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abolido, ya que lo entienden como la mera utilización política del miedo, como un expediente contrario a la libertad de investigación y empresa, contrario al bienestar y al progreso, como una extravagancia de algunos "urbanistas saciados de Occidente". Para éstos es obvio que la carga de la prueba debe recaer sobre el que pretende haber descubierto una causa de inseguridad o de peligro en cualquier innovación. Entre ambas posiciones existe, claro está, una amplia gama de matices entre los que quieren que el principio tenga vigencia, pero en una interpretación moderada y proporcional.

      Concretamente, una posición intermedia con cierta popularidad es la que contempla el principio de precaución como un recurso adecuado, pero provisional. Es decir, cuando existen indicios de que alguna de nuestras actuaciones puede desencadenar un peligro o daño considerable, pero no tenemos certeza científica de dicha conexión, entonces es de aplicación el principio de precaución, del que se puede esperar, en términos generales, una moratoria que permita realizar más estudios y así descartar la amenaza o evaluarla cuantificando el riesgo para tomar medidas de prevención frente al mismo. El principio de precaución sería, pues, una guía provisional para actuar mientras se mantenga la incertidumbre. Disipada la misma, podremos realizar un cálculo de riesgos-beneficios y aplicar un principio más clásico como es el de prevención. La gestión de riesgos y la prevención serán ya en adelante nuestras guías de acción. Las decisiones, al final, vendrán dictadas por la previsión científica y la gestión técnica de los riesgos.

      También en los terrenos intermedios de la aplicación moderada del principio de precaución tendríamos una interpretación del mismo que se orienta más hacia lo político que hacia lo técnico. Según ésta, la precaución está dentro de una gama de principios, todos ellos prudenciales, que de un modo sensato y gradual podemos poner en funcionamiento. No se trata aquí de algo provisional, entre otras cosas porque la incertidumbre no se contempla como algo provisional. Esta conclusión se alcanza no sólo desde el relativismo de corte sociologista, sino también desde el pensamiento falibilista.

      Sólo que este último, aunque es escéptico respecto de la certeza, tiene la ventaja de que no renuncia a la verdad. La propia realidad física no es determinista, las predicciones científicas son siempre condicionales, las mediciones que hacemos para fijar condiciones iniciales o para contrastar hipótesis no son nunca perfectamente precisas. Desde el punto de vista de la tecnología, tendremos que contar además con el factor económico. Los niveles de seguridad se obtienen a cierto coste, y los recursos empleados en un punto no se pueden emplear en otro. Siempre tendremos que contar con la incertidumbre y el riesgo en uno u otro grado, de modo que la decisión acerca de qué principio aplicar, en qué sentido y en qué grado, es de carácter político. Y todos los principios correctos de conexión entre conocimiento y acción resultan ser prudenciales por su naturaleza, sometidos reflexivamente al control de la prudencia. Es importante aclarar que la perspectiva prudencial no anula la perspectiva técnica, sino que la integra: la previsión y gestión de los riesgos son guías de acción muy valiosas, pero también están ellas mismas sometidas a la prudencia.

      Desde mi punto de vista la propuesta de Kourilsky y Viney es perfectamente aceptable, siempre que se interprete la prudencia precisamente en el sentido de la phrónesis aristotélica.

      El hecho de que ahora tengamos que apelar de nuevo a principios prudenciales como el de precaución, sorprende sólo porque previamente hemos creído que nos podríamos deshacer de ellos gracias a la ciencia. La apelación a tales principios genera nuevas relaciones entre ciencia y política, relaciones mediadas de nuevo por la prudencia, no rígidas ni jerárquicas como las que se podían derivar de una ciencia de la certeza. Es más, en este nuevo escenario, la racionalidad científica aparece como lo que siempre debió ser, como una modalidad más de la racionalidad humana, como un ejercicio de sensatez, de sentido común crítico, como una actividad regida ella misma por la prudencia y cuyas relaciones con otros ámbitos de la vida humana deben estar también regidas por principios prudenciales.

      ________NOTAS________

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