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subtítulo de dicho libro: lo próximo que diga cambiará su vida. La realidad personal siempre contiene una historia, y la historia que vivimos, que comienza en nuestra infancia, está basada en el lenguaje. Esto se convirtió en el fundamento del enfoque de Marshall sobre la resolución de conflictos: conseguir que las personas intercambien palabras que excluyan los juicios, la culpa y la violencia.

      Los rostros desfigurados de los manifestantes en las calles que componen estampas tan alarmantes en el telediario, son mucho más que meras imágenes. Cada rostro, cada grito, cada gesto tiene una historia detrás. Cada individuo se aferra con fuerza a su historia, porque es una manera de anclar su identidad. De modo que cuando Marshall promovía la comunicación pacífica, estaba al mismo tiempo promoviendo una nueva identidad. Él hizo plenamente realidad este hecho. Tal como afirma sobre la Comunicación NoViolenta y el papel del mediador en esta nueva tercera edición: “estamos intentando vivir un nuevo sistema de valores al pedir que las cosas cambien”.

      En su visión de un nuevo sistema de valores, los conflictos se resuelven sin las habituales concesiones frustrantes. En lugar de ello, los adversarios se acercan el uno al otro con respeto. Preguntan sobre las necesidades de cada uno y, en un ambiente libre de pasiones y prejuicios, alcanzan una conexión. Si contemplamos un mundo plagado de guerra y violencia, donde el pensamiento nosotros-contra-ellos es la norma, y donde los países pueden romper todos los vínculos de la existencia civilizada para cometer atrocidades intolerables, un nuevo sistema de valores parece algo muy lejano. En una conferencia europea para mediadores, un escéptico criticaba el enfoque de Marshall tildándolo de psicoterapia. En un lenguaje más coloquial, ¿no nos está pidiendo sencillamente que olvidemos el pasado y hagamos las paces? Una perspectiva remota, no solo en las zonas en guerra, sino en cualquier caso de divorcio.

      Los sistemas de valores forman parte de toda visión personal del mundo. No solo son ineludibles, sino que además las personas se enorgullecen de ellos. Hay una larga tradición en todo el mundo que consiste en premiar y temer a los guerreros al mismo tiempo. Los seguidores de Jung sostienen que el arquetipo de Marte, el volátil dios de la guerra, está integrado en el inconsciente, y por tanto el conflicto y la agresión son algo inevitable, una especie de adicción inherente al ser humano.

      Pero hay una visión alternativa de la naturaleza humana, expresada elocuentemente en este libro, que es importante tener en consideración, porque es nuestra única esperanza real. En esta visión, nosotros no somos nuestras historias. Esas historias son ficciones autocreadas que permanecen intactas por medio del hábito, la coacción de grupo, los viejos condicionamientos y la falta de autoconciencia. Incluso las mejores historias se alían con la violencia. Si usted quiere usar la fuerza para defender a su familia, protegerse del ataque, luchar contra los actos inmorales, evitar el delito e involucrarse en una supuesta “buena guerra”, se ha dejado llevar por los cantos de sirena de la violencia. Si decide abandonar, existe una probabilidad muy alta de que la sociedad se vuelva contra usted y le exija un precio. En pocas palabras, encontrar una salida no es fácil.

      En India hay un antiguo modelo para la noviolencia conocido como ahimsa, que es esencial en la vida noviolenta. Ahimsa se traduce habitualmente como noviolencia, aunque su significado abarca desde las protestas pacíficas de Mahatma Gandhi a la reverencia por la vida de Albert Schweitzer. “No hacer daño” sería el primer axioma de ahimsa. Lo que más me impresionó de Marshall Rosenberg —que murió a los ochenta años, tan solo seis semanas antes de que yo escribiera esto— es que él integró los dos niveles de ahimsa, el de la acción y el de la conciencia.

      Las acciones están bien descritas en las páginas de este libro como uno de los principios de la Comunicación NoViolenta, de modo que no hablaré de ellos. Estar en ahimsa es mucho más poderoso, y Marshall poseía esa cualidad. En cualquier conflicto, él no se ponía del lado de ninguna de las partes, ni siquiera daba una importancia primordial a cuáles eran sus historias. Marshall, convencido de que todas las historias conducen al conflicto, ya sea de manera abierta o encubierta, se concentró en las conexiones como puente psicológico. Esto está en coherencia con otro axioma de ahimsa: lo que cuenta no es lo que uno hace, sino la calidad de su atención. A nivel legal, un divorcio termina cuando las dos partes acuerdan cómo van a dividir sus bienes. Pero eso está muy lejos del resultado que se alcanza en el plano emocional entre las dos partes divorciadas: tal como decía Marshall, tal vez esas personas han dicho demasiadas cosas que han cambiado su vida.

      La agresión está incorporada en el sistema del ego, que se concentra totalmente en “yo, mí, me, conmigo” siempre que el conflicto aparece. La sociedad habla bien de los santos y sus votos de servicio a Dios en lugar de a sí mismos, pero hay un desfase enorme entre los valores que pregonamos y la manera en que en realidad vivimos. Ahimsa elimina dicho desfase solo por medio de la expansión de la conciencia de la persona. La única manera de resolver toda violencia es renunciar a nuestra historia. No puede ser iluminado aquel que todavía tiene algún interés personal en el mundo; ese podría ser el tercer axioma de ahimsa. Pero esta enseñanza parece tan radical como la de Jesús en el Sermón de la montaña, cuando prometía que los mansos heredarían la tierra.

      En ambos casos, la cuestión no es cambiar las acciones, sino cambiar la conciencia. Para hacerlo, uno debe caminar desde el punto A hasta el B, siendo A una vida basada en las incesantes exigencias del ego y B la conciencia desinteresada. Para ser franco, nadie desea realmente una conciencia desinteresada; para quien se preocupa por su propia persona puede sonar tan aterrador como imposible. ¿Cuál es el beneficio de deponer el ego, que se centra precisamente en el beneficio? Una vez que hemos soltado al ego, ¿se sienta uno pasivamente como una “ameba” espiritual?

      La respuesta está en aquellos momentos en que el yo personal cae de manera natural y espontánea. Esto ocurre en momentos de meditación o sencillamente de profunda alegría. La conciencia desinteresada es el estado en que nos encontramos cuando la naturaleza o el arte o la música nos hacen maravillarnos. La única diferencia entre esos momentos —a los cuales podemos añadir cualquier experiencia de creatividad, amor y juego— y ahimsa es que aquellos son experiencias intermitentes, mientras que ahimsa es un estado estable. Dicho estado revela que las historias y los egos que las alimentan son meras ilusiones, modelos autocreados para la supervivencia y el egoísmo. Lo que obtenemos con ahimsa no es actualizar una ilusión, que es lo que el ego siempre está tratando de lograr mediante más dinero, más posesiones y más poder. El beneficio es que uno llega a ser quien realmente es.

      “Conciencia superior” es un término demasiado arrogante para ahimsa. “Conciencia normal” es más preciso en un mundo en que lo normal es tan anormal que se convierte en psicopatología. No es normal vivir en un mundo donde miles de cabezas nucleares están apuntando al enemigo y el terrorismo es un acto religioso aceptable. Eso es meramente la norma.

      Para mí, el legado del trabajo de Marshall, obra de toda una vida, no radica en cómo revolucionó el papel del mediador, por mucho valor que eso tenga. Radica en el nuevo sistema de valores por el que rigió su vida, que en realidad es bastante antiguo. Ahimsa debe revivirse en cada generación, porque la naturaleza humana se debate entre la paz y la violencia. Marshall Rosenberg probó que entrar en ese estado de conciencia expandida era algo real y, cuando se trata de poner fin a disputas, también algo muy práctico. Él ha dejado las huellas que el resto de nosotros podemos seguir. Si sentimos de corazón un verdadero interés por nosotros mismos, las seguiremos. Es la única alternativa en un mundo que busca desesperadamente la sabiduría y el fin de la lucha.

      DEEPAK CHOPRA

      Agradecimientos

      Doy gracias por haber podido estudiar y trabajar con el profesor Carl Rogers en un momento en que él estaba investigando los componentes de una relación de ayuda. Los resultados de aquella investigación desempeñaron un papel crucial en la evolución del proceso de comunicación que describo en este libro.

      Siempre estaré agradecido al profesor Michael Hakeem, que me ayudó a ver las limitaciones científicas y los peligros sociales y políticos que entraña la práctica de la psicología tal como me la habían enseñado: con una comprensión del ser humano basada en la patología. Ver las limitaciones

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