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de precaución, que sirvan de engranaje entre ambas partes. Trataré, pues, de presentar el principio de precaución, reflexionar sobre las condiciones que legitiman su aplicación y esclarecer su función mediadora entre ciencia y política.

      

       La confluencia entre filosofía política y filosofía de la ciencia

      La progresiva confluencia entre filosofía política y filosofía de la ciencia se ha visto favorecida por cambios objetivos ocurridos recientemente en el ámbito de la tecnociencia y en el ámbito político-social, y a raíz de ellos en la propia naturaleza, que ha sido, por así decirlo, "politizada". Pero también el rumbo que ha tomado la filosofía de la ciencia en la última mitad del siglo xx ha favorecido esta confluencia. En poco tiempo, desde la Segunda Guerra Mundial, han cambiado muchas cosas en ciencia y tecnología, en la reflexión filosófica sobre la ciencia y la tecnología en nuestra sociedad y en la propia naturaleza. La ciencia se ha convertido claramente en un hecho social, ha estrechado sus vínculos con la tecnología, también con el sistema político. Por otra parte, la filosofía de la ciencia ha descubierto los aspectos prácticos de la misma –la ciencia es acción humana y social, no sólo resultados–, ha descubierto también que el conocimiento científico y su aplicación tecnológica tienen que convivir con la inevitable incertidumbre y ha desarrollado el concepto de racionalidad científica en un sentido que lo aproxima mucho al de racionalidad política. Permítaseme analizar, de modo un poco más detenido, estos procesos.

       La ciencia es un hecho social

      Que la ciencia se ha convertido, al menos desde la Segunda Guerra Mundial, en un complejo hecho social, no requiere mayores demostraciones y puede ser tenido por algo obvio. Eso no quiere decir que haya desaparecido la investigación científica individual o en pequeños grupos y con escasos recursos, pero este modo tradicional de investigación se ha visto rebasado hoy por la llamada "Gran Ciencia" (Big Science). Me limitaré a ilustrar la idea con un par de datos históricos aislados, pero significativos.

      

       La simbiosis entre tecnociencia y política

      Como ha señalado Miguel Ángel Quintanilla, los cambios científicos y tecnológicos se producen hoy a un ritmo extraordinariamente rápido, tienen una gran amplitud y profundidad, dependen de la estrecha conexión existente entre ciencia y tecnología, y son uno de los factores más importantes del crecimiento económico y del cambio social. Pero los cambios en ciencia y tecnología no están determinados, dependen de la voluntad de las personas (en el mejor de los casos de la voluntad democrática, aunque esto, por supuesto, no está garantizado). En consecuencia, parece sensato y necesario el establecimiento de políticas científicas.

      De hecho, tras la Segunda Guerra Mundial, muchos organismos (UNESCO, OCDE, OEA...) y gobiernos comenzaron a adoptar políticas científicas. En principio se trataba de políticas para impulsar y promover el desarrollo científico y tecnológico, que se adoptaban en el convencimiento de que dicho desarrollo produciría, a su vez, un progreso económico e industrial. Indudablemente, tanto el desarrollo tecnocientífico como el industrial y económico se hallan entrelazados en nuestros días, y producen intensos cambios sociales y naturales. Además, tanto la investigación científica como la innovación tecnológica están en estrecha dependencia de las decisiones políticas y de las prácticas sociales: la expansión de internet, por ejemplo, está recibiendo un apoyo político inusitado, y la introducción de ordenadores, que, sin un cambio cultural y de costumbres, no serviría para aumentar la productividad, contribuye a ella merced a los cambios sociales y laborales recientemente introducidos. No existe, en fin, algo así como un destino fatal necesario para la tecnociencia.

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