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pared mientras caminaban.

      —¿Por qué siempre estás peleando con mami? —pregunta Diego preocupado. Era evidente, Benjamin se siente mal por la pregunta, y se fastidia rápido.

      —¿Para qué quieres saber? No preguntes y cállate…

      —Pero si siempre… —Benjamin reacciona de una manera poco común, se vuelve hacia Diego, agarra sus hombros y lo mira fijamente.

      —Diego, no quiero que me vuelvas a preguntar sobre mamá, ella y yo tenemos problemas, eso es todo. No vas a entender na…

      —¿Tú eres gay? —lo interrumpe y al mismo tiempo le tiemblan las piernas y quiere llorar.

      —¿Por qué me lo preguntas? ¿Y por qué estás a punto de llorar? —El corazón de Benjamín agitó. «¿Por qué tiene estas dudas sobre mí?».

      —¡No me vayas a golpear! —Diego responde asustado.

      —No te voy a hacer nada. —Lo sostuvo por el brazo y lo arrastró consigo a una esquina de la calle para hablarle directamente.

      —Mira, no te voy a hacer nada, pero me tienes que decir por qué esa pregunta.

      —Mamá me lo dijo.

      —¿Qué te dijo esa mal…

      —Un día, ella estaba hablando conmigo sobre cosas y me dijo que ella siempre supo que eras maric…

      —Ok, basta, vamos a seguir caminando, esta conversación no tiene sentido…

      —Pero Benj…

      —¡Ya! Te voy a aconsejar algo. Si tú quieres surgir en la vida, Diego, tienes que desligarte de mamá, tiene problemas, tú lo has visto y ya tú estás creciendo. A todo lo que te diga mamá, créele un cincuenta por ciento, si no es menos.

      —Benjamin, pero yo no quería…

      —Sh —lo dejó con la duda, pero hasta Benjamin se fue con la duda. Nunca había dudado seriamente sobre su sexualidad. «¿La gente piensa eso de mí? ¿Piensan que soy gay? ¿Por qué?», y así la cabeza de Benjamin se llena de preguntas.

      Ya pasaron veinte minutos y llegan justo a tiempo al colegio de Diego. No hablaron más en todo el camino gracias a los autos que iban y venían en la carretera, no se podría tener una conversación amena a menos que de verdad la quisieran, pero Benjamin no quería. Se despiden y Diego se va a encontrarse con sus amigos.

      Benjamin sigue caminando con sus audífonos sin colocar música, solo quería escucharse a sí mismo en sus pensamientos. Impotencia era lo que sentía Benjamin, hay personas hablando más de la cuenta sobre cosas que no saben y las preguntas seguían en su cabeza. «¿Por qué la gente pensaría ese tipo de cosas sobre mí? ¿Soy afeminado? No, no creo, cuido mucho mi forma de hablar y caminar, ¿pero por qué digo que cuido? ¿Soy de otra manera? ¿Debería intentar hablar de esto con alguien? ¿Con quién podría hablar esto?».

      ELLIOT

      Cinco de la tarde. Elliot se quedó dormido después de fumar tanta hierba, sale de su habitación y Cristale y la Sra. Aguilera se vestían juntas en la habitación de sus padres.

      —¿Qué hacen? —pregunta Elliot.

      —Tu padre traerá unas personas con él para cenar con sus amigos del trabajo.

      «Ahora tendré que vestirme bonito para cuadrar socialmente con los amigos de mi papá», piensa Elliot.

      —¿Tengo que estar aquí? —pregunta Elliot resoplando.

      —Por supuesto que estarás aquí —Le impuso su madre.

      —Pero vamos a comer sabroso y si te vas, te lo vas a perder —añade Cristale.

      Era comida gratis versus literalmente no tener ningún plan que hacer y comer pan con jamón y queso, no parecía un mal intercambio, así que lo próximo que hizo Elliot fue ducharse, vestirse con su chaleco o, como a él le parecía más apropiado llamarlo, “traje de hipócrita”.

      El Sr. Aguilera había llegado con todos sus invitados a casa, una pareja de amigos asiáticos con su hijo adoptivo. A los padres de Elliot les encantaba poder hacer reuniones en casa, pero no simples reuniones, les gustaba atender a los demás con comida y bebida, les daba placer ser buenos anfitriones, aunque nadie nunca los invite a reuniones como las de ellos. Son capaces de morir de hambre por sus invitados. Elliot, como de costumbre, debe ayudar a buscar, traer, acomodar, limpiar y recoger, pero esta vez la Sra. Aguilera se había encargado de toda la decoración, se había encargado de montar una mesa con manteles y aperitivos exquisitos.

      —¡Dios mío, pero si tú eres Elliot! —La voz de la mujer casi dejaba sordo a todos, Elliot se queda callado por el tormento.

      —¡Hijo, mira! ¡Esta es la Sra. Fitzgerald, la mamá de Fernando —explicó su madre, dirigiéndose solo a Elliot en medio de todos, pero Elliot solo se preguntaba sobre Fernando, el hijo de Sra. FitzGerald. Parece ser de su misma edad. Cruzaban varias miradas tan imprudentemente que era extraño.

      —¡Hola! —saludó a todos con una sonrisa incómoda que se le hace cuando se encuentra en un momento incómodamente social.

      —¡Pero qué lindo estás, no lo puedo creer! ¡La última vez que te vi estabas muy chiquito y corriendo de aquí para allá! ¡Todo un juguetón! —La señora Sra. FitzGerald tenía una voz chillona, era extrovertida y amigable, solo que Elliot se sentía abrumado ante tanta chispa. Apretujaba sus mejillas con mucho cariño y al abrazarlo, colocaba su cara en sus pechos, haciendo sentir a Elliot aún más incómodo que cuando veía la cara de su esposo. Él se sonrojaba, pero no parecía molesto.

      Luego todos se sentaron en el comedor de la sala, que se agrandaba para alrededor de diez personas, la Sra. FitzGerald y su esposo por un lado y luego Fernando. Elliot se acercó hasta Fernando hasta quedar al lado de él, se sentía atraído por Fernando y le gustaba pensar que tenía en frente alguien con quien hablar de cosas distintas. Cristale se sentó al lado de Elliot y sus padres al lado de ella, bien lejos de Elliot y Fernando, en caso de si hablan.

      La luz de la sala era tenue y calma. De reojo, Fernando no le presta atención a Elliot. El mesero que el Sr. Aguilera contrató les lleva la carta de los licores junto con la comida.

      —Hijo, pasa esa carta de licores para acá, tú no vas a hacer nada con eso a tu edad. —Si tan solo supiera el Sr. Aguilera todo lo que se ha metido Elliot a su edad.

      —A mí también me dieron una carta de licores, si quieres dásela a tu mamá —dice Fernando, cruzando sus ojos color miel con la mirada de Elliot, confuso. Elliot no sabe qué trama este Fernando. «¿Por qué siempre me pasa lo mismo?», Elliot se derrite por dentro, aceptando que le gusta el chico.

      —Bueno —responde Elliot lo más neutral que pudo. Agarra la carta de licores de su mano y se la pasa a su madre.

      —¿Qué es esto? —pregunta la Sra. Aguilera.

      Elliot no responde porque Fernando le sigue sacando conversación.

      Todos hablaban fuerte, contando historias, la Sra. Aguilera y la Sra. Sra. FitzGerald cotilleando por un lado y el Sr. Aguilera y el padre de Fernando hablando de la colección de botellas de Whiskey que tienen en común.

      —Elliot, ¿por qué no vas a ayudar a James a traer los tragos? —Elliot hace caso sin protestar, Fernando se levantó de su silla y lo siguió hasta la cocina.

      —¿Quieres algo? —le pregunta Elliot sorprendido al voltearse.

      —No, solo que me pareces conocido de algún lado —alega Fernando.

      —Estudio en St. Claire… —responde Elliot sin indagar.

      —Ya.

      —¿Y tú? —pregunta Elliot por cortesía.

      —No pude entrar en la universidad este año, estaré trabajando con mi padre en algún taller mecánico.

      —Oh…

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