministro no, seguro. Hay que joderse». Pedí disculpas a la secretaria, pero pareció no oírme.

      —¿No leen la prensa? —remachó.

       CAPÍTULO 4

      «Rompe el espejo Ocaso de sol de agosto, Negro el azogue»

      ANÓNIMO

      Corría el año 2005 y la península sufría una de las peores sequías del siglo. Los bosques empezaban a secarse, los incendios se multiplicaban y el nivel de los lagos dificultaba que los aviones de extinción pudieran repostar. La cosecha de cereales amenazaba con verse reducida a menos de la mitad de lo previsto y los apicultores daban por perdida la miel ante la ausencia de flores donde pudieran libar las abejas. Benito vivía en Mislata, en un piso de protección oficial construido a principios de los setenta, hacía pocos meses que su mujer había fallecido, se sentía solo y las paredes se le caían encima. Con las ventanas abiertas de par en par buscando un respiro del agobiante calor, miraba la televisión cuando vio el pantano que había inundado el lugar donde nació. Era noticia porque el campanario de la iglesia había empezado a emerger y se esperaba que pronto el pueblo entero quedara al descubierto. Algunos antiguos vecinos habían montado un improvisado campamento en las inmediaciones esperando volver a pisar sus calles, las casas donde nacieron, su escuela, el escondite donde se habían dado el primer beso. Se decía que todo permanecía en pie bajo las aguas.

      Aquella misma tarde cargó la tienda de campaña, un saco de dormir y lo más indispensable en su viejo Ford y tomó el camino del pantano. Al acercarse le llegó el olor de una barbacoa, un compañero de colegio lo reconoció en el acto y corrió a abrazarlo. Benito decidió pasar allí el verano. Una semana después, mientras contemplaba el amanecer, con las primeras luces del día, vio como un coche plateado asomaba cerca de la orilla. Al anochecer, cuando el agua había bajado unos centímetros más, el sol había dejado de brillar y la ausencia de reflejos permitía ver el fondo cenagoso, pudo acercarse lo suficiente como para descubrir que en el vehículo había un cuerpo hinchado e irreconocible. Los peces debían haberlo mordido porque en algunos lugares se veían los huesos descarnados. Llamó a la Guardia Civil.

      —No puede ser, comandante —bramó el comisario—, ese hombre ha muerto a 300 kilómetros de aquí, no es cosa nuestra y estamos de trabajo hasta las cejas. Las malditas estadísticas dicen que somos una de las comunidades con más criminalidad del país, el ministro que tenemos demasiados asesinatos, las cárceles están llenas y tenemos que prevenir. Ya me dirán cómo, si tengo la misma plantilla que hace seis años.

      —Apareció muerto aquí pero trabajaba a cien metros de su comisaría. Los indicios apuntan a un accidente, quizá se durmió o patinó en la grava suelta de una curva y cayó al pantano, pero su señoría se pregunta qué se le había perdido por estos caminos, a varios kilómetros de cualquier lugar habitado y de la autopista; quiere una respuesta y creemos que está ahí. No sabemos dónde murió, quizás lo trajeron ya cadáver desde Valencia, parece poco probable que tuviera enemigos aquí. Llevaba un Audi de 100 000 €, seguro que es alguien conocido. En su correo tiene una copia del atestado con toda la información de que disponemos, si en algo más podemos ayudarle estamos a su disposición.

      Colgó el teléfono y soltó todos los exabruptos que la femenina voz de la comandante del puesto le había hecho reprimir. «¡Mierda, otro marrón! ¡Como si no tuviéramos bastantes! ¿Qué habrá hecho el capullo ese para ir a parar a un pantano? Menos mal que tiene razón, al menos enseguida sabremos quién es, no circulan muchos coches de ese precio por aquí». Abrió el correo y lo primero que destacó, tras el logo de la Guardia Civil fue, en letras mayúsculas, la

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