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te pusiera hacer lo que él o ella querían.

      No tuvimos esa suerte con Renny, le tocó un dos de corazones. Las mujeres levantaron su trago dando un brindis. Esas penitencias eran las peores. Mujeres toman, hombres toman, todos toman. Eran las menos interesantes.

      Erika tomó la siguiente carta, gritó, ¡bomba!, y todos gritamos tirándonos al suelo. Era algo divertido de hacer, realmente estos juegos de mortales eran únicos y divertidos. En la élite todo era muy cuadrado. Si te tirabas al suelo de ese modo todos te verían raro y pensarían que eras un ridículo, pero aquí, viendo a todos reír, era increíble, diferente.

      Cuando fue mi turno de agarrar carta, calenté mis manos como si estuviera a punto de hacer un truco de magia, ahora yo estaba siendo un idiota, pero era divertido. Levanté la carta revelando mi número favorito cuando no estaba en mi contra.

      —Siete de diamantes —dije y mostré la carta que todos querían sacar.

      —¡Puta! —gritó Kyle, señalándome emocionado—. Puedes elegir a tu puta, hermano.

      —¿Tiene que hacer lo que yo quiera? —pregunté sabiendo la respuesta.

      —Claro, hasta que salga la otra puta. Pero será tuya durante ese tiempo. Puedes pedir lo que sea.

      Me quedé viendo la carta unos segundos, ya sabía a quién quería. No solo porque podría convencerla de hacer lo que yo quisiera, con esto podía demostrarle que aún tenía el maldito control. Me encantaba enseñarle que yo mandaba. ¡Maldición! Me encantaba que lo entendiera.

      Levanté la vista para ver esos ojos verdes, su cabello rojo, perfecto. Le di una sonrisa para que supiera que es lo que estaba pensando. Oh, sí, Renny Ren, serás mi maldita puta. Un momento… ¡Qué boca la que me estoy cargando en estos momentos!

      —Ni por un infierno, Hamilton, estás loco —dijo poniéndose de pie.

      —Reglas son reglas, Renny Ren, eres mi puta. Ahora, ven y siéntate a la par mía. Bree, cambia de lugar con ella.

      —¡¿Qué?! —gritó Bree, bastante sorprendida. Si creyó que la elegiría a ella estaba muy equivocada.

      —Ya sabes las reglas, mujer —dijo Kyle señalándome—. Eres su puta.

      Su cara se transformó en ira. La princesa estaba enojada, quería tirarme al suelo y reír como estúpido dando vueltas por todo el sucio suelo, lleno de colillas de cigarro y bebida derramada. Claro, solo en eso pensaba, reír hasta orinarme en mis pantalones. Ella, la rebelde Renny, estaba a mi merced.

      ¡Alguien que lo grabe! Esto no iba a volver a suceder.

      Acerqué mi mejilla, señalándola con mi dedo índice. Muchos del grupo gritaron «¡beso!» y eso era exactamente lo que quería. Me encogí de hombros, golpeando otra vez con el dedo. De esta no se escapa.

      —Vas a pagarla, Hamilton —dijo antes de darme el beso bastante babeado. Me hubiera dado asco de ser alguien más, pero por algo extraño, no me molesto.

      —Me encanta tu saliva, señorita Scott. Así que no te preocupes.

      Esta hizo un gruñido antes de tomar su siguiente carta. Estaba a segundos de decir algo cuando le dio la vuelta a la carta, suspiré aliviado al ver que era k de diamante. Fondo blanco de un trago bien fuerte, pensé que le tocaría tomárselo a ella, pero resulta que tenía que dárselo a alguien. Cuando me tiró la carta poniendo el vaso frente a mí entendí que estaba pagando mi parte por haberla escogido. Definitivamente este traguito me mandaría a la mierda.

      —¡Fondo, Race! —gritaron las chicas colocando sus ojos encima de mí. Ya, maldición. Aquí vamos.

      Empecé a tragarme esa porquería, el alcohol quemaba toda mi garganta con un sabor a menta y naranja. Estaba asqueroso. Paré unos segundos tapando mi boca, pensé que vomitaría enfrente de todos si no paraba un segundo. Como si no fuera lo suficientemente estúpido, me lo bajé con la cerveza que tenía enfrente. Renny señaló el vaso que aún estaba a la mitad.

      —Te falta, Hamilton.

      Sí, maldita sea, me faltaba, pero no estaba acostumbrado a este tipo de tragos. ¿Esta gente no tenía hígado? Suspiré, sintiendo cómo el sabor etílico se removía en mi boca, antes beber una vez más, reaccioné. Ella era mi puta.

      —Renny —dije y señalé el vaso—. Acábatelo por mí.

      —¡¿No?! Eso es trampa.

      —No, no lo es. Eres mi puta y quiero que te lo acabes.

      La risa de nuestros compañeros de juego se hizo presente, incluso Adrián somataba la mesa como si les hubiera echado «cagadinis de risa» en los tragos. Me sentí orgulloso, para ser nuevo en esto lo estaba haciendo bastante bien.

      Ren tomó el vaso con mala cara tomándoselo todo en un nanosegundo. ¿Qué?, ¿acaso no tenía garganta? Cuando se lo terminó, bajando el vaso hizo el mismo gesto de taparse la boca con el dorso de la mano como si también fuera a vomitar. Sí, cariño, así se pagan las cosas.

      Me arrojó el vaso a la cara, el cual logré esquivar, y dio media vuelta para ver a Sergio, un corredor español que estaba en Londres haciendo unas prácticas. Este tomó la carta que le correspondía siguiendo el juego. Dos vueltas pasaron, y el bendito siete que quedaba seguía sin aparecer.

      Fui testigo de chicas tomando vasos completos de licor, de chicas quitándose la blusa, de hombres haciendo lo mismo, solo que a ellos no les ponía atención. Renny estaba riendo a pesar de que le pedía cosas simples donde no quedara en ridículo ni pareciera que me aprovechaba de ella. Había hecho que hiciera un par de locuras más como bailar sobre la mesa y darles un beso en la mejilla a todos, lo cual me parecía gracioso. No la trataba mal en comparación con los primeros que fueron puta en la jugada.

      Logré tomar su mano unas tres veces y ella lo permitió. Ni idea si era por el juego o porque le gustaba, pero con toda la bebida que tenía encima ya no sentía nada.

      Renny levantó su carta dándome una sonrisa en la cara, era la última y mi cabeza no procesaba que no había más cartas después de esa.

      —Race, eres mi puta —dijo poniéndose de pie—. Como es el final del juego, mi última orden es que durante una hora y en el siguiente juego hagas lo que yo quiera. Sin excusas, porque yo hice exactamente lo que querías.

      —¡Vaya mujer! —gritó algún idiota detrás de mí.

      —¡A la Cama Ren! —dijo alguna chica poco decente.

      Suspiré y asentí en silencio. Ya que más da, no quería que se apartara y esta hora nos daría tiempo para estar juntos. Me puse de pie tomando su mano. ¡Joder! Estaba emocionado.

      Subimos las escaleras, mi cabeza daba vueltas, estaba poco consciente de lo que pasaba a mi alrededor. Incluso, el suelo se movía esporádicamente y tropezaba detrás de una Renny que reía como yo lo hacía. La música sonaba a todo volumen, mucho más que antes, quizá era yo el que estaba más sensible que antes.

      —¡Me gusta esa canción! —dije tomando a Renny de la cintura y dándole vueltas en el segundo piso, cerca del balcón.

      —¡Bájame, Race! —gritó Renny riendo como una loca.

      Negué, no quería bajarla, aunque esas fueran sus órdenes. Quería bailar. Le di una vuelta moviendo mis caderas con poca coordinación, en estos momentos nada en mí estaba en perfecto equilibrio. Estaba bastante borracho, eso no era algo que pudiera ocultar.

      Para mi sorpresa, Renny comenzó a bailar, un baile demasiado perfecto para ser verdad. Sus caderas formaban un ocho, mientas restregaba su culo en mi parte más íntima. Como buen hombrecito, borracho, este se paró con un poco de estimulación. ¡Vaya!, no le llevo ni tres restregadas, y Big Rees de verdad la deseaba.

      —¿Me llevas a tu apartamento? —sus palabras me dejaron frío. ¿Qué?

      —No —dije negando en silencio—. No quiero

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