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“Denme espacio. No necesito que unan fuerzas para tratar de emparejarme con el vecino”.

      Empezaron a devorarse los chiles rellenos y el celular de Riley comenzó a vibrar en su bolsillo cuando estaban a punto de terminar de cenar.

      “Maldita sea”, pensó. “No lo hubiese traído a la mesa”.

      El celular siguió vibrando. Tenía que contestar, no le quedaba de otra. Brent Meredith le había dejado otros dos mensajes desde su llegada a casa, y ella seguía diciéndose a sí misma que lo llamaría más tarde. Ya no podía postergarlo más, así que se retiró de la mesa y contestó el teléfono.

      “Riley, siento molestarte de esta manera”, dijo su jefe. “Pero realmente necesito tu ayuda”.

      A Riley le sorprendió que Meredith la llamara por su nombre ya que no era algo habitual. Aunque se sentía muy cercana a él, generalmente la llamaba agente Paige. Él normalmente era muy formal, al punto de ser brusco.

      “¿Qué sucede, señor?”, preguntó Riley.

      Meredith se quedó callado por unos instantes. Riley se preguntaba por qué se estaba mostrando reticente y comenzó a preocuparse. Se sentía segura que estas eran precisamente las noticias que había estado temiendo.

      “Riley, necesito pedirte un favor personal”, dijo, sonando menos autoritario de lo habitual. “Me pidieron investigar un asesinato en Phoenix”.

      Esto sorprendió a Riley. “¿Un solo asesinato?”, preguntó. “¿Por qué el FBI tendría que involucrarse en eso?”.

      “Tengo a un viejo amigo en la oficina en Phoenix”, dijo Meredith. “Garrett Holbrook. Fuimos juntos a la academia. Su hermana Nancy fue la víctima”.

      “Lo siento mucho”, dijo Riley. “Pero la policía local...”.

      Sintió súplica en la voz de Meredith.

      “Garrett quiere que lo ayudemos. Ella era una prostituta. Simplemente desapareció y luego su cuerpo apareció en un lago. Quiere que lo investiguemos como si fuera un asesinato en serie”.

      A Riley le parecía extraña esa petición. Las prostitutas a menudo desaparecían sin ser asesinadas. A veces decidían hacer su trabajo en algún otro lugar. O simplemente dejaban de hacerlo.

      “¿Tiene alguna razón para creer que lo es?”, preguntó.

      “No lo sé”, respondió Meredith. “Tal vez quiere creer eso para involucrarnos. Pero sabes que es cierto que las prostitutas son blancos frecuentes de los asesinos en serie”.

      Riley sabía que eso era así. Los estilos de vida de las prostitutas las ponían en riesgo. Eran visibles y accesibles, estaban solas con extraños, a menudo dependientes de drogas.

      Meredith continuó: “Él me llamó personalmente. Le prometí que enviaría al mejor personal a Phoenix. Y obviamente eso te incluye a ti”.

      Esto conmovió a Riley. Meredith estaba haciendo esto cada vez más difícil.

      “Por favor entiéndame, señor”, dijo. “No puedo tomar un nuevo caso ahora”.

      Riley sentía que estaba siendo deshonesta. “¿No puedo o no quiero?”, se preguntó a sí misma. Después de haber sido capturada y torturada por un asesino en serie, todos habían insistido en que se fuera de licencia. Había intentado hacerlo, pero se encontró necesitando volver al trabajo desesperadamente. Ahora se preguntaba la razón de ese desespero. Había sido imprudente y autodestructiva, y todo esto le había costado ganar el control de su vida. Cuando finalmente mató a Peterson, su atormentador, pensó que todo estaría bien. Pero aún la atormentaba, y le estaba costando mucho aceptar cómo había terminado su último caso.

      Después de una pausa, añadió: “Necesito más tiempo fuera del campo. Técnicamente estoy de licencia y realmente estoy tratando de reconstruir mi vida”.

      Cayó un largo silencio. No parecía que Meredith se pondría a discutir con ella, y mucho menos abusar de su autoridad. Pero tampoco le diría que no importaba, no dejaría de presionarla.

      Oyó a Meredith suspirar tristemente. “Garrett y Nancy tenían años distanciados y lo que le pasó lo está carcomiendo. Creo que eso sirve de lección, ¿o no? No debemos dar por sentado a ninguna persona de nuestras vidas. Siempre debemos hacer el intento”.

      Riley casi deja caer el celular. Las palabras de Meredith pusieron el dedo en la llaga, en una llaga en la que Riley no había pensado por mucho tiempo. Riley había perdido el contacto con su hermana mayor hace años. Estaban distanciadas, y Riley no había pensado en Wendy durante mucho tiempo. No tenía ni idea de lo que estaba haciendo su hermana en estos momentos.

      “Prométeme que lo pensarás”, dijo Meredith luego de otra pausa.

      “Lo haré”, dijo Riley.

      Finalizaron la llamada.

      Se sentía terrible. Meredith había estado a su lado durante momentos terribles y nunca había mostrado vulnerabilidad hacia ella antes. Ella odiaba decepcionarlo, y le acababa de prometer que lo consideraría.

      Y no importaba qué tan desesperadamente quería negarse, Riley no estaba segura de poder hacerlo.

      Capítulo Tres

      El hombre se encontraba sentado dentro de su carro en el estacionamiento, viendo a la puta acercarse por la calle. Se llamaba a sí misma Chiffon; obviamente este no era su nombre real. Y estaba seguro que había muchas más cosas de ella que no sabía.

      “Puedo obligarla a decirme”, pensó. “Pero aquí no. Hoy no”.

      Tampoco la mataría aquí hoy. No, no aquí tan cerca de su lugar de trabajo habitual, el supuesto “Gimnasio Cinético”. Desde donde estaba sentado, podía ver los equipos de ejercicio decrépitos por las ventanas: tres cintas caminadoras, una máquina de remo y un par de máquinas de pesas. Por lo que sabía, nadie venía al gimnasio a ejercitarse.

      “No de una manera socialmente aceptable”, pensó con una sonrisa.

      No venía mucho a este lugar, no desde que había raptado a esa morena que había trabajado allí hace años. Obviamente no la había matado allí. La había llevado a un cuarto de motel para recibir “servicios adicionales”, prometiéndole pagarle mucho más dinero.

      No había sido asesinato premeditado, ni siquiera en ese momento. La bolsa de plástico sobre su cabeza solo pretendía añadir un elemento de fantasía y peligro. Le sorprendió lo tan satisfecho que se había sentido una vez de haberlo hecho. Había sido un placer epicúreo y distintivo, incluso en todos los placeres que había experimentado en su vida.

      Aún así, había ejercido más cuidado y moderación en sus encuentros amorosos desde entonces. O por lo menos lo había hecho hasta la semana pasada, cuando el mismo juego se volvió mortal de nuevo con esa acompañante. ¿Cómo es que se llamaba?

      “Ah, sí”, recordó. “Nanette”.

      Había sospechado en ese momento que Nanette quizás no era su verdadero nombre. Ahora jamás lo descubriría. En su corazón sabía que su muerte no había sido un accidente. Él había querido hacerlo. Y tenía la conciencia limpia. Estaba listo para hacerlo de nuevo.

      La puta que se hacía llamar Chiffon estaba ya a media cuadra, vestida con una camiseta amarilla con escote bañera y una minifalda, tambaleando hacia el gimnasio en tacones altos y hablando por su teléfono celular.

      Realmente quería saber si su verdadero nombre era Chiffon. Su encuentro profesional anterior había sido un fracaso, seguramente por culpa de ella. Algo de ella lo había inquietado.

      Sabía que era mayor de lo decía ser. Era más que su cuerpo, incluso las putas adolescentes tenían estrías de parto. Y tampoco eran las arrugas de su rostro. Las putas envejecían más rápido que cualquier otro tipo de mujer.

      Simplemente

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