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      A decir verdad nos parecíamos un poco, solo que mis ojos color oliva no tenían nada que ver con sus dos bochones negros, y su postura no era, por cierto, como la mía. Ella, a diferencia de Sara que parecía una pequeña, era una mujer hecha y derecha. La habría considerado una líder o a la cabeza de cualquier grupo. Se veía que le gustaba mandar y controlar la situación. Se comunicaba con Sara solo con la mirada y, de hecho así fue como la hizo levantar y salir de la habitación para ir quién sabe dónde.

      Al rato regresó con un mazo de cartas y me las dio. Solo entonces Sonia se sentó a mi lado y al lado de Sara. Comenzó a ojear las cartas y sacó un pergamino amarillento que tenía nombres escritos en él. Recorrí con velocidad la lista con mi mirada.

      Finalmente vi mi nombre escrito al lado de los de Sara y Sonia.

      Levanté la mirada desconcertada. “Y esto, ¿qué es?”.

      â€œUna lista de nombres. Son todas las reencarnaciones de Macha, Badb y Nemann, además de aquellas de Morrigan. Si nuestras tres almas trabajan juntas, toman el poder de la Gran Reina, de la Diosa de la guerra y el cambio.”

      Gabriel, que hasta ese momento había permanecido en silencia apoyado en la pared del cuarto, comenzó a reír y dijo: “Muchachas, ¿desde cuándo se suceden estas reencarnaciones? ¿Quinientos? ¿Más? Si mal no recuerdo, Morrigan juró volver.” Me apunto con el dedo como culpándome de algo. “Ella es la reencarnación de la Diosa, todos la buscan. Les debería bastar como prueba.”

      â€œÂ¡Cállate, ángel maldito! Es imposible” dijo Sonia, saltándole encima como un león. “Si de verdad las cosas fueran como tú dices, ¿por qué no reencarnó antes? Si existe y no es solo el nombre de nuestro poder ¿por qué no apareció antes?”

      Gabriel no se movió, se limitó a sacudir la cabeza y a esbozar una sonrisa burlona.

      Comenzó a recitar algo que parecía una poesía.

       “La luz de la luna abraza a la niña

      tan pequeña y tan asustada.

      Aquel hombre malo quiere dañarla

      pero la Gran Madre quiere salvarla.

      El destino le guarda grandes cosas

      pero solo su corazón le dirá la verdad.”

      â€œCon esta bella poesía, ¿qué quieres decir?” Le pregunté irritada.

      Su mirada me atravesó. “Quiero decir”, comenzó con un tono tan seco que se me hizo un nudo en la garganta, “que tú recién llegaste, y de estas cosas no puedes saber nada. Ahora cámbiate. Debemos irnos.”

      Se giró y salió. Permanecí mirándole la espalda con las lágrimas que asomaban en mis ojos. ¿Quién era él para tratarme así? Está bien, estaba muerta y había retornado a un mundo que no conocía, gracias a un beso suyo.

      Un maldito beso suyo.

      Â¿Quería hacerse odiar? ¿Era este el objetivo de su discurso anterior?

      Pues lo había logrado.

      Había algo misterioso en él. Algo que no debería descubrir, pero que igualmente quería conocer a toda costa.

      Sentía la necesidad de conocer más, si bien me había sido ordenado no averiguarlo. Las lágrimas comenzaron a caer, silenciosas.

      Sara se dio cuenta de inmediato. “Llora cariño, si sientes la necesidad. Tu vida ha cambiado demasiado rápido.” Posé la cabeza en su hombre y comencé a llorar desconsoladamente.

      Después de algunos minutos me tranquilicé.

      Mientras tanto, Sara, había salido a buscar algunos vestidos para salir, y volvió con tres espléndidos trajes que parecían salidos de un castillo medieval. Eran de tafeta, con brillantes en el pecho, y cada vez que les daba la luz, formaban un arcoíris de colores brillantes. Los bordes eran de oro con arabescos en plata, y la falda caída suave y ligera, para permitir cualquier tipo de movimiento. Los hombros quedaban descubiertos, pero en esa dimensión el clima era siempre templado.

      El sol siempre iluminaba aquel mundo, y por esto la temperatura era siempre agradable, y se sentía el calor de aquel en la piel.

      El vestido de Sara era azul como sus ojos, el de Sonia rojo como sus cabellos, y el mío era violeta oscuro, mi color preferido.

      Me lo puse y me miré al espejo, detrás de mí estaban Sonia y Sara. Parecíamos tres damas de otra época.

      Esto me hizo sonreír, me volvió el buen humor.

      De todas maneras quería saber algo.

      â€œÂ¿Muchachas adónde vamos?”

      Sonia se acercó y me susurró al oído: “vamos a ver a la única persona que puede ayudarte”

      â€œÂ¿Y es confiable?”

      â€œÂ¡Ares, claro!” exclamó Sara.

      â€œÂ¿Cómo puedes estar tan segura?”

      Algo dentro de mí no me dejaba caer la guardia.

      â€œEs un inmortal. Los inmortales son quienes nos dominan, pero viven en el Reino de Tenot y viene aquí una vez al mes a recoger sus tributos e infligir algún castigo” me explicó Sonia. “Ares nació aquí, en el Reino de Elos. Su padre murió combatiendo contra el Rey que nos persigue y así fue como decidió no volver más. Quiere vengarse y se alió con nosotros.”

      â€œOkey vamos con este tal Ares” no me quedaba otra que darle una posibilidad.

      Sonia me sonrió por última vez, una sonrisa corajosa.

      Todos estaban seguros de que Ares me salvaría, yo estaba convencida de que algo saldría mal.

      Â¿Pero quién era para poder decirlo? Tal vez debería relajarme un poco. El estrés me estaba haciendo doler la cabeza.

      Aun estando muerto se puede sentir dolor de cabeza.

      4

      El reino de Elos

      Â¿Podría haber terminado en el Paraíso?

      Algo así jamás lo hubiera creído.

      Apenas salí, me encontré en un lugar en el que la luz del sol resplandecía siempre. Y el cielo parecía pintarlo todo con su azul.

      No era muy distinto a la Tierra, el lugar en el que me encontraba, la vegetación era la misma.

      Noté alguna acacia con sus flores rosas, y algún duraznero en flor. No había casa o edificio que no estuviera tapado de plantas y flores.

      Aquello que, literalmente, me cortó la respiración fue la presencia de seres mágicos delante de mí.

      Me estaban esperando y estaban dispuestos en un semicírculo dispuestos por raza y altura. Partiendo desde la derecha, había unos pequeños seres luminosos, de unos veinte centímetros. Detrás de la espalda tenían alas que se movían como las de un colibrí. Se podía apreciar como un polvo brillante que caía al piso como si fuera nieve dorada.

      En el centro estaban los gnomos, ¡imposible no reconocerlos! Tenían una estatura de entre 90 y 150 centímetros. Había estaba siempre convencida que nunca nadie los podía ver, y sin embargo estaban allí delante de mí. Los hombres con barbas largas y negras, los más jóvenes,

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