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familia de trabajadores en un pequeño pueblo como era Nazaret. Cuando Jesús abandona su profesión para convertirse en un predicador ambulante, su situación económica empeora. Pasa a vivir como los rabinos, que tenían prohibido cobrar sus lecciones sobre la Ley. Esta prohibición estaba vigente en tiempos de Jesús. Así lo atestiguan los evangelios: «Gratis lo recibisteis, dadlo gratis. No os procuréis oro, ni plata, ni cobre en vuestras fajas; ni alforjas para el camino, ni dos túnicas, ni sandalias, ni bastón; porque el obrero merece su sustento» (Mt 10,8-10). Jesús parece que no llevaba personalmente ningún dinero consigo (cf. Mc 12,13-17) y aceptaba la ayuda de algunas mujeres, que «les servían con sus bienes» (cf. Lc 8,1-3). Así que podemos colocar a Jesús junto con los rabinos entre los estratos pobres de la población 46. Y a esta situación parece referirse la frase de que «el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza» (Mt 8,20). La tradición paulina recordará a Jesús como aquel que, «siendo de condición divina, se despojó de sí mismo tomando la condición de esclavo» (Flp 2,6-7). Los pobres y desvalidos no fueron únicamente objeto de sus desvelos compasivos, sino que fueron acogidos por Jesús como sus hermanos menores (cf. Mt 25,40).

      Los evangelios «recuerdan» dichos y hechos de Jesús que refuerzan su asunción voluntaria de la pobreza y su relación con el dinero:

      Bienaventurados los pobres, porque vuestro es el reino de Dios [...]

      Pero ¡ay de vosotros, los ricos!, porque habéis recibido vuestro consuelo (Lc 6,21.24).

      Al que te quite el manto no le niegues la túnica. A todo el que te pida da, y al que tome lo tuyo no se lo reclames (Lc 6,29-30).

      No llevéis bolsa, ni alforja, ni sandalias (Lc 10,4).

      Perdónanos nuestras deudas, así como nosotros hemos perdonado a nuestros deudores (Mt 6,12).

      No amontonéis tesoros en la tierra, donde hay polilla y herrumbre que corroen, y ladrones que socavan y roban. Amontonaos más bien tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni herrumbre que corroan, ni ladrones que socaven y roben. Pues donde está tu tesoro allí estará también tu corazón (Mt 6,19-21).

      Nadie puede servir a dos señores; porque aborrecerá a uno y amará al otro; o bien se entregará a uno y despreciará al otro. No podéis servir a Dios y al Dinero (Mt 6,24).

      La pobreza asumida por Jesús y todo este conjunto de textos evocan un andar económico «fuera» del marco normal y reflejan su rechazo crítico del proyecto económico-político en el que vive: la vida buena

      no dependería de la riqueza, no había que proteger o guardar nada, ni una almohada, ni una bolsa, una alforja o unas sandalias. Las deudas habría que perdonarlas, es decir, anularlas. El tesoro «en el cielo» [en el reino de Dios] tiene que ser otra cosa diferente del tesoro sobre la tierra. Lo que ni la polilla ni la herrumbre pueden corroer ni los ladrones tocar no es un «tesoro» en cualquier sentido normal de la palabra. Por eso el corazón, cuyo tesoro no es de la tierra, sino del cielo [del reino de Dios], está dispuesto a dejar que el tesoro normal quede malgastado, sin acumularse, difundido libremente, hasta olvidado y despreciado 47.

      g) El «Dinero» versus la «fraternidad» del Reino

      El «Dinero» se convierte para Jesús en el gran enemigo del proyecto fraternizador del Reino. De ahí su advertencia: «No podéis servir a Dios y al Dinero» (cf. Mt 6,24). Los exegetas coinciden en afirmar que se trata de un dicho auténtico de Jesús, que de manera taxativa plantea una antinomia insoluble. Nuestras Biblias traducen por «Dinero» la palabra griega mamōnâ. Su forma hebrea mamôn significaba «riqueza», «dinero», «propiedad» o «valor», y no tenía ninguna connotación idolátrica o demoníaca 48. En la formulación de Jesús no sucede lo mismo. Plantea una marcada oposición entre servir a Mammón y servir a Dios. Jesús personifica a Mammón –al utilizar la expresión aramea como nombre propio y sin artículo– como si fuera el nombre de uno de los dioses falsos (Baal, Moloc...). De esta manera sitúa a sus oyentes ricos frente a la misma disyuntiva primordial ante la que los profetas pusieron a Israel: ¿a quién queréis adorar y obedecer: al Dios verdadero o a los falsos ídolos? Jesús advierte que el dinero y los bienes tienden a convertirse en un interés tan absorbente que las posesiones empiezan a poseer al poseedor en vez de ser a la inversa. Mammón es un falso dios celoso que no admite rivales. Fatalmente, termina por deshumanizar a su poseedor convirtiéndolo en poseído (en su servidor) mientras infrahumaniza las condiciones de vida de quienes no participan de la abundancia de los bienes. Mammón es un ídolo destructor de lo humano y generador de muerte. Un ídolo del antirreino enfrentado al Abbá, un Dios celoso que es fuente inagotable de vida y fraternidad en la lucha escatológica del Reino. Conscientemente, Jesús establece una antinomia irreconciliable entre Dios y el Dinero. No hay soluciones intermedias. Hay que optar. Por Dios o por el Dinero. Todo el que está aliado con Mammón está excluido de la familiaridad con el Abbá del Reino, porque «nadie puede servir a dos señores» 49.

      La experiencia de la injusticia le ha enseñado a Jesús que la riqueza es siempre resultado de una acumulación excesiva de los bienes o de una posesión excluyente de la abundancia. Por eso no siente ningún empacho en calificar toda riqueza de injusta (cf. Lc 16,9) 50. Pero aún hay más. La riqueza posee una dinámica idolátrica, reflejo de la constitución idolátrica del ser humano 51, que imposibilita la entrada de los ricos en el Reino o su salvación. Este obstáculo insalvable aparece afirmado con toda claridad en el pasaje del joven rico (cf. Mt 19,16-22), que culmina de la siguiente manera: «Jesús dijo a sus discípulos: “Yo os aseguro que un rico difícilmente entrará en el reino de los cielos. Os lo repito, es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja que el que un rico entre en el reino de los cielos”. Al oír esto, los discípulos, llenos de asombro, decían: “Entonces, ¿quién se podrá salvar?” Jesús, mirándolos fijamente, dijo: “Para los hombres eso es imposible, mas para Dios todo es posible”» (Mt 19,16-23).

      h) Imposibilidad humana y posibilitación de Dios

      Ambas circunstancias son atestiguadas por Jesús. Pero necesitamos entender correctamente su significado. Según Jesús, la imposibilidad de la salvación del rico no es fruto de una nueva e impracticable ley moral o de una especie de rigorismo de la pobreza, que desprecia las cosas materiales. Nada sería más contrario a su mentalidad. El impedimento es obra de la seducción de la riqueza. Su dinámica idolátrica imposibilita al rico acoger la semilla del Reino (cf. Mt 13,22) e incluso escuchar a un muerto que resucitara para convencerle del peligro de la riqueza (cf. Lc 16,30-31). Dios no facilita la salvación de los ricos por medio de un milagro que les permitiera conservar su riqueza y sanar, al mismo tiempo, la inhumanidad de su corazón. ¡Qué más quisieran los ricos! Dios la regala gratis a través de un cambio del corazón –de la transformación de un corazón de piedra en un corazón de carne– posibilitado por él mismo, que hace viable aquello que al rico le parece imposible: renunciar a las riquezas y repartirlas como única manera de administrarlas correctamente y de ser fiel al Dios del Reino. Solo así se abren espacios donde todos los hombres y las mujeres, sin exclusiones, puedan vivir como hermanos.

      La antinomia Abbá/Mammón es la contrapartida y la actualización permanente de la alianza del Abbá del Reino con los pobres o de su parcialidad a favor de los oprimidos. Su irreductible incompatibilidad señala positivamente que el Dios del Reino asume como propia la lucha de los pobres contra Mammón, ídolo de muerte, de modo que se convierte en la lucha divina por la vida de los pobres, en la lucha emprendida por el Dios del Reino contra los orgullosos, los poderosos y los ricos (cf. Lc 1,51-53) 52.

      La pobreza asumida y propuesta por Jesús desvela las condiciones en las que la (inevitable) relación con el dinero puede abrir caminos a la fraternidad del reino de Dios.

      i) El camino hacia la fraternidad y la cultura de la «sobriedad compartida»

      Los dos últimos papas han alertado sobre la vigencia de esta antinomia en pleno siglo XXI.

      Benedicto XVI escribe sobre el

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