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      Nuestros trabajos y compromisos apostólicos serán más fecundos cuando, verdaderamente, todo lo que hagamos en el sentido de Schoenstatt o para Schoenstatt, posea el sello kentenijiano.

      De suyo, podemos hacer muchas cosas buenas que son un aporte en la Iglesia y la sociedad, sin embargo, poseemos, por encargo del Señor, un aporte específico. Si lo conocemos en profundidad y lo aplicamos en nuestros apostolados, entonces todo lo que hagamos va a ser una contribución a que se realice el gran “sueño” del P. Kentenich.

      I. UN CARISMA

      PARA LA IGLESIA

      El presente texto corresponde a una necesidad central del Movimiento de Schoenstatt, ya que todo lo que este pueda hacer por la renovación de la Iglesia y la instauración de un nuevo orden cristiano de la sociedad, depende de la gracia que Cristo Jesús regaló a su fundador en vista de esta trascendente tarea.

      Nuestro padre expresó que cada 50 años era necesario refundar nuestras comunidades, es decir, volver a adentrarse en sus raíces y en su originalidad. Hoy, más que nunca, se hace evidente la necesidad de renovación profunda de la Iglesia y de que cada comunidad eclesial aporte a ella de acuerdo con su propio carisma, lo que es imposible sin una revisión y renovación de su propia gracia fundacional.

      Antes de abordar esta tarea, queremos citar las palabras sobre el carisma de nuestro fundador, pronunciadas por el papa Juan Pablo II, el 20 de Septiembre de 1985, con ocasión de la celebración de los 100 años del P. José Kentenich:

      Ustedes están llamados a participar de la gracia que su fundador recibió y ofrecerla a toda la Iglesia. Pues el carisma de los fundadores es una experiencia suscitada por el Espíritu y es transmitida a sus discípulos para que estos la vivan y la desarrollen constantemente en la comunión de la Iglesia y para bien de la Iglesia.

      Las palabras del santo padre son muy claras y comprometedoras para nosotros. Queremos comprender, vivir y transmitir fielmente el carisma que nos legó nuestro padre fundador.

      Recordamos, también, las palabras que dirigiera el papa Francisco a los Padres de Schoenstatt, el 4 de noviembre de 2015, que valen igualmente para todos los hijos de nuestro padre y fundador:

      Les preocupa mantener vivo el carisma fundacional y la capacidad de saber transmitirlo a los más jóvenes. A mí también me preocupa, ¡que mantengan el carisma y lo transmitan!, de tal manera que siga inspirando y sosteniendo sus vidas y su misión.

      Ustedes saben que un carisma no es una pieza de museo, que permanece intacta en una vitrina, para ser contemplada y nada más.

      La fidelidad, el mantener puro el carisma, no significa de ningún modo encerrarlo en una botella sellada, como si fuera agua destilada, para que no se contamine con el exterior.

      No, el carisma no se conserva teniéndolo guardado; hay que abrirlo y dejar que salga, para que entre en contacto con la realidad, con las personas, con sus inquietudes y sus problemas.

      Y así, en ese este encuentro fecundo con la realidad, el carisma crece, se renueva y también la realidad se transforma, se transfigura por la fuerza espiritual que ese carisma lleva consigo.

      El P. Kentenich lo expresaba muy bien cuando decía que había que estar «con el oído en el corazón de Dios y la mano en el pulso del tiempo». Aquí están los dos pilares de una auténtica vida espiritual.

      En este mismo sentido, nuestro Movimiento ha asumido vitalmente la consigna del papa Francisco que él expresó en su llamado a ser “una Iglesia en salida”. Schoenstatt, como comunidad eclesial, desde siempre ha estado orientado por el fundador en esta línea. Basta leer lo que él reza en el libro Hacia el Padre:

      Danos, Padre, arder como un fuego vigoroso,

      marchar con alegría hacia los pueblos

      y, combatiendo como testigos de la redención,

      guiarlos jubilosamente a la Santísima Trinidad. (HP, 12)

      De modo semejante, en otra de las oraciones del Hacia el Padre, Mantén en alto el Cetro, dirigiéndose a María, reza así:

      Schoenstatt porte valerosamente

      hasta muy lejos tu bandera

      y someta victorioso a todos los enemigos;

      continúe siendo tu lugar predilecto,

      baluarte del espíritu apostólico,

      jefe que conduce a la lucha santa,

      manantial de santidad en la vida diaria;

      fuego del fuego de Cristo,

      que llameante esparce centellas luminosas,

      hasta que el mundo, como un mar de llamas,

      se encienda para gloria de la Santísima Trinidad.

      (HP 498-500)

      En 1929, ante un grupo de la juventud masculina, en la Casa de la Alianza, construida junto al Santuario original, el P. Kentenich hizo una afirmación que, a primera vista, es difícil comprender. Dijo:

      A la sombra del santuario se van a codecidir por siglos los destinos de la Iglesia y del mundo.

      Habían transcurrido apenas 15 años desde la fundación de Schoenstatt. Hacer una afirmación de ese tipo, humanamente era aventurado, ya que el desarrollo del Movimiento no avalaba la proyección que visualizaba el padre fundador. ¿Qué le permitía hacer una afirmación tan trascendente? ¿Se trataba de un entusiasmo del momento o algo por el estilo?

      Lo que el padre fundador expresara en ese momento lo repitió muchas veces en su vida, hasta el final. Sin duda, no se trataba de una fantasía o simplemente de un deseo; era más bien la afirmación de una convicción.

      Para comprender cabalmente esta afirmación del P. Kentenich, es preciso tener presente lo que había sido durante siglos, la espiritualidad que había reinado en la Iglesia, especialmente a partir de San Agustín, siglo V, hasta inicios del siglo XX.

      Es importante, además, considerarla a la luz del extraordinario cambio cultural que se inicia con el Renacimiento: el paso de una era teocéntrica a una era antropocéntrica. Es uno de los cambios más trascendentales de la historia que ciertamente repercuten de modo profundo en la vida y en la transmisión de la fe.

      Teniendo en cuenta este horizonte será posible comprender mejor la afirmación del P. Kentenich.

      Lo que el Señor ha regalado a los hijos de Schoenstatt, a través de su fundador, es una tarea que abarca muchas dimensiones. Esto, que de suyo constituye una gran riqueza, puede, sin embargo, llevar a una cierta simplificación o parcialización del carisma, menguando su fecundidad.

      Nuestra intención es compartir el esfuerzo por descubrir en toda su riqueza el legado del fundador, a fin de que su “sueño” se haga cada vez más realidad.

      Lo que se propone es un texto introductorio, orientado a personas que ya conocen Schoenstatt y que tratan de vivirlo y hacerlo fecundo en su apostolado.

      La necesidad de abordar este tema adquiere especial importancia en el actual período post mortem fundatoris.

      Es normal que, después de la muerte del fundador, se produzca en las comunidades una especie de desconcierto, apareciendo diversas interpretaciones del carisma legado por él; o que se dejen de lado algunos aspectos de su propuesta; o bien, que se introduzcan diversas modificaciones que suelen dar origen a lo que se denomina “nuevas observancias”.

      Nosotros conocemos la existencia de fundaciones que, por incomprensión o desconocimiento profundo de su carisma, han errado su camino. Ciertamente, como Familia de Schoenstatt, no estamos exentos de ese peligro.

      Por otra parte, como mencionamos anteriormente, nuestro padre afirma que, cada 50 años, las comunidades debieran refundarse.

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