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grande inundaba su imaginación, dejar a su familia sin pensarlo tanto, soñaba con el día en que dejaría de darle explicaciones a su familia, de lo que hace y lo que no, hacer su vida y que todo le valga mierda, independencia en pocas palabras.

      Después de que el Sr. Aguilera levantara la voz de esa manera, todos callaban, entendiendo su rabia, pero no justificándola. Elliot mira su plato de comida, odiaba lo cobarde que era su madre, porque no metía las manos en el fuego cuando su padre reaccionaba de esa forma. Ella prefería dejar todo pasar, pero lo cierto era que ella no sabía qué hacer, no podía con él, era incapaz de hacerle frente. Cada vez eran más largos los intervalos desde que el Sr. Aguilera salía de la oficina hasta que llegaba a casa. La Sra. Aguilera sufría imaginándole atropellado y sangrando, muerto y cubierto con una sábana. Luego perdía los temores por su seguridad, se volvía adusta y se sentía herida. La Sra. Aguilera vivía y dependía de estar con su esposo; sus propias horas solo marcaban el tiempo hasta que él llegara a casa. A menudo él se presentaba a cenar casi a las nueve de la noche, siempre había bebido de más y en casa le cesaban los efectos, dejándole apestoso, irritado y con tendencia a proferir insultos.

      La Sra. Aguilera una vez dijo algo que marcó a Elliot, ella estaba totalmente perpleja por lo que le sucedía en su matrimonio. Primero fueron amantes y entonces — como si no hubiera transición— eran enemigos. Ella no podía comprenderlo. Los sueños más grandes de su madre eran tener un lindo hogar, quería un marido sobrio, tierno, que estuviera en casa a la hora de la cena y llegara puntual al trabajo, quería veladas dulces y reconfortantes. La Sra. Aguilera es amable, simplemente buena persona y la idea de intimar con otro hombre le parecía horrible, y pensar que el Sr. Aguilera pudiera solazarse con otras mujeres la ponía frenética.

      Todos terminan de comer, el Sr. Aguilera se va a su trabajo finalmente.

      Elliot sube a su habitación y escoge una playlist de música electrónica. Agarra un cigarro barato que consigue en licorerías donde le conocen la cara y se los venden por debajo de la cuerda. Los abre y les quita el tabaco para llenarlos de marihuana, le pone llave a la puerta de su habitación y empieza a fumar.

      A partir de este punto Lana del Rey se cuela en la lista para sacar a florecer su personalidad sadomasoquista, el mundo se vuelve poesía; el porro esta por la mitad, no puede evitar pensar cada vez que empieza a fumar «¿Estoy fumando mucho ya?». La respuesta a eso es siempre sí, pero ya no importa, no es un vicio, lo podría dejar cuando quiera, pero no quiere, su conciencia queda limpia otra vez; unos cuantos jalones más y sus ojos se tornan de rojo, observa su reflejo en el espejo un buen rato. La playlist cambia de Lana del Rey a una canción electro/beat/trance que no había escuchado nunca pero que lo animó a bailarse a él mismo frente al espejo. Le encantaba esta sensación en la que todo desaparece y se imagina bailando con Benjamin, se subió a la cama mientras Benjamin lo veía desde un rincón de la habitación. Estaba en su trance, donde finalmente Elliot era feliz, en su habitación, con la música ruidosamente envolvente y él bailando. Se imaginaba una multitud de gente alrededor de él, gente igual a él, sin prejuicios y sin juzgar a nadie, siendo libres.

      —¡Elliot! —Golpean la puerta tres veces, es la Sra. Aguilera interrumpiendo el ritual de Elliot.

      —¡¿Qué?! —El paraíso de personas desaparece.

      —¡Bájale, que estoy viendo la novela! —gritó y se fue.

      «Por lo menos no fue por la marihuana», pensó Elliot.

      Elliot baja el volumen y desanimado revisa sus interacciones en redes sociales, sin notificaciones, solo su tía tuvo la amabilidad de decir que estaba lindo, no hubo más interacciones en el post de su selfie que hizo esta mañana. De repente sale en pantalla el post de un hombre desnudo, revisa su perfil y se encontró con una cadena de perfiles gay vistiendo varios atuendos eróticos de látex que publicaba vídeos porno. No pudo evitar verlos casi todos, no es adicto al sexo o al porno, de hecho el sexo está sobrevalorado para él, pero le encanta ver hombres desnudos. Sus videos favoritos son los tríos, aunque nunca haya pensado tener uno, le transmitían cierto morbo.

      Sus zonas erógenas hablaban por sí solas, no pudo evitar masturbarse, aunque recuerde que ya lo había hecho apenas se despertó. Se aseguró de que la puerta estaba cerrada con llave nuevamente, se acostó en la cama, escupió saliva en su pene para tener lubricante y empezó a imaginarse a Benjamin besándolo, acariciaba su pecho y su cuello, creando su fantasía sexual. Imaginaba que los gemidos del vídeo porno eran provenientes de Benjamin. Elliot no sabía cómo imaginarse exactamente a Benjamin, pero las imágenes llegaban solas a su cabeza, lo que más importaba era que estaba con él. Luego de acabar, no puede evitar sentir rechazo hacia Benjamin al acordarse de que lo saludó como bro.

      BENJAMIN

      Era tarde para Benjamin, quien estaba tomando su siesta feliz de todas las tardes, pero esta tarde tenía algo aún más destacable: su madre no se encontraba en casa, anoche salió y, como de costumbre, no llega temprano.

      —Bee-eee-eeeenjamin. —Era la voz de Aubrey despertando a Benjamin.

      —¡¡¡Ya te escuché!!! —responde Benjamin gritando, que siempre se despertaba con el cable cruzado y bastante sensible.

      Se quitó toda la ropa que cargaba desde la mañana, toda su ropa estaba limpia y sin doblar en una bolsa, muy arrugadas. Escogió la más decente. Su madre no hace mucho por ellos, se las tenían que arreglar con la ropa, con los pasajes de transporte público y a veces hasta con la comida. Benjamin se arrepiente de no haber acomodado todo antes, pero es tan flojo que prefiere dejar la ropa arrugada y hacer el trabajo completo para la próxima lavada. En la cocina el ambiente se siente tan bien sin su madre presente, usualmente la cocina huele a cigarrillos, el ambiente es más tenso y Benjamin odiaba que tanto él como su hermanito vieran a su madre pelear y formar escándalos por cosas sin importancia.

      —Benjamin, te quiero pedir un favor —le dice Aubrey en voz suave, cada vez que Aubrey pide un favor. Usualmente no acepta un no por respuesta, así que nunca es un favor, es casi una tarea.

      —¿Qué quieres ahora, niña? —pregunta Benjamin resoplando ante su hermana mayor y coloca sus ojos en blanco.

      —Necesito que te lleves a Diego al colegio. —«Que pereza», pensó Benjamin. Había acostumbrado a su mente a pensar de esa forma cada vez que alguien le pedía un favor que involucraba moverse.

      —¿Por qué? ¿Qué harás tú?

      —Necesito ir a hacerme unos exámenes de sangre. —No estaba interesado en saber por qué necesitaba hacerse exámenes de sangre, no quería llevar a Diego al colegio.

      —Bueno, está bien, pero me vas a prestar al herbie para el fin de semana, sin excusas y sin preguntar qué voy a hacer. —El herbie era el pequeño auto de la hermana, un cacharro (y no precisamente un Volkswagen) que llevaba con ella desde que tenía dieciséis años.

      —Benjamin, es tu hermanito, ¿cómo puedes ser así? —se quejó.

      —Y ese es tu auto y yo lo necesito para el fin de semana… —Lanzó una mirada juzgante.

      —No puedo creerlo, ¡está bien! Eres un necio, ¿lo sabías?

      —¡Nos vamos pues, Diego! —Diego se asustó, terminó de atragantarse lo que quedaba en su plato de comida y se bebió la malteada que Aubrey le preparó, como todos los días, la hermana mayor haciendo la tarea de madre. De todas maneras, su madre nativa no es precisamente la mejor figura materna para ninguno.

      Caminaron hasta la carretera dejando atrás el camino de tierra que desliga su casa de la ciudad. Eran unos veinte minutos a pie para llegar al colegio y unos cuarenta para llegar a la universidad. Desde que su madre no vela por ellos y todo lo de ella se ha convertido en gastarse el dinero en cigarrillos y quién sabe en qué otras cosas más, vive diciendo que limpia cien habitaciones de hotel y no es posible que no pueda darse sus gustos, así que calma su ansiedad a punta de veinticinco cigarrillos al día. Pueden llegar a ser incluso treinta, pero los cigarrillos no es en lo único que gasta. Con esa excusa les ha limitado muchas cosas a Benjamin y sus hermanos, como por ejemplo el dinero para el transporte público,

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