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me gustaría tener una suegra como la tuya.

      —¿Qué es “suegra”?

      —Es la madre de la esposa. Tu suegra no es buena.

      —Ella murió. Pero Utrac no matará a su mujer, le pegué pero no la mataré. Ella lleva un hijo de Utrac en su panza.

      —¿Tendrás otro hijo? Felicitaciones.

      Moreno no quería preguntar cómo había muerto la suegra de Utrac. Sospechaba que no había sido de muerte natural.

      —Moreno descanse. Los dos tomen esto para cagar mucho. Sólo así no morirán.

      * * *

      —Malas noticias —dijo el ingeniero Bovio a la vuelta de su relevamiento—. Encontramos el río principal. Corre de Norte a Sur, más cerca de la Cordillera que de las colinas del Este. Pero luego de varias millas llega a los restos de una morena glaciar y allí el río se encajona, vira hacia el Oeste, donde hay un profundo tajo en las montañas. El río se precipita hacia el Pacífico por un estrecho desfiladero, con una corriente que arrasa con todo.

      —O sea que todo este valle que está bien al este de la Cordillera de los Andes, desagua al Pacífico. ¡Increíble! —a Moreno le costaba aceptar esa realidad—. Obviamente los chilenos ya sabían esto cuando propusieron el texto del tratado.

      —Seguramente —dijo Bovio—. El descenso de los glaciares desde las montañas, hace miles de años, le jugó una mala pasada a la Argentina. Formó este valle, que debe tener algunos miles de millas cuadradas, haciéndolo desaguar al Pacífico.

      —Encima al Este de las colinas, terreno indiscutiblemente argentino, el suelo es seco. No sirve ni para la agricultura ni para la ganadería. Bovio sacó su mapa y lo extendió en el piso de la carpa de Moreno.

      —En mi viaje anterior —dijo Moreno— visité gran parte de esta región. Recuerdo que hay un corredor verde bordeando los Andes, desde acá hasta el Nahuel Huapi. Este corredor está limitado al Este por las colinas y más allá de éstas, la estepa patagónica.

      —Entonces es probable que la misma situación se repita más al Norte hasta el lago. El corredor es verde porque corren ríos caudalosos entre las montañas y las colinas, pero como luego se van al Pacífico lo que está más allá de las colinas no recibe nada de agua, por eso es un desierto.

      —Si es así, todo este larguísimo corredor verde le tocaría a Chile y nosotros nos quedamos con tierra inservible —pensó Moreno en voz alta—. Pero bueno… No nos dejemos ganar por el pesimismo. Todavía faltan relevar unas doscientas millas, quizás no sea todo igual.

      —Quizás… —dijo Bovio con tono pesimista.

      —Esperemos a que Hernández y yo estemos mejor para continuar nuestra expedición al Norte.

      Los días pasaron y Moreno fue recuperando la fuerza pero Hernández no mejoraba. El tiempo pasaba y Moreno temía volver demasiado tarde a Buenos Aires, entonces decidió dividir el grupo. Bovio quedaría en la toldería con Hernández; si éste recuperaba las fuerzas irían al fortín más cercano, sino esperarían la vuelta de Moreno. Él seguiría con el resto del grupo hasta el lago y luego volvería a los toldos de Inacayal.

      * * *

      Dos semanas habían pasado desde que habían salido de las tolderías tehuelches. Habían recorrido casi todo el corredor verde y las buenas noticias no habían aparecido. Moreno escribió en su cuaderno de viaje: “El río Manso también desagua en el Pacífico.” De alguna manera los ríos encontraban angostas gargantas en las que descargaban su furia atravesando la Cordillera camino al océano Pacífico, que estaba mucho más abajo. El joven se daba cuenta de la importancia de hacer llegar los resultados de su expedición al Gobierno lo antes posible. Firmar el tratado tal cual estaba redactado podría significar perder varios miles de millas cuadradas de excelente territorio en el que podrían florecer incontables colonias agrícolas.

      Utrac se había mostrado muy preocupado. Permanentemente subía colinas para buscar columnas de humo en el horizonte tratando de detectar presencia indígena en la zona. Sólo permitía hacer fuego durante la noche. Su dedicación a la detección de mapuches era permanente.

      Al llegar cerca del Nahuel Huapi, Moreno encontró dos lagos muy peculiares, parecían mellizos, estaban separados por un istmo de tierra de menos de mil pies; claramente una morrena glaciaria. Lo lógico era pensar que uno de estos lagos desembocaba en el otro y este último en el Nahuel Huapi. Ya había encontrado el arroyo que conectaba al lago Gutiérrez, así lo había bautizado, con el Nahuel Huapi. Pero por más que buscaba no encontraba la conexión entre estos lagos mellizos. Moreno decidió que todo el grupo continuara y acampara en la costa del Nahuel Huapi mientras él seguía buscando el arroyo conexión.

      —¿Por qué es tan importante que se conecten? —preguntó el belga Van Tritter.

      —Porque si este lago, el Mascardi, no desagua en el Gutiérrez, entonces lo hace por otro lado. Seguramente para el lado del río Manso, y de ahí al Pacífico.

      —¿Entonces esto sería de Chile?

      —Así es. Más territorio del corredor verde para nuestros hermanos trasandinos.

      El resto del grupo siguió camino. Él trató de calcular si el Mascardi estaba por arriba o por abajo del Gutiérrez. Si estaba por abajo nunca podría desaguar en un lago más alto. Pero para poder hacer esas mediciones precisaba de ayuda calificada, y el ingeniero Bovio se había quedado en los toldos. No le quedaba más remedio que bordear el lago hasta encontrar el desagüe. Casi dos días le llevó pero lo encontró. “Malas noticias” pensó, porque el desagote del lago era un arroyo que seguía curso hacia el Sur, hacia el río Manso, y de allí al Pacífico. Ese mísero istmo entre el Mascardi y el Gutiérrez era el divortium aquarum, es decir la divisoria de aguas. “Con sólo cavar un canal entre los dos lagos podría hacer que el Mascardi desagote en el Atlántico”, pensó él, pero dejaría esa audacia para otra oportunidad.

      Pesimista y pensativo Moreno inició el camino hacia el campamento de su gente. Antes decidió hacer como su amigo Utrac, subió a las alturas. Desde allí podía ver la olla del lago Nahuel Huapi que, con sus muchas islas, tenía una belleza inigualable. Hacia el Norte vió algo que no le gustó. “Malas noticias”, una columna de humo se elevaba, signo inequívoco de campamento mapuche. Habría que volver cuanto antes, apurar el tranco para llegar rápido al campamento e iniciar la vuelta hacia el Sur. Pero una idea le empezó a gustar. Desde allí se veía un brazo del lago, con forma de fiordo, que se internaba directamente hacia el Oeste, es decir al medio de las montañas. Se le ocurrió que podría salir de la zona navegando en balsa hacia el Oeste, luego bajar por el lado chileno y volver en barco a Buenos Aires. Era el camino inverso al que, mucho antes, había hecho el Jesuita Mascardi y terminó en tragedia. Cuanto más lo pensaba más le gustaba la idea; mandaba a todos de vuelta a los toldos de Inacayal mientras él relevaba el oeste del lago y volvía por Chile. ¡Qué aventura!

      En eso estaba pensando cuando ya muy cerca del campamento vio… “Malas noticias”. Todo su grupo estaba rodeado por unos cuarenta guerreros mapuches… “Muy malas noticias”.

      Capítulo 3. Hermanos de sangre

      Nahuel Huapi, enero de 1880. Todo era tensión en el campamento. A Utrac y Gavino los habían atado, los trataban peor por ser indios, los consideraban traidores. El capitanejo a cargo le entregó una carta a Moreno, cosa que lo sorprendió mucho, jamás había visto que los indios escribieran cartas porque, si bien algunos hablaban castellano, ninguno sabía escribir.

      Moreno tomó el papel y leyó. Era un largo mensaje de Sayhueque que, en resumen, le daba la bienvenida a sus tierras. Lo “invitaba” a visitar su toldería y, por su seguridad, le enviaba una guardia que los guiara y acompañara hasta su campamento. “Cuanta amabilidad”, pensó Moreno. “No se hubiera molestado”. Inmediatamente, con fingida autoridad, le indicó al capitanejo que desatara a Utrac y Gavino.

      —Prisioneros

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