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      —Excelente. Entonces estudie mucho que el país lo va a precisar —le dijo el militar tratando de que al joven no le quedaran resentimientos.

      —Entonces la ocasión merece un pequeño brindis —dijo Avellaneda. Fue hasta un mueble, abrió una puerta, y sirvió coñac en cuatro vasos—. Vive la France, et bonne voyage, Monsieur Morenó.

      * * *

      Un bote a remos llevaba a varios pasajeros hacia un barco de bandera francesa anclado a más de una milla de la costa. El joven miró el perfil de esa gran aldea, de la que sobresalían las iglesias, los edificios más altos. Más atrás se elevaban columnas de humo provenientes de la quema de basura, pero en su cabeza vio fuego en Buenos Aires. La situación política estaba tomando un cariz preocupante y temía estar dejando un país en llamas.

      No muy lejos de allí, en secreto, chalupas llevaban armas de contrabando que serían desembarcadas en la costa del Riachuelo. Se estaba incubando una revolución, pero el destino estaba llevando a Francisco Pascasio Moreno en otra dirección.

      Capítulo 5. Un científico muy especial

      Londres, mayo de 1881. Un hombre de anteojos muy bien vestido se acercó al pulcro carruaje de alquiler que, a un costado de la plaza, esperaba pasajeros.

      —To Down Town, please —dijo Moreno. El cochero masculló algo que al joven le pareció que podía ser ridiculous foreigner, pero prefirió no darse por aludido.

      Se sentó en su interior, le esperaba un largo viaje. El carruaje tirado por brillantes caballos se puso en movimiento. Moreno dejó su mente viajar por los recuerdos recientes. El interminable viaje por un mar lleno de delfines, ballenas y peces voladores; la fiesta por el cruce del ecuador, las paradas en lugares fascinantes como Río de Janeiro, Bahía y Cádiz. Luego su llegada a París, que lo fascinó con su esplendor. El primer día en la Universidad y haber conocido a Paul Broca.

      —We have arrived to downtown, Sir —la voz del cochero lo sacó de sus pensamientos.

      Algo estaba mal. No habían pasado ni dos minutos desde que se había subido al carruaje y le habían dicho que el viaje duraba más de una hora. Miró por la ventana y vio que estaba en Picadilly Circus, ¡Pleno centro de Londres!

      —Excuse me, there must be a mistake. I´m going to the town of Down —dijo el joven en su mejor inglés.

      —You had said downtown, Sir. The town of Down is very different.

      —I´m sorry for the mistake. I´m from Argentina, my English is not very good.

      —Oh, no problem at all, Sir. But I´ll have to charge you for both trips.

      —I understand.

      Moreno se volvió a acomodar en el asiento mientras reía. Él iba a un pueblo cercano llamado Down que en inglés sería Down Town, pero el cochero pensó que iba al centro de la ciudad, que se dice Downtown. Ese era un viaje de apenas unos metros. Por eso el cochero había refunfuñado cuando le dijo adónde iba; quizás había esperado media hora por un pasajero y un viaje de dos minutos le resultaba decepcionante. El viaje al pueblo de Down era mucho más largo.

      El joven volvió a sus recuerdos. Su cabeza lo llevó al día en que el sabio Broca lo reconoció. Se dio cuenta que ese alumno era François Morenó, el autor de un artículo publicado en su revista algunos años antes. Lo invitó a almorzar, luego lo llevó a conocer los distintos laboratorios de la Universidad de París. Se quedaron hablando hasta la noche y Broca, fascinado por sus aventuras en la Patagonia, le pidió que diera una clase sobre ese territorio del que tan poco se sabía.

      Moreno recordaba lo nervioso que había estado antes de la disertación. Él había dado muchas otras charlas, pero esta vez no sólo era en un ámbito erudito sino que además debía darla en francés. Sin embargo todo había salido perfecto, le hicieron decenas de preguntas y al final fue aplaudido de pie. Ojalá su padre lo hubiera visto. Después de la clase magistral conoció a varias de las personalidades más importantes del mundillo científico francés. Se sentía a sus anchas.

      Sin embargo dos hechos empañaron esos primeros meses en Europa. El primero fue la temprana muerte de Paul Broca que ocurrió a menos de dos meses de su llegada a París. Cientos y cientos de personas concurrieron a su entierro. Fue una importante pérdida para la ciencia.

      Del otro hecho negativo se enteró a través de una carta de su padre. Como era de esperarse, Roca había sido elegido presidente. Como ocurría en cada elección, hubo fraude. Hasta los muertos habían votado, las urnas ya habían llegado con votos a las mesas y habían metido presos a los fiscales de mesa de la oposición para poder contar los votos a voluntad. ¿Resultado? El fraude había dado por ganador a Carlos Tejedor, gobernador de la Provincia de Buenos Aires en Buenos Aires y en la aliada Provincia de Corrientes, mientras que Roca había triunfado con el apoyo de los demás gobernadores, y usando los mismos métodos, en todas las demás provincias. Tejedor se negó a aceptar los resultados. Roca, con el apoyo del todavía presidente Avellaneda, duplicó la apuesta y juró sacarle la Ciudad de Buenos Aires a la Provincia para convertirla definitivamente en la capital del país, asignatura aún pendiente desde la Revolución de Mayo.

      Para alguien que no estaba metido en la política, este último punto podía parecer banal, pero su padre le explicó al joven que quien controlara la ciudad controlaba su puerto, y por lo tanto los enormes ingresos que éste generaba. Por lo tanto la Provincia de Buenos Aires perdería solvencia económica a manos del Gobierno Nacional, que pasaría a manejar un presupuesto importantísimo con el que podría comprar el apoyo de las provincias del Interior. Sin duda Roca había logrado el apoyo de los gobernadores prometiendo distribuir el ingreso de la aduana a partir de su nacionalización.

      Tejedor consiguió formar un Ejército con las armas que contrabandeó del exterior y armó a sus seguidores. Estos se acantonaron en varios puntos de la ciudad. El Gobierno Nacional tuvo que mudarse al pueblito de Belgrano, que tuvo el raro honor de ser la capital del país por algunos días.

      Tejedor apostaba a reeditar la antinomia Buenos Aires y el Interior, como en la época de Mitre cuando sucedieron las batallas de Cepeda y Pavón. Pero no toda la sociedad porteña se le plegó. Muchos veían en este conflicto la lucha entre la vieja Argentina, la de Tejedor, contra la Argentina con futuro pujante, la de Roca.

      Roca, fiel a su estilo, atacó sin pudor. El veinte de junio mandó al coronel Levalle con experimentadas tropas nacionales a que tomara la ciudad. Avanzó desde el pueblo de Adrogué, combatió a los inexpertos soldados provinciales en Barracas al Sud, los venció, cruzó el Riachuelo, y durante todo el día siguiente persiguió sin misericordia a las tropas provinciales que, con mucha valentía y poca experiencia, trataron de hacerle frente en Puente Alsina y Parque Patricios. Corrió mucha sangre argentina por las calles porteñas. Tejedor vencido, Buenos Aires vencida, la Argentina vieja vencida pero todo a un costo extraordinario: el de cientos de jóvenes argentinos que creyeron en los delirios de grandeza de un hombre que pertenecía al pasado. Del otro lado, un hombre sin escrúpulos decidido a modernizar el país por medio de la razón, o por la fuerza. Su padre lo había expresado bien: “Me alegra que haya perdido un hombre como Tejedor, pero me asusta que haya triunfado un hombre como Roca.”

      Moreno no pudo dejar de pensar que de haber estado en Argentina quizás hubiera combatido del lado que le dictaba su corazón porteño, pero en contra del lado que quería su cabeza: el de una nueva Argentina.

      Un movimiento brusco del carruaje lo devolvió a la realidad. Por la ventana vio que habían salido de Londres, ya estaban en la zona de granjas. Había esperado mucho para esto, ya faltaba poco para conocer a una de las personas más famosas del mundo. Para conocerlo a él es que había viajado a Inglaterra.

      * * *

      —¿Está seguro que el Señor le dijo que lo recibiría hoy? Hace varios días que está débil en cama y no recibe a nadie —le dijo el mayordomo.

      —Estoy absolutamente seguro —dijo Moreno tratando de disimular su fastidio. De su

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