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se veía por la actitud firme, y por las coronitas de hojas colocadas en la cabeza.

      â€œÂ¿Quiénes son?” Le pregunté a Sara, que aún me miraba con una mirada turbadora.

      â€œLa primera estirpe de elfos que reinó en Naostur, los Nuropegues.”

      â€œPero aquí no hay elfos” le dije, “solo he visto medio elfos, ¿dónde se encuentran ahora?”

      Sara me acribilló con la mirada, “son historias antiguas, es mejor dejar el pasado donde está.”

      Â¿Por qué toda aquella rabia repentina? Solo quería saber un poco más del lugar en el que me encontraba.

      Decidí no indagar más, si bien no podía sacar de mi cabeza la belleza de aquel Rey elfo.

      Volví a mirar a mi alrededor, aquel Castillo era inmenso. Desde lo alto de la sala, colgaban tres grandes arañas, todas alimentadas por velas. Al final del salón había dos grandes escaleras, que llevaban a las habitaciones del segundo piso. Eran en mármol blanco y formaban una herradura.

      Mis hermanas y yo caminábamos en fila sobre una gran alfombra roja. Me sentía como una reina escoltada por sus damiselas.

      Cuando llegamos al final del salón, Sonia se colocó a mi derecha, Sara a mi izquierda y yo quedé en el medio.

      Vi a las muchachas llevarse la mano, con los dedos entrecruzados, al corazón y arrodillarse.

      Yo las imité.

      â€œGloria y Honor a ustedes, queridas muchachas.” Dijo una voz desconocida para mí.

      Biché, curiosa por saber quién hablaba.

      Me encontré mirando el corredor que pasaba debajo de las escaleras.

      No había mucha luz y la única cosa que podía distinguir era una figura con un contorno negro.

      Nada más.

      â€œGloria y Honor a ti, Ares”, dijeron Sonia y Sara.

      Yo permanecí con la boca abierta, tratando de darle un sentido a la sombra que aparecía delante de mí. No dije nada y las otras dos me miraron como si hubiera hecho el papelón de mi vida.

      Ares sonrió. “No importa es nueva en nuestro reino, ya aprenderá.”

      â€œG-Gracias” tartamudeé, un poco avergonzada.

      Me levanté y mis ojos encontraron los de Ares.

      Había salido de la sombra y un haz de luz lo iluminó.

      5

      ARES

      Las grandes paredes, pintadas, hacían un único espacio con el suelo.

      Un remolino, gris, rojo y amarillo parecía querer devorarme.

      Escuché un zumbido, parecido al que se escucha cuando se está por perder el sentido, a punto de desvanecerse, y esto lo había aprendido con creces.

      Pocas horas antes me había desmayado y había muerto.

      Luego había vuelto a desmayarme.

      Pero esta vez era diferente porque solo una cosa veía con nitidez delante de mí, el rostro de Ares.

      No sabía si era un muchacho o un hombre, no tenía edad.

      Se presentó delante de nosotras vistiendo solo un par de jeans. Sus músculos eran marcados sin ser exagerados. Su rostro era como el de un ángel, uno de aquellos de los cuadros, que adoran al Señor.

      Habría podido ser uno de aquellos. O un serafín, pues tampoco ellos tenían edad.

      Sus cabellos rubios y rizados, caían por encima de sus hombros. Su nariz griega era perfecta, sus ojos pequeños y de un verde intenso como los prados que había visto antes de llegar al castillo. El mentón un poco pronunciado y en punta, y la boca suave y poco carnosa, eran atrayentes.

      No sabía si enfrente de mí tenía una divinidad o un inmortal.

      Me di cuenta de que había estado un rato mirándolo, de boca abierta, solo cuando Sara me dio un pellizco.

      â€œEra hora de que decidieras volver con nosotros” dijo en voz baja. “¿Qué diablos te sucedió?”

      â€œY-Yo”, tartamudeé.

      Qué habría podido decirle.

      Afortunadamente Ares me salvó de aquella situación embarazosa. “Perdónenla, es la primera vez que se encuentra de cara con un inmortal”, y me hizo un guiño.

      â€œUn placer conocerte, Neman. Bienvenida a nuestro reino.” Ares se arrodilló delante de mí, tomó mi mano y me la beso dulcemente, como aquellos caballeros de otros tiempos.

      â€œEl placer es mío, Ares”

      A juzgar por la expresión de Sonia, que levantó los ojos al cielo y sacudió la cabeza, entendí que había hecho el enésimo papelón.

      Me di vuelta y en voz baja dije:”¿qué debía decir?”

      La única respuesta que obtuve fue una risita que no pudo ser frenada. Aquellas que debían de ser mis hermanas me estaban tomando el pelo. Para mí aquello no era nada divertido y las fulminé con la mirada.

      â€œSíganme”, dijo Ares que no parecía haber notado nada.

      Lo seguimos por los inmensos corredores del castillo, iluminados por enormes candelabros de oro que colgaban de las paredes.

      Entramos en una salita que parecía diminuta para aquel enorme lugar. Debìa de ser una especie de oficina, con un escritorio de madera en el medio de la misma, y un enorme armario que ocupa toda la pared del fondo.

      Delante del escritorio había tres sillas de madera, decoradas, de apariencia incómoda.

      No había cuadros ni ventanas al exterior. Solamente un enorme candelabro con velas encendidas, que colgaba sobre nuestras cabezas.

      Encima del escritorio había algunos papeles ordenados. Noté, de un lado, algunas hojas escritas, y de otro, hojas en blanco, y cerca de estas un recipiente con tinta y una lapicera de pluma para escribir.

      â€œBien”, comenzó Ares, “esta sala es la más segura que tenemos. Como ustedes ya saben, se sabe que llegó. Se rumorea que esta vez es diferente, que podría ser Ella, y no solamente Neman. ¿Qué me pueden decir a propósito de esto?”

      Sara comenzó a contar todo, como un río que corre. Desde mi despertar hasta el evento delante del pueblo del Reino de Elos.

      Finalmente entendí por qué me miraba con sospecha. Había entrado en trance y había comenzado a hablar con una voz que no era la mía. Incluso yo, como ella, habría sospechado. Pensar en cualquier tipo de posesión, me revolvía el estómago.

      â€œY entonces sospechas que en ese momento se haya podido manifestar la Diosa en persona. ¿Entendí bien Sara?” Concluyó Ares.

      â€œEstoy convencida. Por un momento pude ver un rayo en sus ojos, una luz distinta, mi cuerpo sintió una presencia diferente, fuerte, y…” tragó antes de continuar, “y familiar”.

      â€œEntiendo, pero si fuera la reencarnación de la Diosa, de Morrigan…¿saben lo que significa, verdad?”

      Sara y Sonia se miraron, me miraron, miraron a Ares, hicieron un gesto y miraron hacia abajo.

      Â¿Qué significaba aquello?

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