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sus ojos admiradores, sus palabras melosas y su congelador lleno de partes durante unos años después de su juicio y condena.

      El equipo de ejecución colocó a Caldwell en la camilla de ejecución, le quitó las esposas, grilletes y sandalias y lo sujetaron con unas correas de cuero, dos por el pecho, dos para sostener sus piernas, dos alrededor de sus tobillos y dos alrededor de sus muñecas. Sus pies descalzos daban a la ventana. Era difícil ver su rostro.

      De repente, las cortinas se cerraron sobre las ventanas del observatorio. Riley entendió que esto era ocultar la fase de la ejecución donde algo pudiera salir mal, que al equipo le cuestora encontrar una vena adecuada, por ejemplo. Aún así, le pareció peculiar. Las personas en ambos observatorios estaban a punto de ver a Caldwell morir, pero no tenían permitido presenciar la inserción mundana de las agujas. Las cortinas se mecían un poco, aparentemente por los movimientos de los miembros del equipo que estaban del otro lado.

      Cuando abrieron las cortinas de nuevo, las vías intravenosas estaban en su lugar, pasando de los brazos del prisionero por huecos en las cortinas plásticas. Algunos miembros del equipo de ejecución se habían colocado detrás de las cortinas, donde administrarían las drogas letales.

      Un hombre sostenía el auricular del teléfono rojo, listo para contestar una llamada que seguramente nunca llegaría. Otro le hablaba a Caldwell, sus palabras un sonido apenas audible debido al mal sistema de sonido. Le estaba preguntando a Caldwell si tenía unas palabras finales.

      En cambio, la respuesta de Caldwell se escuchó bastante bien.

      “¿Está aquí la agente Paige?”, preguntó.

      Sus palabras impactaron a Riley.

      El funcionario no respondió. No tenía derecho a saber la respuesta a esa pregunta.

      Después de un silencio tenso, Caldwell habló de nuevo.

      “Díganle a la agente Paige que hubiese deseado poder plasmar su belleza con mi arte”.

      Aunque Riley no podía ver su rostro claramente, pensó haberlo oído soltar una risita.

      “Eso es todo”, dijo. “Estoy listo”.

      Riley estaba llena de rabia, horror y confusión. Esto era lo último que había esperado. Derrick Caldwell había elegido hablar de ella en sus momentos finales. Y era incapaz de hacer algo al respecto por estar sentada detrás de este vidrio irrompible.

      Lo hizo comparecer ante la justicia pero, a la final, logró vengarse de una forma enfermiza.

      Sintió la pequeña mano de Gail sosteniendo la suya.

      “Dios mío”, pensó Riley. “Me está consolando”.

      Riley trató de controlar sus náuseas.

      Caldwell dijo una cosa más.

      “¿Lo sentiré cuando comience?”.

      Tampoco recibió respuesta a esa pregunta. Riley podía ver el líquido moverse por los tubos transparentes de las vías. Caldwell respiró profundamente y aparentemente se quedó dormido. Su pie izquierdo tembló un par de veces, y luego se quedó inmóvil.

      Después de un momento, uno de los guardias pellizcó ambos pies, sin obtener una reacción. Parecía un gesto bastante peculiar, pero Riley entendió que el guardia estaba asegurándose que el sedante estuviera funcionando y que Caldwell estaba totalmente inconsciente.

      El guardia les dijo algo inaudible a las personas que se encontraban detrás de la cortina. Riley vio líquido moverse por las vías de nuevo. Sabía que esta segunda droga detendría sus pulmones. En poco tiempo, una tercera droga detendría su corazón.

      Riley se encontró pensando en lo que estaba viendo mientras la respiración de Caldwell se hacía más lenta. ¿Cómo era diferente esto de las veces que ella misma había usado fuerza letal? Ella había matado a varios asesinos en el cumplimiento de su deber.

      Pero esto no era nada como esas otras muertes. En comparación, era extrañamente controlada, limpia, clínica, inmaculada. No parecía correcta. Irracionalmente, Riley se encontró pensando...

      “No debí haberlo dejado llegar a este punto”.

      Sabía que no tenía razón, que había llevado a cabo la captura de Caldwell con profesionalismo. Pero aún así pensó...

      “Debí haberlo matado yo misma”.

      Gail sostuvo la mano de Riley por diez largos minutos. Finalmente, el funcionario que estaba al lado de Riley dijo algo que Riley no pudo escuchar.

      El director salió de detrás de la cortina y habló en una voz bastante clara como para ser entendida por todos los testigos.

      “La pena de muerte fue ejecutada con éxito a las 9:07 a.m.”.

      Luego las cortinas se cerraron de nuevo. Los testigos ya habían visto lo que habían venido a ver. Los guardias entraron en el observatorio e instaron a todos a irse lo más pronto posible.

      Gail tomó la mano de Riley de nuevo a lo que todos salieron al pasillo.

      “Siento que dijo lo que dijo”, le dijo Gail.

      Riley se sobresaltó. ¿Cómo podría Gail preocuparse por los sentimientos de Riley en un momento como este, cuando por fin había comparecido ante la justicia el asesino de su propia hija?

      “¿Cómo te sientes, Gail?”, preguntó mientras caminaban rápidamente hacia la salida.

      Gail caminó en silencio por un momento. Tenía una expresión vacía en su rostro.

      “Está hecho”, dijo finalmente, su voz fría y entumecida. “Está hecho”.

      Salieron del edificio a la luz del día. Riley pudo ver dos muchedumbres al otro lado de la calle, cada una fuertemente controlada por la policía. En un lado había un grupo que estaba de acuerdo con la ejecución, tenían carteles odiosos, algunos soeces y obscenos. Estaban llenos de júbilo, y era comprensible. Del otro lado estaban los que abogaban en contra de la pena de muerte, también con sus propios carteles. Habían pasado toda la noche aquí celebrando una vigilia. Estaban mucho más tranquilos.

      Riley no sintió compasión por ninguno de los dos grupos. Estas personas estaban aquí por ellos mismos, para hacer un espectáculo público de su indignación y rectitud, actuando en aras de su propia autocomplacencia. En su opinión, no tenían por qué estar aquí—no estaban entre aquellos cuyo dolor y aflicción era demasiado real.

      Había una multitud de reporteros entre la entrada y las muchedumbres con camiones de prensa cerca. Mientras Riley caminaba entre ellos, una mujer corrió hasta ella con un micrófono y un camarógrafo detrás de ella.

      “¿Agente Paige? “¿Eres la agente Paige?”, preguntó.

      Riley no respondió. Ella intentó pasar a la reportera.

      La reportera la siguió tenazmente. “Nos enteramos que Caldwell la mencionó en sus últimas palabras. ¿Algún comentario?”.

      Otros reporteros se acercaron a ella, haciendo la misma pregunta. Riley apretó los dientes y siguió por la multitud. Por fin logró liberarse de ellos.

      Se encontró pensando en Meredith y Bill mientras se apresuraba para llegar a su carro. Ambos la habían implorado a tomar un nuevo caso. Y estaba evitando darles una respuesta.

      “¿Por qué?”, se preguntó.

      Se acababa de escapar de los reporteros. ¿Estaba tratando de escapar de Bill y Meredith también? ¿Estaba tratando de escapar de quién era realmente y de todo lo que tenía que hacer?

      *

      Riley estaba feliz de estar en casa. La muerte que había presenciado esa mañana la había dejado con una sensación de vacío y el viaje de regreso a Fredericksburg había sido cansón. Pero cuando abrió la puerta de su casa adosada, algo no parecía estar bien.

      Había demasiado

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