Скачать книгу

bromees déjala en paz. Hizo bien en denunciarlas. Ustedes no saben lo que significa ser presa de mira. Quiere decir tener terror de salir de casa, de ir a la escuela. Uno se aísla por culpa de muchachas odiosas como ustedes, que les arruinan la vida a pobres muchachas inocentes. Deja la navaja ahora, ponlo en el piso.” Casi grité estas últimas palabras.

      â€œEstá bien lo dejo. Me has conmovido, sabes.”, dijo burlona la rubia, con la nariz en alto fingiendo el llanto. Luego agrego: “Pero antes se lo clavo en los muslos”.

      La rubia trató de golpear con la navaja a la muchacha, yo me tiré delante de ella y la respiración se me bloqueó en la garganta.

      Sentí algo calienta que me corría por el lado derecho y una sensación de torpeza comenzó a correrme por todo el cuerpo. Bajé la mirada y vi una mancha rojiza que comenzó a arruinarme la remera blanca.

      Una lágrima me regó el rostro, luego otra. La cabeza me comenzó a girar y todo a mi alrededor parecía quedar en silencio. Mi respiración comenzó a hacerse corta e irregular. Las piernas me cedieron y caí al piso como una bolsa vacía.

      Sentí a la muchacha punk exclamar: Oh mierda, esta está muerta…está muerta en serio. La mataste”.

      â€œVámonos, rápido. Dejémosla aquí que se muera”, dijo la rubia.” Y tú, ven con nosotras, no nos denunciarás también por esto”.

      Las tres se marcharon, rápidamente, dejándome sobre una cama de hojas.

      Me di cuenta en aquel momento que no había lágrimas sobre mi rostro, sino gotas de lluvia.

      Era como si el cielo hubiera comenzado a llorar por mí.

      Sabía que en aquel lugar nadie me habría encontrado a tiempo para salvarme. Estaba destinada a morir, sin siquiera haber tenido tiempo de despedirme de mis padres.

      Mi madre, mi dulce y querida madre siempre dispuesta a estar a mi lado. Me hubiera gustado agradecerle por todo lo que siempre había hecho por mí.

      Mi padre, mi adorado y fuerte papá, de quien había sacado mis rebeldes y negros cabellos. Me hubiera gustado escucharlo más seguido.

      Y Ade, mi fiel amigo de cuatro patas. ¿Qué habría hecho ahora sin mí? Estábamos siempre juntos, inseparables, y ahora ya no podría estar a su lado.

      Fue justo con este pensamiento, que una lágrima me corrió por la mejilla, y esta vez de verdad, mezclándose con la lluvia.

      Un escalofrío me atravesó el cuerpo y todo pareció moverse.

      El mundo me giró entorno y algo me elevó, fuera del cuerpo. No lograba distinguir nada. Estaba viajando a una velocidad tal que veía solo sombras indistintas y relámpagos de luz. Lo único que podía percibir en aquel particular viajes eran las voces. Lamentos para ser más precisa. Lúgubres y tétricos lamentos. Además era como si manos invisibles se alargaran para detener mi loca corrida. Me agujereaban el cuerpo, pero no sangraba, y jirones de carne parecían desprenderse de mi cuerpo cada vez que una de esas manos me rozaba.

      Después de algunos minutos, que me parecieron infinitos, volví a fluctuar.

      No estaba en una habitación.

      No estaba afuera.

      No estaba tampoco en el cielo.

      Flotaba en una especie de dimensión celeste, todo a mi alrededor brillaba en una luz azulada e hipnótica.

      Habría podido permanecer allí por siempre. Sentía una paz tan inmensa que hubiera podido perderme allí para siempre.

      Mis plegarias fueron escuchadas.

      Un resplandor blanco, enceguecedor me hizo perder el sentido y todo quedó oscuro y en silencio.

      3

      LA LLEGADA A NAOSTUR

      â€œÂ¿No deberías despertarla, ahora?”

      â€œEs tan dulce verla dormir”

      â€œÂ¿Has enloquecido? No hablarás en serio, Sara”.

      Sentía la voz de dos chicas.

      Â¿Quiénes eran?

      Â¿Qué querían?

      Deseaba que se fueran y me dejaran dormir.

      Â¡Para siempre!

      No quería despertar, estaba muy bien donde me encontraba.

      â€œÂ¡Basta ya!”. Ordenó una voz dulce y al mismo tiempo autoritaria. Era un muchacho y por su timbre de voz debía de ser de mi edad o un poco mayor. No lo pensé demasiado. Mi cerebro reclamaba a cada intento de hacerlo funcionar.

      â€œÂ¡Por fin has llegado!”, dijo la primera muchacha, la que parecía más decidida e inflexible.

      â€œVáyanse, déjenme solo con la nueva arribada”.

      â€œClaro, Jefe”, respondieron las muchachas, a coro, sonriendo.

      Sentí pasos que se alejaban, alguna palabra susurrada y la puerta que se cerraba con un rechinar fastidioso.

      Por fin me quedé sola.

      Â¿O estaba equivocada?

      Algo caliente se acercó a mi rostro. Se olía como el aire de la montaña.

      En un determinado momento esta cosa, se acercó a mis labios, y en ellos se posó.

      Fue entonces cuando entendí que aquello era un beso.

      El beso más intenso que había recibido hasta ese momento. Mis labios se movieron de manera involuntaria. Se abrían y se cerraban siguiendo a sus labios. Era como oxígeno. Buscaba ávidamente aquella boca, como si de ella pudiera tomar fuerza.

      Como si pudiera volver a la vida.

      Un ligero sacudón eléctrico recorrió cada centímetro de mi cuerpo, poniendo en movimiento los engranajes.

      Los labios misteriosos se separaron de los míos. Sacudí los ojos, y me senté de golpe, bostezando.

      â€œÂ¡Estate un poco atenta!”

      â€œD-disculpa”, balbuceé. Me había levantado tan rápido que casi le golpeé la cara. Se encontraba a pocos centímetros de mí y era el chico más hermoso que jamás hubiera visto. Sus ojos eran negros como la noche, los cabellos rizados, despeinados y negros, parecían tan suaves que hubiera querido acariciarlos.

      Me di cuenta que no podía parar de mirarlo, con la boca abierta, y traté de disimular mi vergüenza lo mejor que pude.

      â€œDebo aclararte las cosas rápidamente”, dijo con seriedad, “¡Estás muerta! Ahora te encuentras en el Otro Mundo. Te desperté con un beso y…”

      â€œPara, para, para. Una información a la vez”. Lo frené alzando la mano. “Comencemos desde el inicio. Antes que nada no creo estar muerta, dado que estamos hablando y te estoy mirando a los ojos. En segundo lugar, ¿quién eres tú? Y ¿qué es esta historia…bueh, del beso?”.

      Notó que las mejillas se me habían enrojecido e hizo una sonrisa que me erizó la piel. Parecía un terrible cazador que gozaba al ver a su presa enjaulada, sin ninguna puerta de salida.

      â€œSí, está bien, tienes razón”. Se aclaró la garganta. “Me llamo Gabriel, y soy el ángel de la muerte. Por cuanto pueda parecerte absurdo te besé, porque tengo la mala fortuna de hacer morir a la gente,

Скачать книгу