Скачать книгу

la gran familia de Dios, que es la fuente de la alegría de la grandeza sin fin.

      RONALD D. LAWLER, O. F. M. Cap.

      Miembro de la Pontificia Academia Romana de Teología

      I. LA HISTORIA MÁS ANTIGUA DEL MUNDO

      Hay pocas cosas que puedan apartar a un universitario de la cafetería. El universitario varón tiene un enorme y primario apetito de comida... incluso de comida de menú. Y yo era, en cuanto universitario y en cuanto chico, como cualquier otro estudiante de la Universidad de Grove City.

      Pero un día de otoño descubrí que había una fuerza de la naturaleza que superaba incluso a la comida. Su nombre era Kimberly Kirk.

      La divisé tocando el piano en el antecomedor. La melodía era bonita, pero la música —aun la más excelente..., y sus canciones eran deslumbrantes— ocupa un puesto relativamente bajo en las prioridades de un chico universitario.

      De lejos podía ver que la joven del teclado tenía un bonito y atractivo corte de pelo... y una sonrisa aún más atractiva.

      Me puse en marcha y, entre canción y canción, intenté entablar una conversación intrascendente. Pude enterarme de que le apasionaba el teatro y le interesaba la literatura; estudiaba comunicación. Tocó una pieza que había compuesto ella misma y era magnífica.

      Luego cantó mientras se acompañaba, y pensé: podría ganarse la vida así.

      Me di cuenta de que tenía que pasar del tema, y rápido. Scott Hahn no estaba por la labor de enamorarse de otra mujer. Me explico: no muchos días antes de ese encuentro, había tomado la firme decisión de no entablar una nueva relación. Después de varias relaciones, llegué a la conclusión de que salir con una chica era una trampa sentimental, un amplio desgaste de juegos psicológicos... que hacen daño y te hacen daño. Ya había tenido suficiente. Además, estaba haciendo tres especialidades (Economía, Filosofía y Teología) y también trabajaba como ayudante. No tenía tiempo.

      Así que ese día de otoño, con un educado «encantado de conocerte», giré mi cuerpo de universitario de vuelta a la cafetería.

      Mi cabeza, sin embargo, era otra cuestión. Unos días después atravesaba yo el patio y pude echar un vistazo a Kimberly Kirk, que estaba por allí. Al observar su paso, pensé: Chico, es muy guapa. Entonces me acordé de nuestro encuentro en el antecomedor: Y es realmente inteligente y con talento musical...

      Con todo, mi obstinada decisión seguía en pie. No podía pedirle una cita. Salir era implanteable en aquel momento de mi vida: incluso quedar con una chica radiantemente guapa, tan ingeniosa e inteligente. No, no podía hacerlo.

      Así que elegí la siguiente mejor opción. Le pregunté si le gustaría echarme una mano en Young Life, un programa de pastoral juvenil que estaba ayudando a poner en marcha en un instituto de la localidad. Con gran alegría por mi parte, ella dijo que sí, sin mencionar en ningún momento que su padre había sido uno de los fundadores de Young Life, hacía dos décadas.

      En esta colaboración fue cuando realmente descubrí a Kimberly Kirk. Tenía fe, y un celo evangélico que superaba todos sus otros dones. Nunca me cansaba de su compañía. Al poco tiempo pasábamos juntos cuatro, cinco o seis horas al día, y rematábamos nuestro trabajo con guerras de bolas de nieve, largos paseos, profundas conversaciones y música, dulce música.

      En menos de un mes, mi precipitada promesa se había esfumado. Estaba perdido. Kimberly Kirk y yo nos estábamos enamorando.

      No quiero aburrirte con detalles personales. Sé que no hay nada excepcional en nuestra historia. Nos conocimos; nos sentimos atraídos el uno por el otro, pero decidimos aguantar el tipo sin ceder; así que nos resistimos a esa atracción hasta que no pudimos resistir más. Chico conoce a chica: ésta es, al pie de la letra, la historia más antigua del mundo.

      Cuando cristianos y judíos cuentan la historia del género humano, comienzan «en el principio», con la creación por Dios de un hombre llamado Adán. «Adán» es el nombre de un individuo, el padre del género humano, pero es mucho más. Adam es la palabra hebrea que significa «humanidad». Es algo parecido a la forma en que usan los estadounidenses el nombre «Washington» para referirse al primer presidente, a la capital y al gobierno de su país. La historia de Washington es, en cierto sentido, la historia de los Estados Unidos. Pero la historia de Adán es aún más grande. Pertenece a todas las naciones del mundo y a todas las personas. La historia de Adán es nuestra historia: la mía y la de Kimberly, y la tuya.

      Recordemos esa historia del comienzo de la Biblia. El libro del Génesis empieza con el relato de la creación del universo. En seis «días» consecutivos, creó Dios todas las cosas: noche y día; el cielo y los mares; el sol, la luna y las estrellas; los pájaros y los peces; y las bestias del campo. Después de cada acto creador, miró Dios lo que había hecho y declaró que era «bueno». Para coronar su obra, creó al hombre el sexto día y le dio el dominio sobre toda la tierra. Sólo entonces miró Dios lo que había hecho y dijo que era «muy bueno» (Gn 1, 31).

      En el siguiente capítulo del Génesis vemos que Dios ornamentó todo el mundo para deleite del hombre: «Hizo el Señor Dios brotar de la tierra toda clase de árboles hermosos a la vista y sabrosos al paladar» (2, 9). Dios dio a Adán este lozano y fértil jardín para que lo cultivase y lo guardase (2, 15). De esta manera, Adán vivió en un mundo hecho a medida de su disfrute, un mundo sin pecado, sin sufrimiento ni enfermedad... un mundo en el que el trabajo era siempre gratificante, un mundo que, nos dice el Génesis, era bueno a más no poder.

      ¡Qué extraordinaria afirmación! Recuerda que esto sucedió antes de la Caída de la humanidad, antes de que el pecado y el desorden pudieran entrar en la creación. Adán vivía en un paraíso terrenal como hijo de Dios, hecho a su imagen (Gn 1, 27). Sin embargo, había algo que «no era bueno». Algo estaba incompleto. El hombre estaba solo.

      Dios determinó inmediatamente poner remedio a esta situación, y dijo: «Voy a hacerle una ayuda adecuada a él» (Gn 2, 18). Así que Dios trajo ante el hombre a todos los animales y le pidió que les pusiera nombre, que ejercitase su autoridad sobre ellos.

      Aun así, las cosas todavía «no eran buenas»: «pues no había para el hombre una ayuda adecuada a él» (Gn 2, 20). Aunque Adán podía someter a los animales y disfrutar cultivando una tierra fértil y grata, aún estaba incompleto. Porque Dios creó al hombre el mismo día que los animales, pero le hizo diferente a ellos. Sólo el hombre fue creado a imagen y semejanza de Dios. Por tanto, incluso con todos los animales del mundo, el hombre estaba solo sobre la tierra.

      Lo que sigue en el Génesis es la esencia de toda historia de amor:

      «Hizo, pues, el Señor Dios caer sobre el hombre un profundo sopor; y, dormido, tomó una de sus costillas, cerrando su lugar con carne, y de la costilla que del hombre tomara, formó el Señor Dios a la mujer, y se la presentó al hombre. El hombre exclamó: “Esto sí que es ya hueso de mis huesos y carne de mi carne”. Se llamará mujer porque del hombre ha sido tomada» (2, 21-23).

      El mundo de Adán parecía que estaba completo. Tenía un buen trabajo, un hogar bonito, animales domésticos y actividades para mantenerle ocupado. Pero él estaba incompleto. Incluso como «imagen de Dios» sólo estuvo completo cuando la mujer, Eva, se unió a su vida. El hombre y su mujer se hicieron «una sola carne» (Gn 2, 24). «Y creó Dios al hombre a imagen suya, a imagen de Dios lo creó; hombre y mujer los creó» (Gn 1, 27).

      Adán no habría de volver a conocer la soledad, porque tenía a Eva a su lado en un mundo perfecto. Podía darse cuenta ahora de que en la vida había algo más que las labores del campo, más que una bonita casa, más que el poder. Existía el verdadero amor humano. Y la buena compañía de Adán no se limitaría a la pareja perfecta, «la ayuda adecuada a él».

Скачать книгу