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a salir las hojas, ustedes saben que el verano se acerca. De la misma manera, cuando vean que suceden todas estas cosas, sabrán que su regreso está muy cerca, a las puertas” (Mar. 13:28, 29).

      Evidentemente, la gran “higuera” de la naturaleza nos está diciendo a gritos que “el verano” se acerca. Sí, Jesús está a las puertas. El tiempo es breve. El momento de cultivar nuestra relación con Jesús es ahora. Mañana puede ser demasiado tarde. “Y, ya que ustedes tampoco saben cuándo llegará ese tiempo, ¡manténganse en guardia! ¡Estén alerta!” (Mar. 13:33).

      Preparación: más allá de los labios

      Como confesión cristiana, creemos en esta promesa de Jesús tan firmemente que se encuentra en el mismo ADN y nombre de nuestra iglesia: “Adventista del Séptimo Día”. Pero, surgimos no solo con el propósito de proclamar esta verdad sino también para anunciar que ese evento, que pondrá fin a la historia de pecado y sufrimiento de este mundo, se encuentra “a las puertas” (Mat. 24:33), ya que el mismo Jesús dijo: “¡Sí, yo vengo pronto!” (Apoc. 22:20).

      No obstante, esa proclamación, que tiene también una connotación de advertencia (“Teman a Dios, y denle gloria, porque la hora de su juicio ha llegado. Adoren al que hizo el cielo y la tierra, el mar y los manantiales de agua” [Apoc. 14:7, RVC]), traspasa los labios del Remanente, el grupo a quien se le encarga esta tarea.

      Por ejemplo, lo que destaca el mismo contexto de Apocalipsis 14, donde aparece el triple mensaje angélico que proclama el remanente, es que su misión está teñida con su identidad. Este remanente puede hacer un llamado a adorar al Creador porque, entre otras cosas, observa el cuarto Mandamiento, que fue diseñado para recordar a Dios como tal: “Acuérdate de guardar el día de descanso al mantenerlo santo. […] Pues en seis días el Señor hizo los cielos, la tierra, el mar, y todo lo que hay en ellos; pero el séptimo día descansó. Por eso el Señor bendijo el día de descanso y lo apartó como un día santo” (Éxo. 20:8-11). Así, los que pertenecen al Remanente son “los que obedecen los mandamientos de Dios y tienen el testimonio de Jesucristo” (Apoc. 12:17), definición de identidad que se vuelve a repetir en Apocalipsis 14:12.

      Sin embargo, más allá de esta definición que incluye la creencia en Dios como Creador y la obediencia a los Diez Mandamientos, incluyendo el cuarto, el apóstol Pedro indica que la autoridad para proclamar el pronto regreso de Jesús proviene del testimonio vivo de una vida santificada: “Dado que todo lo que nos rodea será destruido de esta manera, ¡cómo no llevar una vida santa y vivir en obediencia a Dios!” (2 Ped. 3:11). Así, “mientras esperan y aceleran la venida del día de Dios” (2 Ped. 3:13, BLP), los que pertenecen al Remanente deben llevar una vida que condiga con el mensaje que predican: “Por lo cual, queridos amigos, mientras esperan que estas cosas ocurran, hagan todo lo posible para que se vea que ustedes llevan una vida pacífica que es pura e intachable a los ojos de Dios” (2 Ped. 3:14).

      Porque la mera declaración de creencias, una mera expresión de “fe”, sin el respaldo de una vida transformada que se manifiesta en obras de servicio, evidencia una vida espiritual muerta: “Amados hermanos, ¿de qué le sirve a uno decir que tiene fe si no lo demuestra con sus acciones? ¿Puede esa clase de fe salvar a alguien? Supónganse que ven a un hermano o una hermana que no tiene qué comer ni con qué vestirse y uno de ustedes le dice: ‘Adiós, que tengas un buen día; abrígate mucho y aliméntate bien’, pero no le da ni alimento ni ropa. ¿Para qué le sirve? Como pueden ver, la fe por sí sola no es suficiente. A menos que produzca buenas acciones, está muerta y es inútil” (Sant. 2:14-17).

      Somos un pueblo que espera y apresura, un pueblo que anuncia y proclama, pero también un pueblo que vive su fe, que se santifica cada día y que muestra el gran amor de nuestro Padre en cada interacción con sus semejantes. Eso es creer y vivir la Segunda Venida.

      La batalla por el trono y el gran día “V”

      Durante el siglo XX, dos guerras devastaron el planeta. Debido a la cantidad de países involucrados y los millones de muertes que generaron, fueron llamadas “Guerras Mundiales”. La Primera y la Segunda Guerra Mundial fueron quizá los conflictos más terribles en la historia humana. Sin embargo, existe una guerra todavía más abarcadora que esas. Por su magnitud, debería ser llamada “la guerra universal”. ¿Cuándo comenzó esta guerra y qué está en juego?

      La Biblia nos revela que esta guerra comenzó en cielo, cuando Satanás quiso tomar el lugar de Dios (Eze. 28:14; Isa. 14:13, 14). Desde entonces, el Universo se encuentra en medio del gran conflicto entre Cristo y Satanás. El capítulo 12 del libro de Apocalipsis resume el comienzo de esa controversia y aporta otro dato revelador: ese conflicto, que comenzó en cielo, se trasladó aquí a la Tierra (Apoc. 12:7-9).

      Somos un pueblo que espera, apresura, anuncia y proclama la Segunda Venida. Un pueblo que se santifica cada día y que muestra el gran amor de Dios en cada interacción con sus semejantes. Eso es creer y vivir la Segunda Venida.

      Esto nos lleva al relato del Génesis, que narra el comienzo de la humanidad. Allí, se nos dice que Dios creó un mundo perfecto, sin sufrimiento ni dolor, pero sobre todo sin muerte. Sin embargo, “la serpiente antigua” de la que habla el Apocalipsis logró convencer a Eva, y luego a Adán, de que se uniera en su rebelión contra Dios, desconfiando de su carácter y sus intenciones (Gén. 3:1-8). Así, el ser humano pecó, y las consecuencias no tardaron en ser anunciadas. La muerte ahora entraba en el horizonte de la humanidad. Y ese conflicto, que ingresó primeramente en el corazón del hombre y el de la mujer, se extendió a todo el mundo, con graves consecuencias ecológicas.

      Sin embargo, junto con la descripción del campo de batalla, Dios también hizo una promesa. Él le dijo a la serpiente: “Yo pondré enemistad entre la mujer y tú, y entre su descendencia y tu descendencia; ella te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el talón” (Gén. 3:15). Esa descendencia de la mujer, que finalmente terminaría aplastando la cabeza de la serpiente, era el Mesías prometido, nada más y nada menos que Cristo, el Hijo de Dios. Aquí es donde Dios contraataca el asalto de Satanás, pero no con su poderío bélico, sino con una demostración de su verdadero carácter.

      El 6 de junio de 1944, desembarcaron en la costa de Normandía diez divisiones estadounidenses, británicas y canadienses. Pese a la resistencia del ejército alemán, instalaron sólidas cabezas de playa en las que, a lo largo de los siguientes días, desembarcaron 250.000 hombres y 50.000 vehículos. A pesar del tiempo transcurrido, el desembarco de Normandía continúa siendo la mayor operación de invasión por mar de la historia, ya que casi tres millones de soldados cruzaron el canal de la Mancha desde Gran Bretaña a la región de Normandía, en la Francia ocupada. El 6 de junio llegó a ser conocido como el “Día D” (por “desembarco”), y fue el comienzo del fin del Tercer Reich y de la Segunda Guerra Mundial.

      La primera venida de Cristo aquí a la Tierra podría ser considerada como el “Día D” del Gran Conflicto. En su ministerio, Cristo sanó a los enfermos, expulsó demonios y predicó la llegada de un nuevo reino. Cristo mismo expresó: “Si yo expulso a los demonios por el poder de Dios, ciertamente el reino de Dios ha llegado a ustedes” (Luc. 11:20). Todos los milagros y las señales que acompañaron el ministerio de Cristo eran una evidencia de que había llegado para liberar el mundo de las manos de su usurpador, Satanás, que es llamado “el príncipe de este mundo” (Juan 12:31, RVR). Jesús mismo comenzó su ministerio anunciando: “¡Por fin ha llegado el tiempo prometido por Dios! —anunciaba—. ¡El reino de Dios está cerca!” (Mar. 1:15).

      En la Cruz, Cristo derrotó definitivamente a Satanás. Sus últimas palabras en la Cruz fueron: “Consumado es” (Juan 19:30, RVR), indicando que la victoria estaba ganada. Cristo tomó nuestro lugar en la Cruz, y padeció la muerte que nosotros merecíamos, para que nosotros pudiéramos obtener la vida eterna que él merecía.

      La Biblia menciona que este gran conflicto entre Cristo y Satanás no durará por siempre. No estamos condenados a vivir en un eterno campo de batalla. Pronto, el “Día V” de la victoria llegará (Juan 14:1-3). Cuando él venga, pondrá un punto final a este gran conflicto, haciendo

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