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Instrumental. James Rhodes
Читать онлайн.Название Instrumental
Год выпуска 0
isbn 9788419172006
Автор произведения James Rhodes
Жанр Философия
Издательство Bookwire
Lo cual hace que sea aún más raro que pueda recordar más de cien mil notas en un recital de piano, y mucho más maravilloso que estar sentado delante de un piano sea una de las pocas ocasiones en que estoy centrado de veras.
Llevo siendo así desde que tengo uso de razón. De pequeño, la disociación era la única manera de que el mundo me resultara levemente manejable. Si no lo recuerdas, el pasado no puede aterrarte. Nuestras mentes son la puta hostia: se han diseñado para lidiar con cualquier tipo de situación, al menos hasta que se sobrecargan y se parten en dos. Y, sin embargo, incluso entonces suele haber una manera de recuperar algo semejante a la funcionalidad. Mis amigos más íntimos son conscientes de ello y no se enfadan cuando les pregunto dos veces la misma cosa en cuarenta y cinco segundos, o cuando no recuerdo unas vacaciones que hemos pasado juntos pocos meses o años antes. Que es precisamente el motivo por el que son mis amigos más íntimos y por el que puedo contarlos con los dedos de una mano.
Tema4
Bach y Busoni, Chacona
JAMES RHODES, PIANO
(Cerrad el pico, estoy orgulloso de esta pieza)
Bach compuso varios grupos de seis piezas: seis partitas para teclado, seis para violín, seis suites para violonchelo, seis Conciertos de Brandeburgo y muchas más. A los músicos les da por esas rarezas.
Hubo una composición que Bach creó en torno a 1720 y de la que Yehudi Menuhin dijo que era «la estructura más grandiosa para un violín solista que existe». Yo iría mucho más lejos. Si Goethe tenía razón y la arquitectura es música congelada (¡menuda frasecita!), esta pieza es la combinación mágica del Taj Mahal, el Louvre y la catedral de San Pablo. Hablamos del segundo y último movimiento de su segunda (de un total de seis, claro) partita para violín; consiste en unas variaciones (hay sesenta y cuatro, las he contado) que parten de un tema que nos lleva por todas las emociones que conoce el hombre, y además nos regala algunas más de propina. En este caso, el tema es el amor, con toda la locura, el esplendor y la obsesión que éste conlleva.
Brahms lo expresó a la perfección en una carta que le envió a la mujer de Schumann: «En un pentagrama, para un instrumento pequeño, este hombre consigue crear un mundo entero compuesto por los pensamientos más profundos y los sentimientos más potentes. Si me hubiera imaginado capaz de crear, siquiera de idear esta pieza, estoy segurísimo de que los excesos de la emoción, de esa experiencia trascendental, me habrían hecho perder la razón».
Los abusos sexuales duraron casi cinco años. Cuando me fui de ese colegio, con diez años, me había transformado en un James 2.0. La versión autómata. Podía desempeñar el papel esperado, fingir empatía y responder a las preguntas con las respuestas adecuadas (casi siempre). Pero no sentía nada, ni se me pasaba por la cabeza que existiera la bondad (que es mi definición preferida de la alegría), me habían reseteado de fábrica para albergar una serie de configuraciones jodidas, y era un psicópata en miniatura, con todas las letras.
Pero sucedió algo que me produjo una conmoción en medio de todo aquello y que estoy convencido de que me salvó la vida, que me sigue acompañando en la actualidad y que lo hará mientras viva.
Solo hay dos cosas en la vida que tengo garantizadas: el amor que me inspira mi hijo y el amor que me inspira la música. Y (que entren ahora los violines de historia lacrimógena propios de Factor X) lo que apareció en mi existencia cuando tenía siete años fue la música.
Concretamente, la música clásica.
Más concretamente, Johann Sebastian Bach.
Si queréis conocer hasta el último detalle, su chacona para violín solista.
En re menor.
BWV 1004.
La versión para piano que transcribió Busoni. Ferruccio Dante Benvenuto Michelangelo Busoni.
Podría seguir así un ratito. Fechas, versiones grabadas, duración en minutos y segundos, portadas de CD, etcétera, etcétera. No es de extrañar que la música clásica sea tan propia de tarados. Una única pieza musical tiene docenas de datos insignificantes vinculados a ella, ninguno de los cuales tiene la menor importancia para nadie, al margen de mí y de los otros cuatro chalados del piano que están leyendo esto.
La cuestión es la siguiente: en la vida de cualquier persona hay un pequeño número de momentos tipo princesa Diana. Cosas que pasan, que nunca se olvidan y que tienen un impacto significativo en tu vida. Para algunos, es la primera vez que se acuestan con alguien (yo tenía dieciocho años la primera vez que estuve con una mujer, una prostituta llamada Sandy, australiana y buena, que me dejó ver porno mientras lo hacíamos en un semisótano, cerca de Baker Street, por cuarenta libras). A otros les pasa cuando se les muere el padre o la madre, al empezar un nuevo trabajo o con el nacimiento de un hijo.
En mi caso, hasta ahora, ha habido cuatro de esos momentos. En orden cronológico inverso: conocer a Hattie, el nacimiento de mi hijo, la Chacona de Bach y Busoni, cuando me violaron por primera vez. Tres de estos momentos han sido una pasada. Y, según la ley de los promedios, tres de cuatro no está mal.
Lo acepto.
Unos cuantos detalles sobre Bach que hay que aclarar.
Si alguien se para a pensar en algún momento en Bach (y ¿por qué iba a hacerlo?), lo más probable es que imagine a un tío tirando a viejo, regordete, de gesto serio, con peluca, adusto, luterano, aburrido, poco romántico y francamente necesitado de echar un polvo. Algunos consideran que su música está anticuada, que es irrelevante, sosa, plana y, al igual que los preciosos edificios de la Plaza de los Vosgos o Regent’s Park, que pertenece a otros. A una persona así habría que obligarla a vivir para siempre en un anuncio de puros, en la sala de espera de un dentista o entre un público compuesto por octogenarios en la sala de conciertos Wigmore Hall.
La historia de Bach es asombrosa.
Cuando tiene cuatro años, sus hermanos más próximos mueren. A los nueve fallece su madre, a los diez también su padre y se queda huérfano. Lo mandan a vivir con un hermano mayor que no lo soporta, que lo trata de culo y no le deja centrarse en la música, que tanto le gusta. En el colegio lo acosan de forma tan continuada que acaba faltando más de la mitad de los días para evitar las habituales palizas y otras cosas peores. De adolescente recorre a pie varios cientos de kilómetros para estudiar en la mejor escuela de música que conoce. Se enamora, se casa, tiene veinte hijos. Once de estos vástagos mueren muy pequeños o al nacer. Su mujer muere. La muerte lo rodea, lo atrapa.
Mientras todos sus conocidos fallecen, él compone para la Iglesia y la corte, da clases de órgano, dirige un coro, compone para sí mismo, enseña a componer, toca el órgano, oficia servicios religiosos, da clases de clavicordio y, en general, curra como un auténtico hijo de puta. Compone más de tres mil piezas musicales (se han perdido muchísimas más), la mayor parte de las cuales, trescientos años después, todavía se interpretan, se escuchan y se veneran en todo el mundo. No puede recurrir a programas de doce pasos, psicólogos ni antidepresivos. No se dedica a quejarse como un capullo y a pasarse el día viendo la tele mientras bebe cerveza Special Brew.
Acepta lo que le pasa y vive todo lo bien y creativamente que puede. No para buscar oropeles ni recompensas, sino, según lo expresa él mismo, para honrar a Dios.
Así es el hombre del que estamos hablando. Roto de dolor, con una infancia de enfermedad, pobreza, acoso y muerte a sus espaldas, un tipo muy bebedor, pendenciero, aficionado a follarse a sus groupies y adicto al trabajo, a quien también le dio tiempo a ser bondadoso con sus alumnos, pagar las facturas y dejar un legado que queda completamente fuera del alcance de la mayoría de los seres humanos. Beethoven afirmó que Bach era el Dios inmortal de la armonía. Hasta Nina Simone reconoció que fue Bach quien le hizo dedicar su vida a la música. A solucionar su adicción a la heroína y el alcohol no la ayudó mucho, pero qué se le va a hacer.