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sino en tramas urbanas y transnacionales muchos más amplias (Irazábal, 2013).

      3. Economías migrantes en la ciudad

      Las actividades económicas han ocupado un lugar relevante en los estudios de migración. El rol que juegan en los proyectos migratorios es evidente, pero también en las formas en que la actividad migrante se hace visible y transforma el espacio urbano.

      Los estudios y teorías precursoras de las economías migrantes se encuentran en clásicos de la sociología alemana, específicamente en las ideas de Weber (1993), Sombart (2001) y Simmel (1997) sobre el rol de algunas minorías étnicas o religiosas en la aparición del capitalismo. Estos debates sobre los llamados «pueblos parias» en Europa (Simmel), entregaron los primeros elementos que serían recogidos por los investigadores de la empresarialidad étnica en la segunda mitad del siglo XX. Así, en las décadas de 1950 y 1960, Becker (1956), Cahnman (1957), Stryker (1959) y Blalock (1967), desarrollaron el enfoque de las «minorías intermediarias» para explicar el rol económico de los grupos extranjeros en las ciudades de llegada, cuya importancia tendría relación con la capacidad de realizar actividades socialmente «repudiadas» pero necesarias, que trastocan las legitimidades del mundo nativo. Bonacich (1973) llevó esta perspectiva a la explicación de la empresarialidad étnica en sociedades capitalistas avanzadas.

      Generalmente el papel de estas minorías se ha explicado desde dos perspectivas: las contextuales y las culturales. Según los enfoques contextuales, son resultado de las características de las sociedades en las que se instalan, de modo tal que las peculiaridades de dicha sociedad influyen en su tendencia a concentrarse en actividades económicas que no necesariamente se relacionan con una inclinación anterior. Al contrario, desde los enfoques culturales se afirma la preexistencia de conocimientos y prácticas, así como de fuertes vínculos de solidaridad que devienen en un recurso para la actividad económica.

      Se plantea que las minorías intermediarias tienen como actividad típica un negocio pequeño o un trabajo autónomo, son profesionales o desempeñan oficios independientes (Zenner, 1982). Uno de sus rasgos sería la especialización en el comercio o en otra actividad autónoma, relacionada más con la circulación y distribución que con la producción de bienes y servicios. La dificultad registrada por los pequeños negocios para implementar economías de escala y otros mecanismos de eficiencia propios de las grandes empresas, deberá ser compensado por medio de otras ventajas, como la movilización de los vínculos de parentesco y de pertenencia étnica para obtener recursos y lograr una identificación entre los intereses de empleadores y empleados (Bonacich, 1975, p.100). Los negocios étnicos son habitualmente intensivos en mano de obra, muchas veces orientados a satisfacer las propias demandas de su colectivo de adscripción, como es el caso inicial de los llamados restaurantes étnicos (Möhring, 2012), pero que posteriormente devienen en una oferta de consumo para las poblaciones locales. Frente a una situación de discriminación y explotación objetiva en la sociedad de llegada (padecida por muchos grupos minoritarios), la disponibilidad dentro del grupo de suficientes recursos (comunitarismo y solidarismo) posibilitaría encontrar una vía de escape a la explotación característica del mercado de trabajo convencional.

      3.1. El enclave étnico

      El concepto de economía de «enclave étnico» se ha referido tradicionalmente a la concentración de empresas o comercios «étnicos» asentados en un espacio urbano, generalmente áreas o regiones metropolitanas, entendiendo por dichas empresas a emprendimientos que son propiedad de alguna minoría de extranjeros, que dan empleo a un porcentaje importante de trabajadores del mismo grupo (Portes & Jensen, 1989, p. 930).

      Portes & Bach (1985, p. 204-205) señalan la importancia de distinguir los enclaves étnicos –con su división del trabajo y la presencia de una clase emprendedora diferenciada– de los barrios con concentración de comunidades, en los que se desarrollan pequeños negocios para satisfacer una demanda de consumo de bienes y servicios específicos. Los «barrios étnicos», que desempeñarían un papel importante de apoyo social a las personas migradas, y que Zhou define, siguiendo los planteamientos de la Escuela de Chicago, como «áreas residenciales homogéneas donde se concentran los inmigrantes más pobres y los recién llegados y donde se desarrolla una escasa variedad de actividades económicas» (Zhou 1992, p.11), habrían sido la norma en las pautas de asentamiento inicial de la población migrante, mientras que los «enclaves» habrían sido, más bien, la excepción:

      Los enclaves consisten en grupos de inmigrantes que se concentran en una localización espacial diferenciada y que organizan una variedad significativa de empresas que sirven a su propio mercado étnico y/o a la población en general. Su característica básica es que una proporción significativa de fuerza de trabajo inmigrante trabaja en empresas propiedad de otros inmigrantes» (Portes, 1987, p. 36).

      Un «enclave» surgiría luego de que una primera ola de migrantes logra consolidar un capital social, monetario y cultural relevante, que les permite instalar comercios y empresas diversas que tienden a concentrarse en un área urbana definida, y que luego emplean, para su continuidad, a las nuevas olas de inmigrantes de su mismo origen como mano de obra barata. Estos enclaves, entonces, son el resultado del ingreso y desarrollo de una «clase» emprendedora, con elevada presencia en las primeras migraciones de un grupo étnico o nacional, el cual, en su expansión y diversificación comercial, ofrece posibilidades de integración en el mercado laboral a los miembros de las nuevas generaciones migrantes de su propio grupo (Wilson & Portes, 1980, p. 301-302; Portes & Bach, 1985, p. 203).

      Como podría resultar evidente, los dueños del capital que se reproduce en esos comercios, inmersos en la densidad étnica de un enclave impulsado por criterios culturales compartidos, obtienen beneficios de una demanda laboral de bajo costo que les permite una mayor competitividad en el mercado. Los recién llegados, a cambio, si bien puede que en un momento inicial sufran los rigores de un bajo salario y un sometimiento jerárquico en lo laboral, apuestan a que el enclave les compense posteriormente con los apoyos necesarios para una mejor posición. Este fenómeno fue llamado «solidaridad étnica» (Portes & Bach, 1985, p. 203-204).

      3.2. El caso del enclave cubano en Miami

      Un estudio clásico sobre enclaves étnicos es la formación del enclave cubano posrevolución en la ciudad de Miami. En los primeros años del exilio cubano, el empleo a gran escala de mujeres cubanas en el sector textil habría tenido dos consecuencias importantes: en primer lugar, permitir a las familias permanecer en Miami y disponer de tiempo para que los maridos pudieran aprender inglés y encontraran algún tipo de nicho de negocios; en segundo lugar, posibilitar la creación de algunos de esos nichos por medio de la subcontratación independiente de trabajo (Portes & Jensen, 1987, p.946).

      El dato puede parecer curioso, pero estas investigaciones generaron una gran novedad en tanto hasta el momento solía explicarse en buena medida la migración cubana y el aumento de su empresarialidad por los vínculos con la Central Intelligence Agency (CIA). Incluso se llegó a considerar a la CIA. como la mayor fuente de empleo del exilio cubano. Sin embargo, Portes y su constelación insisten en que más que una fuente directa de financiamiento del enclave, la CIA. permitió la mantención de los cubanos de clase media, de manera tal que este segmento logró consolidar un nicho económico viable. Más allá de las controversias ideológicas e interpretaciones sobre el rol de la comunidad cubana en Miami, es indudable que su presencia demuestra la relevancia de políticas e instituciones en la formación de enclaves. En este caso, hay pocas discrepancias en torno al rol de los movimientos anticastristas en la región, y específicamente en Estados Unidos, los cuales, aunque no lograron derrocar al gobierno cubano, generaron las condiciones indispensables para la constitución del enclave cubano en Miami.

      Independientemente de los vínculos externos, una variable para el surgimiento y mantención del enclave fue la existencia de una «comunidad moral» que operó en términos de confianzas comunes dentro del grupo, de manera tal que se institucionalizó la práctica de créditos y préstamos otorgados a quienes poseían cierto capital simbólico, deletreado como una posición en la comunidad, generalmente

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