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respondió al campo indiferenciado de los «estudios migratorios».

      En «La movilidad humana, la frontera y las relaciones internacionales en Tarapacá. De región multinacional a espacio transfronterizo», Marcela Tapia Ladino y Cristián Obando Santana indagan en el vínculo entre migraciones y relaciones internacionales en el espacio de la frontera chilena de Tarapacá y Antofagasta con Bolivia. Lo hacen desde una perspectiva local y transfronteriza, que junto con leer la zona desde los principales hitos históricos, aplica enfoques desde una perspectiva local y transfronteriza, más allá de los clásicos relatos teorizados desde otros hemisferios.

      Por su parte, Rolando Poblete, en «Migración y educación: avances y desafíos para la investigación en el campo nacional», revisa las principales líneas de investigación nacionales e internacionales, subrayando los focos y brechas de conocimiento que presenta este subcampo, muy marcado por su contingencia y actualidad, en tanto los hijos de migrantes en su mayoría aún no terminan sus estudios básicos. Indaga, pese a esto, en los principales desafíos al observar un sistema altamente homogéneo y uniforme que recibe una pluralidad hasta ahora desconocida.

      Cierra la serie «La migración internacional como determinante social de la salud: el caso de Chile» donde Báltica Cabieses Valdés argumenta sobre la idea, ya bien instalada, de que la migración internacional puede ser un potente determinante social de la salud. Con ese fin describe la situación de Chile para luego develar distintas dimensiones críticas de la experiencia de migrar, asentarse e integrarse en ese país.

      Una vez presentado el conjunto de textos que conforman este volumen, nos queda aventurar el punto de vista que aglutinó su edición, quizás como una propuesta de clave de lectura o uso de los mismos, intuible y esbozada desde las primeras líneas. Nuestra intención, conscientes de su a veces escasa relevancia ante las posibles lecturas, ha sido por una parte mostrar las líneas actuales sobre las cuales se despliegan nuevos temas y aparatos teóricos, en diálogos interdisciplinarios que intentan evitar el riesgo y sesgos de construir un campo de la migración cerrado en sí mismo. Junto con ello, independientemente de si la institucionalización de los estudios sobre migraciones derivados de categorías del Estado-nación y la legitimación de la epistemología étnica han conllevado o no a una mayor exclusión y discriminación de los migrantes entendidos como no-ciudadanos, nos parece más bien que se ha abierto una brecha que obliga a la revisión de los mismos conceptos de «migración», «cultura» y «sociedad». Desde esa coyuntura, el texto en su conjunto invita a avanzar en el proceso de «de-migrantizar las ciencias sociales» (Dahinden 2016), en un diálogo más fuerte con diferentes análisis más allá de las categorías recién descritas. Para ello, los estudios de migración se debieran combinar de forma más decidida con otros campos y líneas teóricas en desarrollo en Chile y el continente. Quizás, como ya se deja entrever, estos estudios tienden a dejar de ser sobre personas migradas y pasan a infiltrar y discutir en los diferentes campos sociales en los que se entreveran.

      Referencias bibliográficas

      Dahinden, J. (2016). A plea for the «de-migranticization» of research on migration and integration. Ethnic and Racial Studies, 39(13), 1-19.

      1 Instituto de Investigación y Postgrados, Facultad de Derecho y Humanidades. Universidad Central de Chile.

      2 Instituto de Estudios Avanzados IDEA, Universidad de Santiago de Chile, USACH.

      3 Universidad Central de Chile y Núcleo Milenio Movilidades y Territorios.

       Prólogo

      Francisca Márquez4

      Este libro nos llega en un momento importante y decisivo de nuestra historia. Un momento en el que se re-vuelve, se re-piensa y se re-escribe el devenir de nuestra sociedad. En estos tiempos del post estallido e insurrección, las categorías de comprensión de nuestras culturas parecen desestabilizarse para entregarnos nuevos aprendizajes. Lo fascinante es que quienes aquí escriben lo saben, saben que algo nuevo se gesta en nuestra historia y en nuestras culturas. Desde la introducción en adelante, cada uno de los investigadores e investigadoras se interroga sobre el propio lugar desde donde observar el movimiento y las migraciones en nuestros territorios. Quienes aquí escriben nos invitan a desplazar la mirada, una mirada oblicua y descentrada que nos permita comprender que de algún modo todos somos migrantes, todos somos extranjeros en nuestros territorios, y que las marcas de las fronteras que no osamos cruzar, de puro miedo a la muerte y a lo desconocido, están aquí en nuestros propios cuerpos y miradas.

      El extrañamiento reflexivo de los autores y las autoras es lo que les permite desenfocar la mirada y aplicar un filtro cromático para desmigrantizar o, mejor aún, mixturar la realidad. Desenfocar la mirada les ayuda también a ensayar nuevos e impensados encuadres para sustituir al otro migrante por una nueva cromática del nosotros migrantes. Ya no se trata entonces de focalizar en el otro, sino en el nosotros, porque todos somos parte activa del problema. Ya no se trata de empatía o solidaridad; el me too que millones de mujeres gritaron frente al abuso es también, ¡yo soy! Solo que ahora el me too se grita desde nuestras propias fronteras, esas que duelen y que piden ser suturadas para poder ser transitadas.

      En este libro se reconoce una variedad de filtros que cada autor/a aplica a su mirada, a su pensar y a su escribir. Hay filtros que sirven para dar tonalidades más cálidas o frías; hay otros que contribuyen a reforzar los claros y oscuros para así producir mayor contraste; hay filtros, en cambio, que producen grados de saturación para transitar desde el blanco y negro al colorido extremo; y hay filtros que permiten mejorar la nitidez en esas fotografías con cierto desenfoque. Con cada cada uno de estos filtros, los autores buscan perfeccionar y ajustar su enfoque para así poder ingresar en ámbitos que trasciendan la distancia aséptica y bien intencionada de las ciencias sociales. En este ejercicio, la cromática y los grados de nitidez aplicados presentan grados y resultados diferenciados, porque de eso se trata, de atreverse a descentrar y descolonizar la mirada para develar así las profundas tramas del poder que nos habitan. Desordenar, descentrar y aplicar nuevos filtros a la mirada para desamarrar ese entramado de poder que subyace en nuestra escritura.

      En efecto, solo cuando esos nudos se desatan y esos filtros se aplican, se descubre que la «mujer migrante» deja de serlo para comenzar a ser comprendida en diálogo con las múltiples tramas del poder que condicionan su existencia. De ahí, como nos advierten Guizardi y Gonzálvez, el especial cuidado epistemológico frente a las categorías analíticas empleadas. Un cuidado que no se explica solo por la complejidad de la relación entre el género y la experiencia migrante, o por la interseccionalidad de la exclusión y su subalternidad, sino también porque quienes escriben, las dos autoras, son mujeres que han migrado a Chile. De allí que «los debates sean enunciados desde una posición que molesta la estabilidad de la bipolaridad analítica entre sujetos y objetos de estudio». Como ellas mismas nos advierten, «somos mujeres la mayoría entre las que estudian las experiencias femeninas migrantes en Chile, porque hay una interpelación entre nosotras y las condiciones de subjetividad de las mujeres que estudiamos. El pensamiento social es una experiencia eminentemente política» (Gramsci, 1982). «Cualquier investigación que no se proponga atender en términos teóricos a estas inferencias corre el riesgo de reproducir los mismos mecanismos simbólicos a partir de los cuales se invisibiliza la operación de estos procesos de marginación».

      Las recientes manifestaciones que recorren y agitan nuestras tierras latinoamericanas nos dejan en claro que no solo la condición femenina es constitutivamente heterotópica y fronteriza, también lo son los jóvenes, los ancianos, los pueblos originarios y, por cierto, la clase trabajadora en su conjunto. Aprender a mirar a la sociedad desde la mirada de la diferencia y el extrañamiento es en cierto modo un ejercicio de descolonización y de desnaturalización de nuestro quehacer, de nuestra escritura y de nuestros marcos epistemológicos. Es admitir también que no existen desafíos universales; la enunciación es siempre situada, nos recuerda la antropóloga y filósofa Ochy Curiel (2020). Las consecuencias políticas y culturales de estas miradas descentradas son ciertamente insospechadas. Si admitimos que cada uno/a de nosotros,

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