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de su Investigación sobre los modos de existencia, donde Latour entrega argumentos adicionales para explicar y justificar las decisiones más importantes de sus trabajos anteriores. La crítica que allí se ofrece debiera al menos mostrar las dificultades de todo orden que se gatillan a partir de una concepción antropológica como la suya, que se demuestra débil normativamente e inconsistente conceptualmente.

      1 La orientación intelectual de Jonas se conoce como naturalismo ético y su concepto central es la idea de biología filosófica que, por supuesto, es tributaria de la idea de antropología filosófica de principios del siglo XX y es parte de la herencia que informa mi idea de sociología filosófica. Un análisis sistemático del pensamiento de Jonas está disponible en el Capítulo 4 de mi llibro Debating Humanity. Towards a Philosophical Sociology (Chernilo 2017a).

      2 No es un argumento que esté en condiciones de desarrollar en detalle aquí, pero incluso la fenomenología de Husserl –el punto más alto del idealismo filosófico después de Marx– contiene también en su interior la intuición sociológica de que para lograr un entendimiento puro debemos comprender las cosas tal y como son. Es decir, la validez interna de la filosofía de Husserl se juega también externamente, en el afuera del «mundo de la vida». Cuando Heidegger radicaliza, o para otros traiciona, la fenomenología de su mentor, su desplazamiento es hacia una exterioridad aún más pronunciada: la disolución de la filosofía en filología que lleva a cabo Heidegger depende de una metafísica de la autenticidad. La vida buena del filósofo es entendida como una vuelta a la simpleza y la filosofía queda disuelta en esa búsqueda a un retorno a supuestos orígenes pre-filosóficos.

Primera parte Teoría

       Capítulo 1 La idea de sociología filosófica

      La crisis de confianza de los últimos años en muchas de nuestras instituciones sociales más importantes plantea preguntas complejas para la sociología. La prensa, la policía, el parlamento, la iglesia católica, los bancos y las agencias calificadores de riesgo son todas instituciones funcionalmente específicas y, debido a ello, se les encomienda tanto la protección como la promoción de valores que son integrales a su contribución social: información independiente y confiable, protección civil, representación y toma de decisiones, orientación moral, salvaguarda de nuestros bienes privados. En la mayoría de los casos, los procedimientos que debieron haber prevenido sus comportamientos institucionales deficientes estaban bien instalados y eran bien conocidos por los individuos en posiciones de responsabilidad. A ciudadanos y científicos sociales nos preocupa por igual comprender por qué los valores que la sociedad esperaba razonablemente que fueran protegidos estaban, por el contrario, siendo conscientemente erosionados por sus propios guardianes.

      Para la sociología, es inesperado que no estemos aquí frente a ejemplos de anomia, diferenciación funcional o jaulas de hierro. En mi opinión, nuestro desafío es doble. Primero, un aspecto subyacente pero común a todas estas crisis se refiere a la ubicación problemática de lo normativo en la vida social. Ellas demuestran que, a pesar de su fragilidad, lo normativo no es mera divagación idealista sobre ideas desconectadas de la realidad, puesto que el rendimiento funcional de estas instituciones se vio erosionado por el abandono de sus deberes normativos para con el resto de la sociedad. Lo normativo no es el ámbito central de la vida social –posiblemente nunca lo fue– pero tampoco es posible conceptualizar lo social adecuadamente sin él. De seguro la sociología no es responsable de lo que sucedió en estas crisis, incluso si su moralismo y politización acrítica resultan altamente frustrantes en ocasiones. Con todo, aún necesitamos explorar si la sociología pudo haber contribuido, inconscientemente al menos, en estas crisis a través de sus descripciones del mundo social en que las ideas normativas no juegan rol alguno. Su representación convencional de lo social ha sido vaciada de toda orientación normativa y tanto la atrofia como la hipertrofia de lo normativo son igualmente nocivas. La segunda pregunta también remite a la infraestructura filosófica del pensamiento sociológico; en este caso, cómo pueden nuestras explicaciones conectar defectos institucionales con las acciones y prácticas de individuos particulares: editores de medios, miembros del parlamento, oficiales de la policía, sacerdotes y traders, para quienes las tentaciones simplemente eran demasiado grandes como para ser resistidas. De seguro esto está relacionado con el debate entre estructura y agencia en la sociología. Pero quisiera sostener que nuestra habilidad para explicar las relaciones entre acciones individuales y defectos institucionales aún debe ser rastreada en las concepciones implícitas de naturaleza humana que tienen lugar al interior de las explicaciones sociológicas. Estas dos preguntas, los valores y la naturaleza humana, o más bien, las fuentes de lo normativo en la vida social y un principio de humanidad son, como argumento en lo que sigue, centrales a la idea de sociología filosófica que me propongo desarrollar.

      Desde luego, el estatus de nuestra humanidad compartida ha sido un tema central del debate en la tradición occidental de pensamiento social y político. Aun si miramos sólo al siglo veinte, la Segunda Guerra Mundial marca un punto de quiebre convencional: por un lado, la afirmación de que solo hay hipocresía en la invocación de la idea de humanidad como una noción moral más elevada, como resulta evidente en Carl Schmitt (2007), Martin Heidegger (2006) y, a pesar de todas sus diferencias políticas, también en Jean-François Lyotard (1991); por el otro, el reconocimiento que apela a ideas de humanidad –en Karl Jaspers (2000) y Hannah Arendt (1998a)– falló dramáticamente en su intento de prevenir crímenes de guerra. No obstante, ella se mantiene como un recurso fundamental de nuestro imaginario normativo. Debates más recientes al interior de la sociología muestran también un interés en el estatus de la idea de humanidad, cuyo foco ahora está en cómo las (bio)tecnologías están transformando la composición de nuestra especie tanto en teoría como en la práctica (Fuller 2011; Latour 1993; Rose 2013). De hecho, preguntas similares han sido planteadas también en debates motivados metodológicamente (Adkins y Lury 2009; Back 2012; Back y Puwar 2012). Comparto con estas discusiones la preocupación respecto de que necesitamos más y mejor sociología, así como su visión de que esto requiere una discusión explícita de las implicaciones ontológicas y políticas del trabajo científico. Pero me parece más problemático su apoyo algo apresurado a puntos de vista post-sociales e incluso post-humanos. Más bien, quisiera sugerir que no nos encontramos en posición de hacer tales afirmaciones porque, entre otras cosas, no entendemos del todo el papel que las nociones de naturaleza y de naturaleza humana han jugado de hecho en la historia y teorías de la sociología. A su vez, esta exploración puede ayudarnos a dar cuenta de las dificultades de la sociología para entender lo normativo.

      La idea de sociología filosófica que este libro despliega busca dilucidar las relaciones entre nociones implícitas de naturaleza humana y conceptualizaciones explícitas de la vida social, a la vez que plantea que emerge una vocación normativa en la sociología a partir de los presupuestos implícitos al interior de la teorización sociológica respecto de nuestra humanidad compartida. La sociología filosófica reflexiona sobre la infatigable centralidad de lo normativo en la vida social y busca observarla, al mismo tiempo, tanto sociológica como filosóficamente: las preguntas que importan a los sociólogos son siempre, en última instancia, también preguntas filosóficas. A continuación, introduzco brevemente los principios centrales de la idea de la sociología filosófica por medio de tres proposiciones interrelacionadas.

      1. Las relaciones entre la sociología y la filosofía. La idea de sociología filosófica se ha venido conformando a partir de una serie de intervenciones durante los últimos cien años. Se toma en serio la historia de las ideas y plantea que los intentos de auto-aclaración histórica son esenciales en el trabajo conceptual (Gouldner 1965; McCarthy 2003). En todo caso, este no es solo un ejercicio de precedencia histórica porque, para ser verdaderamente sociológicas, estas reconstrucciones requieren de justificación en relación con problemas contemporáneos. Una consecuencia adicional de este planteamiento es que las demandas por novedad no son ni activamente buscadas ni automáticamente aceptadas como criterio de éxito explicativo; la obsesión actual con la novedad, con la innovación o con cambios épocales radicales, me parece, puede haber erosionado nuestra habilidad efectiva para comprender las

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