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Las Dionisíacas son un florecimiento tardío (siglo V d.C.) y curioso de la épica clásica, y uno de los últimos poemas ambiciosos del paganismo clásico. Nono (siglo V d.C.), natural de Panópolis, en Egipto, compuso en griego el poema épico Dyonisiaca, sobre las aventuras del dios Dionisio, desde su nacimiento en Tebas hasta su ingreso en el Olimpo. La obra, en cuarenta y ocho libros (la suma de los libros de la Ilíada y la Odisea, según la ordenación alejandrina) y unos 21.000 hexámetros, se centra en la expedición de Dionisio a la India y su regreso (libros 13-48). El tema no era inédito, puesto que a menudo se había identificado a Alejandro con esta divinidad, lo que incluía las campañas contra los hindúes. A partir del libro octavo, con el nacimiento de Dioniso, el poema se asemeja a un compendio mitológico, enriquecido con referencias a misterios dionisíacos, religiones orientales, magia y astrología. La obra se anima con aspectos menos habituales, como la claridad sensualista con que se describen las actividades amatorias de Dioniso. La importancia del poema, más que en el tema en sí, hay que buscarla en sus esquemas métricos y estilísticos, pues introdujo el llamado hexámetro noniano, que altera la tradicional métrica cuantitativa, ante el cambio fonológico que se produce en la lengua griega desde la época helenística, e introduce el ritmo acentual, en una aproximación a la métrica moderna.

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Sobre la música enfoca la música desde la perspectiva neoplatónica, y la concibe como una de las disciplinas capaces de conducir a la contemplación filosófica y a la teología. El De musica, libri sex de san Agustín es uno de los diálogos filosóficos que escribió mientras se preparaba para recibir el bautismo. Comenzado en Milán, probablemente en el 387, fue acabado años más tarde, a su regreso a África, antes de su ordenación sacerdotal en el 391. Se trata de un diálogo de inspiración neoplatónica en el que se concibe la música como una de las disciplinas que conducen a la contemplación filosófica y, en último término, a la teología. En su original combinación de doctrina tradicional y posiciones individuales, constituye uno de los eslabones más importantes en la cadena de transición de la filosofía antigua, pitagórico-platónica, al mundo medieval cristiano. Agustín de Hipona, San Agustín, (c. 354-430) es una de las personalidades más fascinantes y complejas de la historia del cristianismo. Durante su juventud en el norte de África, perteneció a la secta maniquea, que aunaba cristianismo, gnosticismo e influencias persas, y desde allí inició un periplo vital e intelectual que le condujo a Italia, al escepticismo y al neoplatonismo, hasta que en Mediolano (Milán) en el año 386, bajo el influjo de san Ambrosio, encontró la síntesis de neoplatonismo y cristianismo que le convertiría en el más influyente pensador cristiano hasta la Escolástica medieval. Se bautizó en 387, en 391 entró en un monasterio y en 396 fue ordenado obispo de Hipona.

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Este volumen contiene buena parte de los tratados explícitamente filosóficos de Plutarco: los dedicados a Platón y los de crítica a la doctrina estoica. En ellos formaliza ideas que ya estaban latentes en muchos otros escritos. Si bien el pensamiento filosófico de Plutarco está presente en toda su obra, es en los tratados de los Moralia incluidos en este volumen y en el siguiente donde el autor expresa con claridad su posición respecto a las corrientes filosóficas de la época. Los Tratados platónicos son comentarios referentes a diversos aspectos de la obra de Platón y constituyen un claro testimonio del sentimiento de fidelidad de Plutarco hacia el filósofo ateniense. Forman este grupo tres opúsculos: las «Cuestiones platónicas», pequeños comentarios a puntos concretos de ética, epistemología y ontología; «Sobre la generación del alma en Timeo», explicación de la doctrina del alma presente en ese diálogo, que fue el más famoso de Platón en la Antigüedad y la Edad Media por su relato cosmológico; y un Epítome al tratado anterior, claramente espurio. Las tres obras siguientes (los Tratados antiestoicos), reflejan la actitud crítica de Plutarco frente a la filosofía del Pórtico. En las «Contradicciones de los estoicos» denuncia las contradicciones internas de las tesis de Crisipo. «Los estoicos dicen más disparates que los poetas» constituye un delicioso jeu d'esprit en el que el autor se burla de las doctrinas estoicas comparándolas con inverosímiles creaciones poéticas y míticas de los griegos. Cierra el volumen «Sobre las nociones comunes, contra los estoicos», tratado en el que Plutarco intenta derribar los conceptos universales del estoicismo, los que constituyen los fundamentos más sólidos de su doctrina.

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San Agustín, obispo de Hipona (345-430), refleja en su vida y en su obra el cambio del Mundo Antiguo a la cosmovisión cristiana. Tras su conversión al cristianismo, admirablemente descrita en sus Confesiones, fue un incansable buscador de la verdad. Amar, pensar y vivir suponían para él los tres vértices del triángulo de la existencia. San Agustín fue el abanderado de la empatía previa al conocimiento intelectual. Como maestro de vida y sabiduría aconsejó el desapego del bullicioso mundo, con sus fastos, honores y ambiciones como la vía idónea para llegar a ser personas completas. Y el amor universal como la mejor solución de conflictos y la más excelsa de las prácticas.

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Las Cuestiones Naturales están constituidas por un conjunto de ocho estudios sobre diversos fenómenos naturales. En los ocho libros de las Cuestiones naturales Séneca consagra todos sus esfuerzos a descubrir las causas de diversos fenómenos naturales que la ciencia antigua clasificaba en el campo de la meteorología: aguas subterráneas, crecida del Nilo, vientos, nieve y granizo, terremotos, cometas, meteoros luminosos, rayos y truenos. Pero las Cuestiones naturales son mucho más que un simple tratado meteorológico. Es una obra que aspira a conseguir un conocimiento racional del mundo, entendido como la actividad más digna y liberadora del hombre y, especialmente, como la única forma de acercamiento a ese dios que se oculta a nuestros ojos y al que solo podemos llegar con la fuerza de la razón. Interesantísimas reflexiones teológicas y epistemológicas enriquecen la obra.

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Galeno se consideraba tanto filósofo y filólogo como médico. Este volumen reúne textos de las dos primeras vertientes, en los que muestra su brillante versatilidad y su honda sabiduría. Galeno –junto con Hipócrates el principal médico de la Antigüedad– nació en Pérgamo en 129-130 d.C., de familia acaudalada. Estudió en Esmirna y Alejandría (anatomía y fisiología). Tras ejercer tres o cuatro años la medicina en la escuela de gladiadores de Esmirna, a partir de 162 se instaló en Roma, donde sería el médico de Marco Aurelio y su hijo Cómodo, entre otras personalidades de la corte imperial. Fue uno de los escritores griegos más prolíficos de su época. Murió en Roma en el año 200. Su influencia en el mundo bizantino, en Oriente y en la Edad Media occidental es enorme, y es sin duda uno de los grandes médicos de la historia. En este volumen se reúnen escritos de Galeno sobre temas diversos, pero que tienen en común no ser obras técnicas de medicina. Hay que recordar que Galeno –que recibió una educación muy esmerada, pues estudió filosofía, arquitectura, astronomía y agricultura– se interesó por una gran variedad de materias, y que se consideraba a sí mismo tanto filósofo y filólogo como médico. «Exhortación a la medicina», «Que el mejor médico es también filósofo» y «Sobre las escuelas de medicina» son obras deontológicas que muestran la concepción que tenía Galeno del médico y la medicina, en absoluto ajenas a los saberes abstractos. "Sobre mis libros, «Sobre el orden de mis libros» y «Sobre el pronóstico» tienen carácter autobiográfico y abundan en acontecimientos y experiencias personales del médico de Pérgamo; además cumplen la función de preparar un registro de las obras auténticas de Galeno, cuya enorme fama había motivado la atribución errónea de multitud de escritos. «Sobre mis propias opiniones» y «Sobre la mejor doctrina» son una muestra de las ideas filosóficas de nuestro autor. Por último, «Sobre los sofismas del lenguaje», refleja el interés de Galeno por la filología, la lógica y su exigencia de una terminología precisa.

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Por su amor a la naturaleza, Plinio conecta fácilmente con la sensibilidad del lector actual. Los libros XII-XVI de la Historia natural tratan de botánica –que, junto con la zoología del volumen anterior, constituye el verdadero núcleo de toda la obra–. Plinio orienta su tratamiento hacia la medicina y los remedios salutíferos, como es propio de la tendencia práctica dominante en las producciones científicas de los romanos. Además, a Plinio le interesa destacar en qué momento se introduce el cultivo de los árboles en Roma, especialmente el de los frutales; cuándo comienzan a llegar productos de lujo importados de tierras lejanas, como el azúcar o la pimienta; cuál es la utilidad de los árboles en la alimentación o en diferentes industrias, desde la perfumería hasta la elaboración del papiro para la escritura, y qué función institucional desempeñan en la vida social, política y religiosa de Roma. El punto de vista que adopta Plinio es el del naturalista capaz de citar todas las variedades conocidas de cada especie, pero también el de un espíritu inquieto atento a subrayar todos los detalles culturales, históricos e incluso fabulosos que acompañan la llegada del árbol a Roma.

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La edición de estos fragmentos de la prácticamente perdida Comedia Media –transición y puente entre las épocas de Aristófanes y de Menandro– tiene un excepcional interés para trazar la línea evolutiva de las formas teatrales griegas. El término de Comedia Media se emplea para designar la comedia ateniense del período 400-323 a.C., el que sigue a la época marcada por la gran figura de Aristófanes. Las obras de la Comedia Media se han perdido prácticamente en su totalidad y no nos quedan más que fragmentos de ellas, que se han reunido en esta cuidada edición. Fue este periodo un momento de experimentación con nuevas fórmulas, y con aspectos novedosos como la reducción drástica del papel del coro; se redujo el tratamiento de asuntos políticos y se acrecentó la importancia de personajes prototípicos, como por ejemplo el militar. Los comediógrafos de esta etapa (conocemos el nombre de una cincuentena de ellos: Aristofonte, Calicles, Timocles, Mnesímaco, Jenarco, Sótades, Alexis, etc.) constituyen una transición del género de la comedia desde las cotas alcanzadas por la Comedia Antigua hasta la aparición de la Nueva, representada en la figura de Menandro; es por eso por lo que la edición de estos fragmentos tiene un excepcional interés para trazar la línea evolutiva de las formas teatrales griegas, que llega hasta autores como los latinos Plauto y Terencio, quienes, a su vez, con el paso de los siglos, serán los modelos de clásicos como Molière y Lope de Vega.

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Estos cinco opúsculos ejemplifican a la perfección las distintas modalidades de los estudios de mitografía en la Grecia antigua. Los cinco escritos que se recogen aquí forman una unidad (pese a su diversidad aparente) por cuanto ilustran de forma impecable tres de las modalidades en que los griegos de la Antigüedad practicaron la mitografía. Los tres primeros opúsculos (las «Historias increíbles» de Paléfato, Heráclito y el Anónimo Vaticano) son básicamente representativos de la exégesis racionalista del mito. Con la obra de Eratóstenes («Catasterismos») volvemos, del tiempo impreciso del Anónimo, a la época helenística, momento en que se debió de componer esta suerte de astronomía mitológica que narra las conversiones en estrellas de personajes famosos del mito. Por último, el «Repaso de las tradiciones teológicas de los griegos» de Aneo Cornuto (obra que se traduce aquí por vez primera al castellano) ejemplifica la corriente alegórica de análisis del mito.

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Estos discursos y conferencias del autor de El asno de oro reflejan su enorme capacidad oratoria y constituyen una buena muestra de la retórica en la Segunda Sofística. Lucio Apuleyo (Madaura, norte de África, siglo II d.C.) se inició en todo tipo de religiones y cultos mistéricos, escribió (en prosa y en verso, en griego y en latín) acerca de los más diversos asuntos y temas, ejerció como prestigioso abogado y conferenciante y acabó considerándose «filósofo platónico», entre la filosofía, el esoterismo y la magia. Y de magia se le acusó: de haberse servido de un encantamiento para seducir a una viuda rica, ya de cierta edad, y casarse con ella. La defensa que hizo de sí mismo nos ha llegado en la Apología, que es también el único discurso jurídico de la latinidad imperial que conservamos. En su primera parte, antes de refutar los cargos, Apuleyo emprende todo tipo de digresiones: sobre el dentífrico y la higiene bucal, el elogio filosófico de la pobreza, una teoría sobre la epilepsia…, lo cual debió de desconcertar no poco al auditorio. A continuación, como disciplinado abogado, examina los documentos y emprende su defensa propia. La Flórida, por su parte, es una colección de fragmentos de conferencias que pronunciara Apuleyo, en otra de sus vertientes, la de orador deslumbrante y preciosista. Estos textos ponen de manifiesto lo huero de la oratoria en el periodo denominado de la Segunda Sofística, capaz de desplegar su plumaje a raíz de cualquier pretexto: el relato de un viaje, la agudeza de la vista, las costumbres de los gimnosofistas, el encomio de un procónsul, la descripción de un papagayo… Todo trivial y anecdótico, frívolo y un tanto insustancial, pero aleccionador reflejo de la latinidad agónica y decadente, en la que Apuleyo es sin duda de lo más interesante.