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bien, Mamá!”, respondió April entrecortadamente.

      Riley se echó a reír de nuevo. Era un sonido desconocido que surgía de sentimientos que casi había olvidado. Quería acostumbrarme a reír de nuevo.

      También quería acostumbrarse a la expresión alegre de su hija. Pareciera como si fuera ayer cuando April había sido terriblemente rebelde y taciturna, incluso para una adolescente. Riley no podía culpar a April. Riley sabía que, como madre, había dejado mucho que desear y ahora estaba haciendo todo lo posible para cambiar eso.

      Esa era una de las cosas que más le gustaban de estar de licencia de su trabajo de campo y sus horas largas e impredecibles, a menudo en lugares lejanos. Ahora su horario encajaba con el de April, y la posibilidad de que esto tuviera que cambiar algún día aterraba a Riley.

      “Mejor lo disfruto mientras pueda”, pensó.

      Riley entró de nuevo a la casa justo a tiempo para escuchar el timbre de la puerta principal.

      “Yo atiendo, Gabriela”, gritó Riley.

      Abrió la puerta y se sorprendió al ver el rostro sonriente de un hombre que no había visto antes.

      “Hola”, dijo tímidamente. “Yo soy Blaine Hildreth, de al lado. Tu hija está en mi casa ahora mismo con mi hija Crystal”. Sostuvo una caja frente a Riley y añadió: “Bienvenidas al vecindario. Les traje un pequeño regalo de bienvenida”.

      “Ah”, dijo Riley. Esta cordialidad la sorprendió, no estaba acostumbrada a ella. Le tomó un momento decir: “Pasa adelante, por favor”.

      Tomó el regalo y le ofreció un asiento en una silla de la sala de estar. Riley se sentó en el sofá con la caja de regalo en su regazo. Blaine Hildreth estaba mirándola con expectación.

      “Esto es tan amable de tu parte”, dijo, abriendo el paquete. Contenía unas tazas de café coloridas, dos de ellas decoradas con mariposas y las otras dos con flores.

      “Son bonitas”, dijo Riley. “¿Quieres café?”.

      “Sí, gracias”, dijo Blaine.

      Riley llamó a Gabriela, quien vino de la cocina.

      “Gabriela, ¿podrías traernos café en estas tazas?”, dijo, entregándole dos de las tazas. “Blaine, ¿cómo te gusta el tuyo?”.

      “Negro”.

      Gabriela volvió a la cocina con las tazas.

      “Mi nombre es Riley Paige”, le dijo a Blaine. “Gracias por visitarnos. Y gracias por el regalo”.

      “De nada”, dijo Blaine.

      Gabriela regresó con dos tazas de café caliente, luego volvió a la cocina para seguir con sus labores. Riley se encontró evaluando a su vecino, y esto la avergonzó un poco. No podía resistirse ahora que era soltera. Esperaba que él no lo notara.

      “Qué importa”, pensó. “Tal vez él está haciendo lo mismo conmigo”.

      Lo primero que observó es que no estaba usando un anillo de bodas. “Viudo o divorciado”, pensó.

      Luego estimó que tenían casi la misma edad, tal vez él era un poco más joven, casi cerca de los cuarenta.

      Por último, era apuesto. Tenía entradas, pero no se le veían mal. Y era esbelto y parecía estar en forma.

      “¿En qué trabajas?”, preguntó Riley.

      Blaine se encogió de hombros. “Soy dueño de un restaurante. ¿Conoces El Grill de Blaine, el que queda en el centro?”.

      Riley quedó gratamente impresionada. El Grill de Blaine era uno de los restaurantes informales más bonitos de Fredericksburg. Le habían dicho que era un excelente lugar para cenar, pero no había tenido la oportunidad de visitarlo.

      “Sí, he ido”, dijo.

      “Bueno, es mío”, dijo Blaine. “¿Y tú?”.

      Riley respiró profundamente. Nunca era fácil para ella decirle a un desconocido lo que hacía para ganarse la vida. Los hombres eran los que más se intimidaban.

      “Trabajo con el FBI”, dijo. “Soy — agente de campo”.

      Los ojos de Blaine se abrieron.

      “¿En serio?”, preguntó.

      “Sí, estoy de licencia en estos momentos. Estoy enseñando una clase en la academia”.

      Blaine se inclinó hacia ella con creciente interés.

      “Guau. Seguro tienes bastantes historias que contar. Me encantaría escuchar una”.

      Riley se echó a reír de los nervios. Se preguntaba si alguna vez sería capaz de contarle a alguien que no perteneciera a la Oficina algunas de las cosas que había visto. Sería aún más difícil hablar sobre algunas de las cosas que había hecho.

      “No lo creo”, dijo Riley bruscamente. Riley notó que Blaine se puso tenso, y se dio cuenta que su tono había sido un poco grosero.

      Él agachó su cabeza y dijo: “Te pido disculpas. Ciertamente no era mi intención incomodarte”.

      Siguieron charlando por minutos, pero Riley sabía que su vecino estaba siendo más reservado. Riley cerró la puerta detrás de él y suspiró luego de su despedida amable. Entró en cuenta que no se estaba haciendo accesible. La mujer que estaba reconstruyendo su vida seguía siendo la misma Riley.

      Pero se dijo a sí misma que esto no era importante por los momentos. Una relación por despecho era lo último que necesitaba ahora mismo. Necesitaba enfocarse en reorganizar su vida, y apenas estaba empezando a avanzar en esa dirección.

      Aún así, había sido agradable pasar unos minutos hablando con un hombre atractivo. También era un alivio tener vecinos, y estos vecinos eran bastante agradables.

      *

      Cuando Riley y April se sentaron en la mesa para cenar, April no podía dejar de andar su smartphone.

      “Por favor dejar de enviar mensajes de texto”, dijo Riley. “Es la hora de cenar”.

      “Dame un minuto, Mamá”, dijo April. Siguió enviando mensajes de texto.

      Este comportamiento adolescente de April solo irritó a Riley un poco. La verdad era que eso tenía su lado positivo. A April le estaba yendo muy bien en la escuela este año y estaba haciendo nuevos amigos. Para Riley, era un buen grupo de chicos, mucho mejores que con los que April solía pasar el rato. Riley supuso que April estaba escribiéndole a un chico que le interesaba. Sin embargo, April no lo había mencionado aún.

      April dejó de enviar mensajes de texto cuando Gabriela entró de la cocina con una bandeja de chiles rellenos. April dejó escapar una risa pícara a lo que colocó el plato caliente de chiles en la mesa.

      “Bastante picante Gabriela, ¿o no?”, preguntó.

      “Sí”, dijo Gabriela, riéndose también.

      Era una chiste constante entre las tres. Ryan odiaba la comida picante, realmente ni podía comerla. Para Riley y April, entre más picante, mejor. Gabriela ya no tenía que retenerse, o al menos no tanto como solía hacerlo. Riley dudaba si ella y April podían soportar las recetas guatemaltecas originales de Gabriela.

      Cuando Gabriela terminó de servir la comida para las tres, le dijo a Riley: “El caballero es guapo, ¿no?”.

      Riley se puso colorada. “¿Guapo? No lo noté, Gabriela”.

      Gabriela se echó a reír. Se sentó a comer con ellas y comenzó a canturrear una melodía. Riley supuso que era una canción de amor guatemalteca. April miró fijamente a su madre.

      “¿Qué caballero, Mamá?”, preguntó.

      “Ah, nuestro vecino vino hace un rato —”.

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