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Tres tratados (uno de ellos, adaptación del diálogo platónico homónimo) sobre la capacidad de entrever acontecimientos futuros, en los que Cicerón se muestra muy racionalista y escéptico. Componen este volumen tres obras cuyo tema es la capacidad de los hombres para conocer lo que les depara la suerte o (caso de existir) el destino. El diálogo Sobre la adivinación, publicado en el 44 a.C., trata de las doctrinas estoicas acerca del destino y la posibilidad de predecirlo. El diálogo, mantenido en la villa que Cicerón poseía en Túsculo, tiene como interlocutores a su hermano Quinto y a él mismo (Marco). El primero, que se muestra muy familiarizado con las concepciones estoicas, sostiene la validez de algunas formas de adivinación, y opina que por prudencia debe mantenerse la adivinación de asuntos de estado. Marco replica que el futuro puede obedecer al azar (en cuyo caso no puede conocerse de antemano) o está predeterminado (y entonces de nada sirve conocerlo, puesto que no se puede modificar). De divinatione trata de combatir un creciente interés por la profecía religiosa y termina con un elocuente ataque a la superstición, que se describe como «extendiéndose por todo el mundo, oprimiendo la mente de casi todos y aprovechándose de la debilidad humana». En este tratado, pues, la religión no está más libre que cualquier otro asunto de la práctica académica de oír a todas las partes, y se llega a demoler las supersticiones que habían recibido un trato respetuoso en Las leyes. Sobre el destino, del año 44 a.C., conservado sólo en parte, analiza si las acciones humanas están predeterminadas o no, y se opone al fatalismo estoico con varios argumentos que indican una prolongada reflexión sobre la materia. Completa este volumen la parte conservada de la adaptación que Cicerón hizo del Timeo platónico, en el que el filósofo pitagórico que da nombre al diálogo trata de la creación del universo por un dios creador o demiurgo bueno.

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En la literatura clásica reciben el nombre de yambógrafos los poetas griegos de los siglos VII-VI a.C. que escribían unos poemas cuyo pie métrico fundamental era el yambo. Dichos poemas tenían una naturaleza socarrona, irónica y a veces no exenta de exabruptos. De los primeros poetas líricos griegos, -que es decir los primeros líricos de la tradición literaria de Occidente- tan sólo nos han quedado breves fragmentos. Los yambógrafos y los elegíacos son quienes -en el siglo VII y en el VI a.C.– inauguran la poesía de expresión personal, los que expresan con inolvidable voz propia una visión subjetiva del mundo y colocan su yo personal como centro de la representación poética. Esta poesía que comienza con los fragmentos de Arquíloco, el desvergonzado mercenario, el dolorido y apasionado poeta de Paros, nos sigue impresionando por su audacia expresiva. En contraste con la épica homérica que deja en ella numerosos ecos, aquí surge otra forma de ver el mundo y la existencia humana. Esos breves fragmentos se prestan a muchas glosas, por su riqueza de sugerencias y su carácter trunco. Son legión sus comentaristas a lo largo de los tiempos y de la minuciosa labor de los filólogos. Esta versión del profesor E.Suárez de la Torre, con su extensa introducción y sus numerosas notas nos lo recuerda con gran precisión.

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Aristóteles examina en este tratado el origen del principio vital en los seres vivos, a cuyas manifestaciones ya a dedicado varios estudios. Si los demás trabajos de biología aristotélicos se interesan por el principio que anima a los seres vivos, Reproducción de los animales indaga acerca del origen del principio animador: ¿cómo nacen a la vida los seres? Aristóteles se distancia del punto de vista platónico de que la vida empieza cuando el alma entra en el cuerpo y sostiene que las potencias del alma son principios corporales. Aristóteles (que no en vano era hijo de médicos) adopta en este punto, al igual que en cuestiones de nutrición, reproducción, percepción y movimiento, una perspectiva biológica antimetafísica. Pero cambia de punto de vista cuando se llega a la facultad superior, el pensamiento, del que admite que procede del exterior y es de naturaleza divina.

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Saturnalia, diálogo entre romanos eminentes y eruditos, constituye una verdadera compilación enciclopédica del saber antiguo que hizo de puente entre el pensamiento pagano y el medieval cristiano. Con ocasión de las fiestas de las Saturnales del año 384 d.C., mientras Roma se divierte en las calles, ajena al final de una época, doce senadores y eruditos romanos deciden pasar los tres días de jolgorio celebrando tres banquetes literarios en las casas de sendos ilustres representantes de la aristocracia pagana. La variada conversación (un mosaico de anécdotas, tradiciones y antigüedades romanas, con un especial interés por la obra de Virgilio, cuyo tratamiento ocupa la mayor parte del centro de la obra) constituye un emotivo homenaje a la Roma antigua, el canto del cisne del Paganismo ante el empuje del cristianismo triunfante. A la exaltación de este ambiente que intentaba hacer revivir un pasado ya caduco para siempre, a la memoria de los últimos hombres que aún podían llamarse romanos dedicó Macrobio las Saturnales, una obra cimentada en la gramática, en los estudios literarios y en la indagación erudita, así como en la filosofía. Por su afán enciclopedista, tanto en las Saturnales como en el Comentario al «Sueño de Escipión» de Cicerón, su otra gran obra (también en Biblioteca Clásica Gredos), Macrobio desempeñó un papel crucial como puente entre el pensamiento pagano antiguo y el pensamiento medieval cristiano.

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Del uso de las partes es el primer tratado completo de anatomía funcional en la historia de la medicina y fue la única obra de referencia en anatomía hasta el Renacimiento. Galeno –junto con Hipócrates el principal médico de la Antigüedad– nació en Pérgamo en 129-130 d.C., de familia acaudalada. Estudió en Esmirna y Alejandría (anatomía y fisiología). Tras ejercer tres o cuatro años la medicina en la escuela de gladiadores de Esmirna, a partir de 162 se instaló en Roma, donde fue el médico de Marco Aurelio y su hijo Cómodo, entre otras personalidades de la corte imperial. Fue uno de los escritores griegos más prolíficos de su época: a sus muy numerosas obras conservadas hay que añadir una cantidad sustancial de escritos perdidos descubiertos en traducción al árabe. Murió en Roma en el año 200. Su influencia en el mundo bizantino, en Oriente y en la Edad Media occidental es enorme, y es sin duda uno de los grandes médicos de la historia. Del uso de las partes, traducida ahora por primera vez al español, es el primer tratado completo de anatomía funcional en la historia de la medicina y fue la única obra de referencia en anatomía hasta el Renacimiento. Influyó decisivamente en médicos como Arnau de Vilanova, Avicena, Vesalio y Miguel Servet. Galeno, «padre de la fisiología experimental», fue partidario de las disecciones para estudiar las partes del cuerpo no accesibles a los ojos. Practicó también vivisecciones para explorar el funcionamiento del corazón o del pulmón. Experimentó con el cerebro, con la médula espinal, con ciertos nervios, sobre todo con el recurrente y con los músculos internos de la laringe. Destaca su descripción de huesos y músculos. Defendió la interdependencia entre la mano y la función cerebral en la dinámica del desarrollo del ser humano. Formuló por primera vez desde un punto de vista no teísta lo que desde sir William Paley se iba a llamar «diseño inteligente»; para Galeno el hombre es la suprema creación de la naturaleza. Afirma que al médico le cumple desvelar la armonía y la perfección del cuerpo interno, que son la salud y la belleza verdadera. Nada más sagrado, dice, que darlo a conocer: por eso considera esta obra de anatomía fisiológica un «discurso sagrado», un himno de alabanza a la naturaleza.

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Aristófanes, máximo representante del teatro cómico griego, retrata de forma brillante a esa sociedad ateniense tan rica cultural y socialmente, riéndose de ella a la vez que critica a personajes prominentes, políticas y actitudes de su tiempo. Las cuatro obras que se presentan en este volumen de Aristófanes (el máximo representante del teatro cómico griego y único autor la Comedia Antigua del que nos han llegado obras completas) se enmarcan en un periodo histórico que significa el principio del fin de la hegemonía de Atenas en el mundo heleno. Aristófanes retrata de forma brillante a esa sociedad ateniense tan rica cultural y socialmente, riéndose de ella a la vez que critica a personajes prominentes, políticas y actitudes de su tiempo. Las nubes, una parodia sobre la educación sofística ateniense, es famosa especialmente por la presencia de Sócrates, contemporáneo de Aristófanes, y por ofrecernos un retrato del filósofo muy distinto del que nos ofrecen los diálogos platónicos. Las avispas es un ataque directo contra el poderoso demagogo Cleón y el sistema jurídico ateniense, que estaba viciado y mantenía a vividores y personas sin oficio ni beneficio. Como otras obras de Aristófanes, La paz es una demanda de solución pacífica de los conflictos bélicos, en concreto de la Guerra del Peloponeso, que enfrentó a Atenas y Esparta y que marcó el último tercio del siglo v a. C. Por último, en Las aves, el comediógrafo arremete contra la sociedad ateniense en general y contra sus ansias colonialistas en particular, pero es también un canto a la libertad y a la búsqueda de la felicidad.

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Alcidamante y Anaxímenes constituyen una espléndida muestra del impresionante desarrollo que vivió la retórica en la Grecia Clásica. En una sociedad abierta, compleja y en constante transformación como era la Grecia del siglo IV a.C., la retórica adquirió una importancia capital por su incidencia en la vida y en las disputas públicas y alcanzó, de la mano de los sofistas, su edad adulta. Uno de los maestros fue Alcidamante de Elea, sofista discípulo de Gorgias y acérrimo rival de Isócrates, frente al que consideraba preferible el arte de la improvisación frente al discurso escrito. Alcidamante fue muy conocido y comentado en la Antigüedad, aunque de él sólo se ha conservado un conjunto de fragmentos. También enseñó retórica Anaxímenes de Lámpsaco, quien escribió, en la segunda mitad del siglo IV a.C., la Retórica a Alejandro, el manual sobre esta disciplina más antiguo que ha llegado hasta nosotros; resulta interesante no sólo por su antigüedad, sino también por el tratamiento novedoso y profundo que hace de esta disciplina, hasta el punto de que influyó en gran medida en la literatura posterior.

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Los estudios de retórica tuvieron una gran importancia en la Grecia clásica y posterior. Este volumen presenta tres manuales de ejercicios de retórica conservados, los cuales muestran en qué consistía esta formación. Se incluyen en este tomo los Progimnásmata o ejercicios de retórica de tres maestros griegos: Teón (siglo I), Hermógenes (siglos II y III) y Aftonio (siglo IV). El estudio de la retórica tuvo una gran importancia en todas las facetas de la vida en la Antigüedad, incluyendo la época imperial de estos autores, pues todo futuro filósofo, científico u orador debía formarse como mínimo con el gramático, que le familiarizaba con los autores clásicos y le preparaba para expresarse con precisión y elegancia, una condición necesaria para el desempeño de cualquier actividad intelectual. La retórica se afianzó con el movimiento llamado Segunda Sofística, del siglo II de nuestra era, y tuvo una repercusión inmediata por su implantación en las escuelas. Los tres ejercicios de retórica de este volumen permiten conocer en qué consistía y qué objetivos perseguía esta formación. De los tres, el más influyente fue el de Aftonio, que incorpora claros ejemplos y trata elementos de la composición retórica o literaria, como son las fábulas, las sentencias, los lugares comunes, el encomio, el vituperio, etc. De Hermógenes se ha conservado también un notable tratado de retórica, Sobre las formas de estilo, que ocupa otro volumen de esta colección.

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Tertuliano (nacido en el norte de África como San Agustín y otros grandes escritores de los primeros tiempos de la Iglesia) defiende en Apologética la fe cristiana frente a las acusaciones de los gentiles. Quinto Septimio Florente Tertuliano (Cartago h. 160-h. 220) fue uno de los grandes escritores de la Iglesia, de portentosa capacidad argumentativa. Entre lo poco que sabemos de su vida hay que destacar que recibió una educación esmerada, que escribió como mínimo tres libros en griego y que fue versado en leyes, llegando a ejercer la abogacía; se desconocen las causas de su conversión al cristianismo, pero fue ordenado presbítero en la Iglesia de Cartago. Su rigorismo extremo y su temperamento vehemente le llevaron a separarse de la Iglesia e ingresar en los montanistas, que tampoco le satisficieron, por lo que pasó a fundar su propio grupo religioso, el de los tertulianistas. Combatió con ahínco el paganismo y las herejías, en especial el gnosticismo, en una intensa labor literaria de la que se conservan treinta y un escritos, no todos completos, clasificados en obras apologéticas, obras doctrinales y polémicas –destinadas a combatir los errores acerca de la doctrina– y obras morales y ascéticas. La Apologética es una de estas obras polémicas: en ella defiende la fe cristiana contra las calumnias de los paganos, que acusaban a los creyentes de la Iglesia Primitiva de ser adoradores de un asno (como sería propio de un culto oriental) y cometer sacrificios espantosos. Argumenta que es injusta la persecución de los cristianos, pues carece de fundamento, repasa qué emperadores favorecieron o persiguieron a los cristianos, denuncia el estado de postración moral de los romanos, sostiene que no se ha demostrado ninguna de las acusaciones formuladas contra los cristianos, las cuales son falsas e increíbles, y que son los gentiles quienes cometen aberraciones como la adoración de falsos dioses (hombres, ídolos y simulacros), recuerda que los cristianos no adoran la cabeza de jumento, ni palos derechos, ni al sol, sino al Dios de la Sagradas Escrituras, frente a la insensata idolatría romana, recuerda que el emperador no es un dios, sino sólo un hombre, y que los cristianos le respetan en esta cualidad o dimensión, a él como a todos los hombres, y por lo tanto no son la causa de las calamidades del mundo, ni son infructuosos, como sostienen algunos gentiles, y que las muertes de los cristianos perjudican al Imperio, para acabar exponiendo los fundamentos de la fe cristiana.

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Estacio fue muy admirado en la Edad Media, y aparece en el Purgatorio, en la Divina Comedia, donde su espíritu, al encontrar al de Virgilio, le relata cómo se convirtió al cristianismo a raíz de la lectura de unos versos del poeta mantuano. El poeta latino Publio Papinio Estacio (Nápoles, h. 45-h. 96 d.C.) se trasladó en su juventud a Roma, donde recitó sus composiciones ante nutridas audiencias y ganó un certamen presidido por el emperador Domiciano, a quien prodigó los encomios, como a otros miembros de la alta sociedad. Era, pues, un poeta profesional, no un rico aficionado. A lo largo de doce años compuso la epopeya Tebaida (sobre el enfrentamiento entre los hijos de Edipo, Eteocles y Polinices), cuyos doce libros se han conservado, y de las Silvas. Pasó sus últimos años en su Nápoles natal. Las Silvas son la colección de poemas de Estacio, por lo general breves, repartidos en cinco libros, dedicados a sus patrocinadores, entre los cuales figuraba Domiciano; ello le ha costado algunas acusaciones de servilismo, si bien el poeta sostiene que su relación con los destinatarios era de amistad respetuosa. Estacio contaba con estos ciudadanos privilegiados de la sociedad romana para obtener apoyo y ánimos, por lo que no introdujo nada impropio ni vulgar en estas brillantes y adornadas Silvas. Sin duda son una selección de una gran número de piezas ocasionales: los temas surgen de la vida de sus protectores y de la del poeta, y a pesar del carácter obsequioso de muchos de ellos, algunos son sinceros y emocionantes. Fue el enorme talento de Estacio lo que le permitió crear, a partir de materiales discretos, algunas de las grandes piezas de la poesía latina.