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Abrahán, de Isaac y de Jacob, el Dios de nuestros padres» (Hch 3, 13, cf. también Mt 22, 32; Mc 12, 26, Lc 20, 37). Esto era así no sólo para los israelitas, sino también para la mayoría de los pueblos de la tierra, en todo Oriente Medio, en la antigua Grecia y Roma, en la India, Japón, China y en toda África.

      En las civilizaciones antiguas, la religión era un amplio fenómeno local, una cuestión familiar. Más que los lazos de sangre, era este culto común el que unía a una familia a través de muchas generaciones y de muchos grados de parentesco. Entrar en una familia por matrimonio suponía aceptar los deberes religiosos de esa familia. Vivir fuera de la familia, alejarse de las tierras de los antepasados, negarse a vivir bajo las normas familiares, significaba cortar de raíz con el culto familiar, y por tanto con la vida familiar.

      4. HOGARES MODELO

      Los sociólogos han desarrollado muchos modelos para entender esta organización familiar. El que me ha parecido más útil es el de Carle C. Zimmerman, de la Universidad de Harvard, que se refería a las familias antiguas como «familias depositarias».

      La familia depositaria enfoca la familia principalmente en términos religiosos. No es sólo la familia nuclear, ni siquiera la extensa, sino todos los miembros de la familia del pasado y del futuro, así como los de la generación presente. Un lazo sagrado une a los miembros de la presente generación con los antepasados que les dieron la vida; el mismo lazo los une con sus futuros descendientes, que perpetuarán el nombre de la familia, su honor y sus ritos.

      Esto se parece poco a lo que la mayoría de la gente de hoy se refiere al hablar de familia. Las familias modernas tienden a caer bajo lo que Zimmerman clasificaría como «familia doméstica» o «familia atomista». La familia doméstica describe un hogar basado en el vínculo matrimonial: marido, mujer e hijos. En esta estructura los miembros de la familia hacen hincapié en los derechos individuales junto con los deberes familiares. En las familias atomistas, sin embargo, los derechos individuales están muy por encima de los vínculos familiares, y la familia en sí misma existe para el placer del individuo.

      Zimmerman señala que sólo las sociedades basadas en la familia depositaria han sido capaces de alcanzar el nivel de civilizaciones. Pero ninguna de esas sociedades fueron capaces de mantener para siempre el orden depositario. En algún momento de la historia de las civilizaciones, la gente empieza a vivir según el modelo de familia doméstica. El período de predominio de la familia doméstica, sin embargo, es por lo general de corta duración, una fase de transición hasta que la familia atomista ocupa su lugar. Cuando la familia atomista llega a ser el modelo dominante de la sociedad, entonces las obligaciones familiares se ven habitualmente como impedimentos para el desarrollo personal. La familia atomista, caracterizada por la generalización del divorcio, la actividad sexual desenfrenada y el descenso de la población, indica normalmente que una civilización está en su declive final.

      Todo esto puede ayudarnos a entender lo que la gente del antiguo Israel —y Jesucristo, y los primeros cristianos— quería decir cuando hablaba de los temas más cercanos a sus intereses y a los nuestros. Debemos tener cuidado, después de todo, para no proyectar nuestras ideas modernas sobre las palabras de los autores bíblicos. Familia, sociedad y religión eran, en gran medida, intercambiables para los israelitas. ¡Empresa familiar era sinónimo de culto religioso, y la «unidad familiar» era la sociedad misma!

      Por tanto, si te contabas entre los hijos e hijas de Israel, contabas tus «hermanos y hermanas» por decenas de miles, cientos de miles o incluso millones.

      Se trata ciertamente de una interpretación amplia de la observación de Dios: «no es bueno que el hombre esté solo». Pero podemos ver la lógica de la familia depositaria también en el primer mandamiento que dio a la primera familia: «Creced y multiplicaos, y poblad la tierra».

      No es suficiente con que el hombre sea creado «bueno». Ni parece que sea suficiente para él con «tener una ayuda adecuada a él». Un romance, por grande que pueda ser, da la impresión de que es insuficiente para satisfacer a esas criaturas, para que cumplan sus obligaciones ante Dios o para que completen la imagen de Dios en la tierra. Un romance basta, de forma limitada, para sacar al hombre de sí mismo. Los hijos bastan para llevar a una pareja de enamorados más allá de su románticas miradas.

      Pero parece que Dios nos hizo para vivir en una familia más amplia, para experimentar un amor mucho más grande... un amor que se extiende hasta el infinito.

      [1] Cf. L. Perdue et al., Families in Ancient Israel, Westminster John Knox Press, Louisville, Ky. 1997; C. Osiek y D. Balch, Families in the New Testament, Westminster John Knox Press, Louisville, Ky. 1997. Para un tratamiento profundo de la visión bíblica de la familia como personalidad corporativa, cf. J. de Fraine, S.J., Adam and the Family of Man, Alba House, Staten Island, N.Y. 1965.

      [2] Sobre la naturaleza religiosa de las culturas patriarcales en la antigüedad, cf. K. van der Toorn, Family Religion in Babylonia, Syria and Israel, Brill, Leiden 1995; C. Pressler, The View of Women Found in the Deuteronomic Family Laws, Walter de Gruyter, New York 1993; C. Dawson, «La familia patriarcal en la historia», en Dinámica de la historia universal, Rialp, Madrid 1961, pp. 122-139. Sobre los discutidos «orígenes tribales» del antiguo Israel en

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