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      29 Herbert Douglass, Why Jesus Waits (Washington, DC: Review and Herald Publishing Association, 1976), p. 45.

      30 Ver Quintin Betteridge, “A Critical Appraisal of the Hermeneutical Horizon of M. L. Andreasen’s Postlapsarian Christology” (Tesis de Maestría, Newbold College, 2018), p. 16.

      31 Douglass, Faith: Saying Yes to God, p. 89.

      32 Raúl Kerbs, “Observaciones epistemológicas e históricas preliminares sobre la relación fe–razón desde una perspectiva cristiana adventista”, Enfoques, N° 4 (1994), pp. 38-48.

      Énfasis en la providencia divina

      El 30 de mayo del año 70 d.C., el ejército romano, encabezado por el futuro emperador Tito, lograba penetrar la muralla exterior de la ciudad de Jerusalén, tras haberla sitiado durante meses. Después, los zelotes, refugiados dentro de las murallas del Templo, eran derrotados y la ciudad caía en manos romanas. El historiador Flavio Josefo afirma que más de 1.100.000 judíos perecieron y cerca de 100.000 fueron tomados cautivos. En la ciudad de Roma se encuentra el famoso Arco de Tito. Allí, en el pilar meridional, se halla una representación en bajorrelieve de los cautivos judíos encadenados y los soldados romanos cargando el candelabro de siete brazos del Templo. Ahora bien, mientras que los judíos morían de hambre, eran decapitados y capturados, los cristianos de Jerusalén escapaban.

      ¿Cómo salvaron su vida? Muchos años antes de la destrucción de Jerusalén, Jesús había predicho los terribles eventos que seguirían a su muerte. La señal sería ver la ciudad rodeada por el ejército romano. Las instrucciones y las advertencias fueron claras: “Por tanto, cuando en el lugar santo vean la abominación desoladora, de la que habló el profeta Daniel (el que lee, que entienda), los que estén en Judea, huyan a los montes; el que esté en la azotea, no baje para llevarse algo de su casa; y el que esté en el campo, no vuelva atrás a tomar su capa. Pero ¡ay de las que en esos días estén embarazadas o amamantando! Pídanle a Dios que no tengan que huir en invierno ni en día de reposo” (Mat. 24:15-20, RVR).

      Tras unas revueltas originadas por los zelotes (que habían tomado la fortaleza de Masada), Cestio Galo sitió y atacó Jerusalén con treinta mil hombres. Ingresaron en la ciudad, pero no en el Templo. Aparentemente, la ciudad y el Templo caerían de un momento a otro. Pero, sin razón evidente, las tropas se retiraron repentinamente. Esto posibilitó que los cristianos tomaran seriamente las advertencias de Cristo y huyeran hacia la ciudad de Pella, más allá del Jordán.

      Las profecías bíblicas se han cumplido tal como se habían predicho. Y, como cristianos, tenemos la certeza de que podemos confiar en la palabra profética más segura, ya que se ha cumplido todo lo que Dios anunció a través de sus profetas.

      Increíblemente, ni un solo cristiano pereció entonces. Cuando Tito llegó, todos los cristianos habían huido, alertados por la profecía de Jesús. En el año 70 d.C., el Templo de Jerusalén fue totalmente destruido, en cumplimiento de la profecía de Cristo: “Jesús salió del templo, y ya se iba cuando sus discípulos se acercaron para mostrarle los edificios del templo. Él les dijo: ‘¿Ven todo esto? De cierto les digo, que no quedará aquí piedra sobre piedra. Todo será derribado’” (Mat. 24:1, 2, RVC). Solo una pequeña parte de la muralla del Templo permanece actualmente.

      Esta es solo una muestra de una de las profecías bíblicas que se han cumplido tal como se había predicho. Y, como cristianos, tenemos la certeza de que podemos confiar en la palabra profética más segura, ya que se ha cumplido todo lo que Dios predijo a través de sus profetas. Sin embargo, algunos consideran que el hecho de que algo esté profetizado implica que Dios es el ejecutante y única causa de esas profecías, sin ninguna participación humana.

      No existe demora

      Dentro de esta postura, pensar en una demora es ilógico. La demora es una prolongación del tiempo más allá de lo previsto, lo que da a entender que se fracasó en cumplir con un plazo estipulado por anticipado. Pero si Dios, en su absoluta potestad, ha fijado la fecha para su segunda venida, no es coherente pensar en una demora, ya que el momento de la Segunda Venida es potestativo de Dios (Hech. 1:7).

      Wallenkampf dialoga con la postura opuesta –la así llamada “escatología de la cosecha”, que se analizará en el siguiente apartado–, que afirma que la actividad humana puede marcar una diferencia en la fecha de la Segunda Venida. En este contexto, afirma:

      Puede verse claramente que, en la postura de Wallenkampf, todo el acento está colocado en las acciones y los planes divinos, negando rotundamente la participación del hombre tanto en las actividades que anteceden a la Segunda Venida como en la determinación de la fecha de este evento.

      Concepción acerca del ser de Dios

      Como puede verse, Wallenkampf concibe el ser de

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