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quisiera destruir lo bello... ¡Deseo horrible del que decae, del hombre que envejece y que no admite el hecho, la posibilidad siquiera, de que haya belleza que no sea suya y que siga el vivir después de su muerte!

      Tú, futura muchacha de quince años, frívola como el espíritu y como el agua, informe o infinitiforme como el aire, tú, grácil muchacha, pasarás tu mano larga y llena de fuego latente como el centro de las esferas celestiales, pasarás tus afilados dedos por los suaves cabellos de mis descendientes. ¡Yo quisiera asesinarte, hermosa y futura muchacha! ¿Por qué no te haces imposible al mismo tiempo que mi juventud se aja? En verdad que esto de envejecer, esto de llegar a los treinta y tres años, es una burla sangrienta que nos hace el tiempo, esa suprema necesidad.

      * * *

      Estas viejas son felices en el camino. “Soñamos con él cuando la necesidad nos obliga a quedarnos en casa”. ¿Qué más propio del organismo humano que vivir al aire libre, respirarlo en toda su pureza, beber agua viva, comer los alimentos que nos ofrece la tierra, sin intervención del arte? Caminar es el gran placer para el cuerpo, pues todo está hecho para ello.

      Hay una prueba a priori de que la organización económica del mundo es absurda: esa organización ha creado la ciudad y la vida sedentaria. ¡Hay una lista enorme de enfermedades ciudadanas! Y, para conservar la juventud, el ciudadano ha inventado sustitutos a la vida gitanesca; son la gimnasia y las preparaciones químicas. ¿Puede el arte concentrar la vida que hay en un fruto recién cogido, concentrarla en una lata? Hoy, los sabios llaman a eso vitaminas.

      Estas viejas llevan la alegría a los campos. ¡Y qué casas estas de las montañas de Antioquia! Parecen nidos de aves puestos sobre precipicios. Para llegar a ellas hay que ser elástico y ágil como el mono.

      * * *

      Almorzamos en casa de la muchacha que fue, hace cinco años, la alegría de los escopeteros, cazadores de tórtolas. Hoy es una señorita de treinta años, endurecida y agriada por la soltería. Cruel destino el de la mujer que permanece virgen y soltera. Se convierte en monstruo duro, pesimista y vengativo.

      LLEGAMOS MOJADOS y tristes a El Retiro, ese criadero de buenas gentes. Para que el lector comprenda cómo era nuestra tristeza, diremos que era bíblica; la Biblia afirma que el hombre después del coito es un animal triste.

      Vive allí la muchacha que, hace dos años, en un pueblo del norte de Antioquia, despertó los impulsos de don Benjamín. ¡El amor! Fueron estos unos amores de montaña aislada del mar; únicamente en estos pueblos aislados, en donde vive el Diablo, tiene el amor ese interés misterioso que le dan el pecado, el Diablo y el infierno; únicamente aquí tiene el amor la atracción del delito. Fueron amores en que sólo hubo la incitación. Ella –¡cuán sabrosas las dos sílabas de su nombre!– exclamaba, tiritando como una mariposa en peligro, cuando el instinto y la fuerza reconcentrados por doce años de jesuitismo, vencía los prejuicios de los buenos movimientos: “¡No seas loco!”. Amores de los que llaman castos, pero que son los más refinadamente sensuales, pues todo está en los ojos electrizados. También, quizá por contraposición, llaman casta a la paloma. Los únicos amores castos son los que van acompañados de la sinceridad; se realizan en donde hay ferrocarriles, en donde está cercano el mar.

      ¡El amor! Todo él está en los ojos y en los actos. ¿Para qué sirve la palabra allí? Una mujer quiere a un hombre: ¿Que el padre morirá? Que muera. ¿Que resulta el fin de todo? Que venga ese fin. Pero la mujer no lo dice; en esos casos no habla; en esos conflictos le brillan los ojos y obra; obra como rueda una piedra por la pendiente. Es que el amor es el negocio esencial; el afecto filial, el sentimiento de honor, las ideas, son accesorios lujosos, lo mismo que los pétalos: lo esencial es el pistilo y el estambre.

      ¡El amor! Todo está en los actos; no se debe hablar. Por eso decía Enrique Laserre que las mujeres tienen el pudor en las orejas.

      ESCOLIO ACERCA DE STENDHAL, EN UN PASAJE DE “EL ROJO Y EL NEGRO”

      A su antigua amante, mujer escrupulosa y sensitiva, quería reconquistar. Entra por la ventana, de noche, temeraria e imprudentemente. Ella lo recibe con palabras de odio que no tenían valor real, que eran fingidas, sugeridas por su confesor. Él, mientras le echa el brazo por la cintura, le habla de algo que a ella le interesa y que es extraño al asunto. Así logra ser amado intensamente.

      Esto nos enseña que las palabras sirven casi siempre para disimular, para vestir los actos, para hacerlos amables al bautizarlos, para tergiversar su origen. Un acto, antes de estar bautizado, está en la niebla de la posibilidad, puede ser mil cosas, es indeterminado, vago, inexistente. Una vez que se le ha dado un nombre queda petrificado. La palabra es determinadora. Si le pedimos un beso a una mujer, lo niega indignada. Es porque entonces afirmamos; afirmamos que es capaz de regalar el beso. Pero si se lo damos sin hablar de él, todo pasa deliciosamente, porque entonces nada se puede afirmar, porque fue acto nuestro, porque nosotros hicimos el esfuerzo. Fue que no hablamos.

      En el caso de Stendhal, a esa indeterminación de las intenciones femeninas se agregó el hacerla a ella más irresponsable ante sí misma, al obrar en momentos en que su atención estaba en otra parte.

      En el caso de Stendhal sucedió también que lo arraigado en la naturaleza femenina era el sentimiento de amor, sofocado accidentalmente por la fraseología del confesor. Las ideas de éste estaban en aquella alma accidentalmente, y sangre suya era el amor al joven. Para obrar según ideas o sentimientos accidentales es preciso estar constantemente recordándolos, trayéndolos al campo de la conciencia. Sólo se obra conforme a una idea o representación cuando ella está en la subconciencia. De tal manera que el joven obró sabiamente al distraer la atención de ella, pues así obtuvo que su amada obrara de acuerdo con los sentimientos de la subconciencia. El pobre confesor quedó relegado a los momentos de meditación intensa. La vida nuestra es automática, instintiva; la parte de la voluntad y conciencia es mínima.

      CONCLUSIONES

       I. Un beso se da y no se pide.

       II. En amor nada debe proponerse, sino hacerse.

       III. A nadie se le debe proponer con palabras un acto indebido.

       IV. Casi nunca que se propone se obtiene.

       V. Casi nunca que se comienza acariciando se falla.

       VI. Es común que la mujer se deje forzar, cuando por nada se entregaría.

       VII. En amor no se debe hablar y jamás se debe dar el más leve indicio de que se recuerdan los favores o de que han envanecido.

      VIII. Nada del amor se debe subir al plano de la conciencia con palabras dichas a la amada.

       IX. La voluntad desaparece cuando la atención está ocupada en otra parte.

       X. La mujer es el ser más enamorado del pudor, del honor, de la buena reputación y es una esclava del amor. ¡Qué deliciosamente frívola!

       XI. Cuando no se ha hablado de un acto, queda la palabra como el gran recurso para tergiversarlo, para que desaparezca.

       XII. Toda mujer que se distrae, se entrega.

      * * *

      Fue un delirio aterrador esa noche pasada en El Retiro, en ese hotel que parece una jaula desvencijada. La vitrola del frente arrulló hasta la una de la mañana los sueños que nos producía un cuarto de litro de aguardiente, y la figura gorda del huésped que a cada momento cruzaba nuestro cuarto con un candil en la mano... La vitrola, el aguardiente, el cansancio y la figura gorda de don Rafael producían una desarmonía psíquica propia para el fin de nuestras vidas pecadoras.

      En Antioquia hay muchos hombres gordos y de una gordura muy rara. ¿Por qué tendrán ese vientre esférico? Es un vientre de yegua; protuberante del ombligo para abajo; los botones del chaleco semejan una cincha y la bragueta de los pantalones se abre y deja ver los botones, semejando una boca que bosteza. Si ponemos allí, atravesando el chaleco, de bolsillo a bolsillo, una cadena de oro... ¡Es algo aterrador durante una pesadilla arrullada por la vitrola, después de un cuarto de litro de aguardiente y de siete leguas de viaje a pie! Como si fuera una idea trascendental, seguían nuestros espíritus en esa

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