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Roja esfera ardiente. Peter Linebaugh
Читать онлайн.Название Roja esfera ardiente
Год выпуска 0
isbn 9788446051428
Автор произведения Peter Linebaugh
Жанр Документальная литература
Серия Reverso
Издательство Bookwire
Según sus propios cronistas, la del carbón es una historia feliz. Erasmus Darwin ya estaba imaginando el carruaje sin caballos, o el automóvil movido por vapor. Su Phytologia no tomaba el carbón y la caliza como materiales ardua y peligrosamente producidos por trabajadores bajo tierra, sino como «¡monumentos a la felicidad pasada de la Naturaleza organizada!», ya que millones de años antes habían constituido formas de vida: biota; ¡y donde hay vida, ha habido felicidad![11].
La energía de aquellos lejanos horizontes geológicos funcionaba en los momentos históricos de 1802, al comienzo del Antropoceno, como la energía termodinámica para las máquinas, como iluminación del espectáculo de las mercancías y como calor contra el frío del invierno. La historia del carbón se cuenta, por lo general, a través de la lente de la economía política como una parte esencial de la secuencia moderna del progreso. En Inglaterra y Gales se produjeron en 1800 diez millones de toneladas de carbón, frente a los dos millones extraídos en 1660. Su geografía cambió. La infraestructura de su transporte cambió. Todos estos cambios –minería, construcción de canales, ingeniería– exigían un nuevo conocimiento de la Tierra y su corteza, y un nuevo conocimiento de la energía, la termodinámica.
Adam Smith definió la división del trabajo como división del trabajo en la fábrica, donde las máquinas reemplazaron las destrezas, y como división del trabajo en la sociedad, donde la especialización geográfica organizó la producción. Esta última cambió la infraestructura del transporte, mientras que la primera aumentó la productividad de los trabajadores manuales. Canales, carreteras y ferrocarriles conectaron las divisiones del trabajo en el segundo caso; las conexiones en el primero se realizaron mediante pernos y tornillos. La manufactura heterogénea exigía el montaje de las piezas. Esto explica la importancia de la invención en 1800, por parte de Henry Maudsley, del micrómetro de banco, que permitió estandarizar las roscas de los tornillos y otras piezas de precisión, dando lugar a la intercambiabilidad de tuercas y tornillos.
Para el diseño y la construcción de máquinas de vapor, el inventor James Watt y el empresario Matthew Boulton constituyeron una empresa fuera de Birmingham, la Soho Works, que empleaba a más de mil obreros. Entre sus producciones mecánicas se encontraba la acuñación de monedas, en especial peniques, medios peniques y cuartos de penique para las compras de los obreros. Entre 1797 y 1806, consumió cuatro mil toneladas de cobre, que se convirtieron en pago (salarios) de incontables vidas. Las fábricas devoraban personas con tanta seguridad como los motores devoraban carbón[12]. Erasmus Darwin elogiaba de manera extravagante la máquina de vapor para acuñar monedas de Soho en términos que claramente revelaban la preferencia del amo por el trabajo infantil y su preocupación por el robo. La máquina, afirmaba él, reducía los hurtos y los ahorcamientos[13]. Disminuía el número de falsificadores, y por lo tanto el trabajo del verdugo, y «con esta maquinaria, cuatro niños de diez o doce años son capaces de acuñar treinta mil guineas en una hora, y la propia máquina efectúa un cómputo infalible de las piezas acuñadas»[14].
De acuerdo con Patrick Colquhoun, el escocés que transformó la policía de Londres, la opulencia crecía unida al aumento de su opuesta, la miseria, y eso ocurría por lo tanto con Soho Works. En la Nochebuena de 1800, William Fouldes, empleado insatisfecho y padre de cuatro hijos, atracó en compañía de otros la famosa fábrica. Con la complicidad de los vigilantes, echaron abajo la puerta del muro y se llevaron cincuenta o sesenta guineas del puesto de vigilancia. Fouldes se cayó al saltar por encima de los muros que rodeaban la fábrica y fue atropellado por el coche de Wolverhampton, rompiéndose el brazo. Un médico le cobró diez chelines y seis peniques por curarlo, y lo denunció[15].
La batalla de Culloden (1746) fue la culminación de una violenta expropiación de las Highlands escocesas y un factor en la terminación de su cultura. William Robertson, Adam Smith, Adam Ferguson y John Millar lo explicaron como una inevitabilidad histórica, porque se adaptaba a los estadios de la historia. Según ellos, dichos estadios eran cuatro, a saber, salvajismo (basado en la caza y la recolección), barbarie (basado en el pastoreo), feudalismo (basado en la agricultura) y civilización comercial (basado en la mercancía). Estos cuatro estadios no solo eran distintos entre sí, sino que se seguían uno a otro en una estricta correlación. Tenían una base económica, a la que correspondían distintas relaciones de gobierno, lenguaje, artes y cultura. Juntos equivalían a una teoría de la historia llamada «estadialismo», que estuvo desde entonces influida por los modelos evolutivos del progreso humano[16]. En el nuevo Estados Unidos, la teoría de los estadios anticipaba la aniquilación[17].
La mano oculta de Adam Smith y la división del trabajo en ambos sentidos, es decir, la mundialización del mercado y el fraccionamiento del trabajo, moldearon el cuarto estadio mediante la manufactura (des-cualificación de la mano). En La riqueza de las naciones (1776), describió la productividad de la división del trabajo en su famoso ejemplo sobre la fabricación de alfileres, en la que diferentes obreros se especializaban en estirar, cortar, enderezar, afilar, producir la cabeza, etc., aumentando así la productividad respecto a un obrero que efectúa todas las operaciones. La mano oculta de asignar recursos mediante la expansión del mercado y el fraccionamiento del trabajo destruyó la economía doméstica, por la cual una economía de subsistencia, no monetizada y autosuficiente proporcionaba un régimen de género en el que las mujeres tenían acceso independiente a recursos comunes. No se habían convertido aún en esas «amas de casa» del capitalismo patriarcal, cuyo valor monetario estaba representado, en el mejor de los casos, por el «dinero para gastos»[18].
En contraste con la tormenta y la tensión de la geopolítica, el punto de vista de la economía política parece proporcionar una interpretación de inevitabilidad sólida como una roca y determinismo histórico. El materialismo histórico, tal y como lo define Engels, «ve la causa final y la fuerza propulsora decisiva de todos los acontecimientos históricos importantes en el desarrollo económico de la sociedad, en las transformaciones del modo de producción y de cambio, en la consiguiente división de la sociedad en distintas clases y en las luchas de estas clases entre sí»[19]. El determinismo histórico es la ley del Imperio: el conocimiento del futuro se obtiene mediante estos métodos estadiales, y sus señales son las máquinas de la producción social. El martillo de vapor, la máquina hiladora, el telar mecánico, la desmotadora, etc., son instrumentos de producción que parecen transformar la actividad del trabajo con los recursos de la naturaleza. Las señales se han convertido en objetos inanimados, y la historia se ha objetivado. Engels decía que le debemos a Marx la concepción de que la lucha de clases y la producción mediante el plusvalor son los descubrimientos del socialismo científico[20].
Johannes Fabian ha afirmado que la distancia temporal se usa para alcanzar la objetividad, o la creación del Otro. Es por lo tanto un principio metodológico en la ciencia del «descubrimiento», puesto que el sujeto colonial habita una temporalidad diferente a la del científico o historiador de la potencia imperial. El estadialismo niega la coetaneidad, o la igualdad –la sensación de participar en el mismo proyecto, de pertenecer a la misma era– entre el imperio y la colonia. Sitúa a dominantes y dominados en diferentes temporalidades. La población indígena vive en una historia cercana a la atemporalidad formada en un pasado mitopoiético[21]. En contraste, la civilización vive deprisa, en un ajetreo infinito. Por esta lógica, Irlanda estaba condenada.
En 1788, tres hombres –James Hutton,