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serie de trabajos en los que exploran grupos y su espacialización en la ciudad. Un trabajo que destaca en esta línea es The Hobo de N. Anderson (1923), una investigación sobre los trabajadores que no poseen ni residencia estable ni trabajo regular, la mayoría de ellos hombres europeos recientemente arribados a EEUU. En su monografía, Anderson describe sus formas de vida, trabajos e instituciones, con especial énfasis a través del análisis de «Hobohemia», un distrito de la ciudad de Chicago donde los Hobos acceden a numerosos servicios desarrollados para ellos que Anderson define como un «área cultural». Siguiendo este impulso, en 1927 F. Thrasher publica The Gang, un estudio sobre la cultura juvenil de migrantes de segunda generación en las calles de Chicago; L. Wirth publica The Ghetto en 1929, donde se describe la vida en el barrio judío de Chicago; C. Shaw presenta The Jack-Roller (1930), la historia de vida de un joven ladrón de la calle, y en 1932, P. Cressey publica The Taxi-Dance Hall, la etnografía de un salón de baile donde hombres solitarios, efecto de una migración masculinizada, pagan a mujeres como compañeras de baile. En 1943 se publica la obra cúspide –según muchos críticos– de esta Escuela: Corner Street Society de W.F. Whyte (1943). Esta obra, si bien trabaja en Nueva York, es la última bajo el influjo directo de la dirección de Park, y es incluso comparada con Los Argonautas de Malinowski como dos piezas fundamentales de la producción etnográfica de la primera mitad del siglo pasado. Ambos trabajos aplican métodos parecidos. Mientras que Malinowski instala su tienda en el centro de una aldea Trobriand, Whyte vive en un departamento en la Little Italy de Nueva York y es aceptado durante cuatro años como miembro de una pandilla de jóvenes italianos de segunda generación. La descripción de «la sociedad de la esquina», sus formas de organización, sus códigos y valoraciones, están dispuestos como un reporte de periodismo de investigación del mundo pandillero, e incluso, el relato tiene descripciones y giros narrativos como si se tratase del guión de un film noir, género cinematográfico de moda en el tiempo que Whyte hace su trabajo (Lindner, 1990). Si estos son recursos narrativos válidos para una descripción etnográfica, es porque los propios jóvenes utilizan estas imágenes de la industria cultural para autorrepresentarse. Así, estos trabajos etnográficos no solo fueron piezas de reflexión social sobre la producción de la diversidad urbana, sino que también cumplieron un rol público a través de su narrativa cercana a la literatura y el cine para representar los conflictos, anhelos y esperanzas de una sociedad urbana en formación por numerosas experiencias migratorias.

       b) Teoría urbana desde el estudio micro

      En 1925 se publica la recopilación de textos The City (Park & Burgess, 1984). En ella se presentan dos artículos que tendrán un impacto significativo en el desarrollo de una teoría para comprender la organización social de la ciudad como una totalidad. R. McKenzie escribe The ecological approach to the study of the human community (1984), texto en que redefine la idea de «área cultural» en «área natural». McKenzie establece una analogía entre sistemas sociales y sistemas biológicos. Desde una perspectiva que identifica como ecología urbana, McKenzie establece el principio de que los colectivos subculturales se comportan espacialmente como cualquier población de seres vivos. En efecto, las poblaciones (como colectivos homogéneos) en la ciudad experimentan un proceso de desarrollo que los lleva desde lo simple a lo complejo, de lo general a la especialización, en virtud de la división del trabajo, las migraciones y competencia por la localización. A través de procesos de «invasión y sucesión», se produce diferenciación funcional (conceptos tomados directamente de la ecología). Este proceso da como resultado unidades sociales con específicas características culturales que se expresan, ya sea en distritos bancarios o barrios de entretención, así como en enclaves étnicos o condominios segregados. Estas unidades son las áreas naturales que forman la estructura de la ciudad moderna.

      El segundo artículo teórico de esta compilación es el escrito por E. Burguess, The Growth of the City (1984). En este trabajo se presenta un modelo de explicación del crecimiento de la ciudad. El modelo plantea que el espacio urbano se estructura en función de la movilidad residencial de los habitantes basado en su adscripción étnica y en los procesos de integración a la sociedad hegemónica de acogida, estrechamente vinculada a una condición de clase. Bajo estos principios se presenta un modelo ideal que explicaría el desarrollo de las ciudades en Estados Unidos, basado en cinco fases de desarrollo que corresponden espacialmente a un modelo concéntrico que se despliega desde el centro hacia la periferia. En el primer círculo se encuentra el distrito comercial, el centro de la ciudad. En el segundo anillo se establece un área de transición con colonias de migrantes y barrios precarizados. En el tercero residen los trabajadores (respetables, según Burgess) y migrantes de segunda generación. En el siguiente, el área residencial de la clase media americana, y finalmente, el último círculo corresponde a los suburbios. En este modelo, la movilidad residencial de la población migrante desde el centro hacia los suburbios se vincula con un proceso de «igualación» a la sociedad hegemónica. En esta movilidad las personas van reemplazando sus vínculos basados en sus lugares de origen hasta asentarse en el suburbio donde las huellas de la migración han sido disueltas para adscribir a la «americanidad». No obstante, como sugiere Kokot (1991), este modelo propone más bien una idea de «asimilación», donde la adscripción a la americanidad es a una forma de vida en particular, impregnada por los valores del cristianismo, racialmente blanco y patriarcal.

      El gran aporte de ambos textos es que son los primeros intentos de dotar al desarrollo urbano de una teoría en relación con los procesos de población migrada, estableciendo modelos de aplicabilidad general que incluso aún hoy en día se les otorga una no despreciable eficacia explicativa. Sin embargo, muchas veces el conocimiento científico que ha alcanzado una amplia divulgación –como resulta el caso de la Escuela de Chicago–, en el transcurso de los años, y pese a que puede ser objeto de fundados cuestionamientos sobre el alcance de sus planteamientos o simplemente a su aplicabilidad estrictamente local, se transforma en fuente de sentido común. Es decir, se piensa como válida la aplicabilidad general de su descripción, incluso en geografías y procesos muy diversos (Erdentung & Colombijn, 2002; Treibel, 1990).

       c) La impronta Chicago hasta hoy

      La influencia de la Escuela de Chicago se mantendrá hasta bien avanzado el siglo XX, como se expresa en el trabajo de Waldinger (1989) sobre flujos migratorios en Estados Unidos posterior a 1960 y sus procesos de acceso habitacional. No cabe duda de que el trabajo de tipo etnográfico ha sido fundante en los estudios urbanos, pero más específicamente la noción de «área natural», entendida como enclave o barrio étnico, ha tenido un tremendo impacto. La idea de una identidad entre un espacio y una cultura tiene un largo recorrido en ciencias sociales, como plantea Augé (1995). Pero en el caso de población migrada ha devenido en un objeto de estudio permanente. Reconocidos trabajos recientes como el de Bourgois (2003), sobre jóvenes puertoriqueños en Nueva York, actualizan el legado de Chicago, tanto por su método como por la noción de barrio como unidad espacial de observación, pero también por el interés de develar las prácticas menos visibles para la sociedad hegemónica, como es en este caso la venta y consumo de crack. En efecto, pervive el interés en estudiar lugares de la ciudad donde se concentra población migrada, en los cuales se organiza una sociedad confinada por los límites de un barrio al margen de la sociedad hegemónica. Sin embargo, la noción de un colectivo migrante confinado a un barrio también ha implicado un planteamiento crítico respecto a las condiciones de exclusión estructural, como en el mismo trabajo de Bourgois, pero menos presente en la Escuela de Chicago inicial. Cuando Wacquant plantea el concepto de «estigmatización territorial» (2007) de barrios segregados racial y étnicamente, hace eco justamente a esta visión crítica respecto a una suerte de romantización del barrio como espacio de refugio social y cultural, para exponer más allá de una visión culturalista el rol que juegan políticas e instituciones en este confinamiento espacial.

      El barrio como unidad de estudio para la comprensión de la migración y los procesos de urbanización se mantiene en diferentes programas de investigación, y si bien nos hemos centrado en el caso de Estados Unidos, su influencia es ampliamente identificable en Europa y América Latina. Cada vez más, la noción de confinamiento barrial se abre a comprender

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