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de una clase de inmadurez [fe firme e ignorante en la Iglesia] por otra [fe firme e ignorante en la Ciencia]. 31

      Las consecuencias políticas de la democracia radical que predica Feyerabend parten del hecho de la no división entre expertos y legos en las cuestiones fundamentales de evaluación de un programa de investigación.

      La propuesta es tan radical como repetida desde entonces. Si uno lee, pongamos por caso uno que nos es cercano, los ensayos colgados en la página de la oei dedicada a cts (http://www.campus-oei.org/salactsi/), observará múltiples versiones de esta forma de plantear la solución al problema de Epimeteo: la participación a través de foros, mecanismos de evaluación, etcétera que impliquen la voz de los afectados en las decisiones de los programas de investigación: disolver la barrera entre expertos y legos, hacer de los expertos en la justicia, todos en el discurso de Protágoras, también expertos en la dirección de la investigación. Recientemente Latour y Fuller han propuesto una solución similar.

      

       El laberinto del contrato social

      Las tres posiciones que hemos relatado son soluciones coherentes y representan concepciones muy extendidas en el mundo contemporáneo. Cuando se leen los textos en los que fueron propuestas, como los de los autores que hemos elegido, o cuando se escuchan los argumentos de sus defensores actuales, aparecen a primera vista como soluciones razonables. Sorprende que hayan causado tantas controversias, porque parecería que debieran encontrarse fórmulas que las hicieran complementarias. La historia nos muestra que estas controversias han sido largas y enconadas. La tensión entre la planificación social de la ciencia y la resistencia de muchos miembros, a veces muy importantes, de las comunidades científicas, que ofrecen argumentos muy similares a los que encontramos en Polanyi, ha sido una fuente de conflictos permanente desde la creación de las políticas públicas de la ciencia. La controversia entre las dos líneas universalistas y la tercera línea crítica, constituye uno de los elementos centrales de lo que han sido llamadas Guerras de la Ciencia.

      Una segunda y más detenida mirada a cada una de las tres soluciones, sin embargo, nos permite ver que las tres son defectuosas, que no atienden a las razones del vecino. La primera solución contiene un elemento de autoritarismo innegable: la planificación social de la ciencia y la tecnología puede estar sometida demasiado a los avatares de las ilusiones políticas, a los sesgos cognitivos que se producen en nuestras sociedades de consumo o de riesgo, o lo que es más habitual, que se insista y financien líneas de investigación por efectos de moda o por mecanismos de representación simbólica. El famoso caso de la financiación de la fusión fría es ilustrativo a este respecto. Muchos gobiernos tuvieron la ilusión de que se estaba encontrando la piedra filosofal que habría de resolver el problema de la energía y abrieron la chequera para que los investigadores fijasen la cifra de financiación. No es un caso aislado: si se leen las líneas prioritarias de muchos planes de investigación estatales o regionales, particularmente los ya pasados, que pueden ser leídos con cierta perspectiva, encontraremos fácilmente la intromisión de los sesgos simbólicos, de moda, de las aversiones al riesgo o del deseo inmoderado en la expresión de las políticas públicas de investigación. Pero además se introduce una posibilidad de dominio absurdo de una burocracia superestructural sobre las comunidades científicas que emplea ella misma más recursos que las propias comunidades que trata de planificar o evaluar.

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