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Tres recreaciones y evocaciones, escritas en latín, del siempre presente y abierto legado homérico. La huella que dejaron los textos homéricos fue tan intensa que, ya desde la Antigüedad, proliferaron todo tipo de obras sobre el ciclo épico troyano. En este volumen recogemos tres de ellas. La primera, la Ilíada Latina, escrita en el siglo I d.C., es un resumen versificado, en latín, de la Ilíada de Homero, compuesto quizás con fines pedagógicos. Las otras dos son las traducciones al latín de dos originales griegos perdidos que pretendían ser sendas crónicas de primera mano de la Guerra de Troya, una escrita por un soldado griego (Distis), la otra por un combatiente troyano (Dares); se trata en realidad de dos ejercicios retóricos de la Antigüedad tardía que nos presentan una versión de la leyenda troyana en muchos episodios distinta de Homero. Estas obras están en la base de una tradición literaria entre cuyos deudores figuran, en mayor o menor medida, Benoît de Sainte-Maure, José Iscano (ambos del siglo XII), el Libro de Alexandre, Alfonso X, Geoffrey Chaucer y William Shakespeare.

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Los Elementos han tenido una influencia enorme, y no no sólo en geometría: por su método y exposición, han sido modelo para Galeno en medicina y Spinoza en ética, entre otros autores y disciplinas. De los trece libros que componen los Elementos, los seis primeros corresponden a lo que se entiende todavía como geometría elemental; recogen las técnicas utilizadas por los pitagóricos para resolver lo que hoy se consideran ejemplos de ecuaciones lineales y cuadráticas, e incluyen también la teoría general de la proporción, atribuida tradicionalmente a Eudoxo. Los libros que van del séptimo al décimo tratan de cuestiones numéricas y los tres restantes se ocupan de geometría de los sólidos, hasta culminar en la construcción de los cinco poliedros regulares y sus esferas circunscritas, que había sido ya objeto de estudio por parte de Teeteto. La influencia de los Elementos fue decisiva: se adoptaron de inmediato como libro de texto ejemplar en la enseñanza inicial de la matemática, y fuera del ámbito de esta disciplina, los tomaron como modelo, en su método y exposición, autores como Galeno, para la medicina, o Spinoza, para la ética, entre otras varias ramas de la ciencia.

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Este hito histórico de la filología clásica, la traducción íntegra de los Tratados hipocráticos, es una ocasión única no sólo para los interesados en el nacimiento y la evolución de la ciencia médica, sino para cualquier amante de la cultura griega. El Corpus Hippocraticum es un conjunto de más de cincuenta tratados médicos de enorme importancia, pues constituyen los textos fundacionales de la ciencia médica europea y forman la primera biblioteca científica de Occidente. Casi todos se remontan a finales del siglo V y comienzos del IV a.C., la época en que vivieron Hipócrates y sus discípulos directos. No sabemos cuántos de estos escritos son del «Padre de la Medicina», pero todos muestran una orientación coherente e ilustrada, racional y profesional, que bien puede deberse al maestro de Cos. Más importante que la debatida cuestión de la autoría es comprender el alcance de esta medicina, su empeño humanitario y su afán metódico. Este corpus resulta esencial no sólo para la historia de la ciencia médica, sino para el conocimiento cabal de la cultura griega. Éste es el primer intento de verter al castellano todos estos tratados, y se ha hecho con el mayor rigor filológico: se ha partido de las ediciones más recientes y contrastadas de los textos griegos, se han anotado las versiones a fin de aclarar cualquier dificultad científica o lingüística y se han añadido introducciones a cada uno de los tratados, con lo cual se incorpora una explicación pormenorizada a la Introducción General, que sitúa el conjunto de los escritos en su contexto histórico. El cuarto volumen de los Tratados hipocráticos incluye los textos de ginecología: «Sobre las enfermedades en las mujeres», «Sobre las mujeres estériles», «Sobre las enfermedades de las vírgenes», «Sobre la superfetación», «Sobre la excisión del feto» y «Sobre la naturaleza de la mujer».

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Si el estoicismo es una de las escuelas filosóficas griegas que mayor impronta dejaron en la filosofía y la cultura occidentales, ello se debe, en gran medida, a Crisipo de Solos. De Crisipo han destacado los estudiosos sus grandes dones como filósofo, más que la elegancia literaria. No compuso poesía, pero era muy dado a las citas, especialmente de Homero y los trágicos, como medio para reforzar sus propias opiniones. Dotado de una prodigiosa fuerza intelectual, desarrolló sistemáticamente, más que cualquier otro estoico, una forma de filosofía que mantuvo su validez y vigencia durante cuatrocientos años, y es probable que moldeara la mayor parte de los resúmenes de los manuales filosóficos del estoicismo. En este segundo volumen se incluyen los fragmentos 319-606 (es decir, los fragmentos sin indicación de obra y los dudosos).

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Las cartas de Cicerón a sus allegados constituyen, junto con las que envió a su amigo Ático, una de las máximas expresiones de la literatura epistolar en toda la literatura clásica. Frente a la solemnidad y gravedad de sus tratados y discursos, la producción epistolar de Cicerón ha recibido una consideración menor. Sin embargo, el conjunto de cartas (más de ochocientas) que envió y recibió (de las que se han conservado casi un centenar, de autores y estilos muy distintos) puede ser la parte de su legado que el lector contemporáneo sienta más próxima, debido a su viveza y frescura y por el hecho de constituir una fuente excepcional para conocer uno de los periodos más apasionantes de la historia de Roma, el fin del periodo republicano. Por añadidura, Cicerón se nos muestra más íntimamente que cualquier otro personaje del mundo antiguo, pues en ellas consigna su carácter y sus acciones. Las Epistulæ ad familiares («cartas a sus amigos», aunque la colección también contiene misivas recibidas por Cicerón) fueron conservadas y editadas por el secretario de Cicerón, Tiro. Las 435 cartas se dividen en dieciséis libros y se agrupan por destinatarios. Abarcan un periodo de veinte años, del 62 al 43 a.C., de suma importancia para la historia de la República romana, que se relata con gran precisión y minuciosidad, y resultan (por la gran diversidad de destinatarios y remitentes) muy variadas, con multitud de perspectivas. Las cartas varían mucho en cuanto a contenido, interés y estilo: hay de índole literaria o política e histórica, referentes a situaciones cruciales en la historia de Roma o en la vida de Cicerón, y otras que son poco más que textos formales. Poseen un interés enorme tanto como retrato de la transición de la República al Imperio como por reflejar la rica cultura y vida privada de su autor; junto con las Cartas a Ático (también publicadas en esta colección) son uno de los exponentes fundamentales de la literatura epistolar en toda la literatura clásica.

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En la gran disyunción entre una historiografía pragmática, analítica, racional y objetiva y una historia moral, simbólica, subjetiva y retórica, Livio pertenece a la segunda. No está exenta la obra de Livio –no podía estarlo una empresa individual de tamaña envergadura– de algunos defectos y carencias. Adolece de ocasionales imprecisiones, a veces no contrasta fuentes diversas y se muestra parcial a favor de posiciones conservadoras. Aun así, constituye uno de los monumentos más impresionantes que se ha levantado a la memoria de un pueblo y de sus virtudes. Este volumen narra la creciente supremacía romana sobre Cartago hasta el triunfo definitivo: fracasa la marcha de Aníbal sobre Roma, Escipión el Africano conquista Cartago Nova, Roma se hace de nuevo con Capua y Tarento y aniquila a Asdrúbal, expulsa a los cartagineses de la península Ibérica, Escipión desembarca en África y vence a Aníbal en Zama.

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La pérdida de la muy completa historia de Macedonia escrita por Pompeyo Trogo fue en buena parte subsanada por el compendio que de ella hizo el historiador romano Justino, muy leído durante la Edad Media como fuente para los reinos helenísticos. El historiador Pompeyo Trogo, de la época de Augusto y nacido en la Galia Narbonense, escribió una historia en cuarenta y cuatro libros, Historias filípicas, dedicada sobre todo a las evoluciones en Macedonia durante el reinado de Filipo II y a las partes del mundo conquistadas por Alejandro. La obra se ha perdido, pero conservamos el epítome que de ella escribió Justino, historiador romano del siglo II o III d.C. El compendio consiste en extractos, al parecer inalterados, unidos mediante resúmenes concisos, y es de suma utilidad para conocer la historia de Macedonia y de los reinos helenísticos. Trogo abordó los más variados temas y disciplinas gracias a sus extensos conocimientos. Escribió obras sobre la naturaleza, animales y plantas, y al parecer fue una fuente de primer orden para la Historia natural de Plinio el Viejo.

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A partir del fragmento «Sueño de Escipión» del tratado ciceroniano Sobre la República, Macrobio analiza con una perspectiva neoplatónica el enigma del alma, sirviéndose de la astronomía y la matemática. La República de Cicerón se perdió casi por completo (mucho después se recuperaría parcialmente gracias a un palimpsesto), pero su parte final, conocida como Somnium Scipionis (Sueño de Escipión), sí se conservó junto con el «Comentario» que de ella hizo Macrobio (siglo IV-V d.C.). Cicerón relata en el texto un sueño de Escipión Emiliano: se le aparece su abuelo Escipión el Africano, quien le revela su destino y el de su país, las recompensas de la virtud en el más allá, la estructura del universo y el lugar del hombre en él. En su «Comentario» Macrobio parte del texto ciceroniano para exponer teorías de índole neoplatónica sobre los sueños, sobre las propiedades místicas de los números, la naturaleza del alma, astronomía y música. Obra encuadrada dentro del enciclopedismo característico de su tiempo, el «Comentario» constituye un puente entre el pensamiento de la Antigüedad y el del Medievo. Sus fuentes directas son Platón, Plotino y Porfirio, pero en el comentario se manifiesta toda la ciencia de la Antigüedad; se inspira en el comentario e Porfirio al Timeo platónico. Y su influencia es abrumadora: aparece en autores como Isidoro de Sevilla, Boecio, el papa Silvestre II, Máximo Planudes, Dante, Boccaccio, Bernat Metge y Cervantes, entre otros. Macrobio es uno de los responsables, por ejemplo, de que entre los geógrafos medievales persistiera la creencia en la esfericidad de la Tierra, idea que tan importante fue, siglos después, para el descubrimiento del Nuevo Mundo. La traducción del «Sueño de Escipión» ya aparece en el volumen de la Biblioteca Clásica Gredos dedicado a Sobre la República de Cicerón, por lo que en éste sólo se incluye el Comentario de Macrobio.

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Fenómenos, tratado de astronomía y meteorología, tuvo gran circulación e influyó a Lucrecio y a Virgilio, entre otros muchos autores latinos, de la Edad Media y el Renacimiento. Arato (Solos, Cilicia, c. 315-c. 240 a.C.) trabajó en la corte macedónica de Antígono II Gónatas, y tal vez estuvo en la corte de Antíoco I en Siria. Escribió varias composiciones, como himnos, epigramas y elegías, pero lo más característico de su producción son los temas científicos. La más célebre de sus obras, y única conservada, los Fenómenos, se ocupa de astronomía y meteorología, y pertenece a la tradición de poesía didáctica que parte de Hesíodo. Tratado claro y de estilo elegante, refleja la formación estoica de Arato, aunque no de modo dogmático. Ofrece gran cantidad de información científica sobre constelaciones, clima y estaciones, pero lo que mantuvo su interés y vigencia son el aliento y convicción que transmiten sus estrofas helenísticas y arcaizantes. Fenómenos tuvo enorme éxito, prestigio e influencia entre alejandrinos y romanos. Influyó de modo manifiesto en De rerum natura de Lucrecio y en Virgilio, y conservamos un gran corpus de comentarios e interpretaciones en griego y en latín. Entre sus varias traducciones al latín figuran las de autores famosos –Cicerón, Germánico, Avieno–; su ascendencia se mantuvo en la Edad Media y en el Renacimiento. El presente volumen se completa con un texto de Gémino de Rodas, astrónomo y matemático del siglo I a.C., Introducción a los Fenómenos, conocida también como El Isagogo. Se trata de un manual de astronomía para estudiantes que describe aspectos como el zodíaco, el movimiento del sol, las constelaciones, la esfera celeste, la sucesión día-noche, las fases de la Luna y los eclipses. La importancia de Gémino se echa de ver en que se bautizara con su nombre un cráter de la Luna.

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Flavio Josefo justifica en su Autobiografía su ingreso en el bando romano tras la revuelta de los judíos. Por su conocimiento y descripción de ambos, ofrece una muy interesante valoración comparada. Josefo (c. 37-38-Roma, 101), historiador judío fariseo, nació unos treinta y cinco años antes de que los romanos destruyeran Jerusalén: en el año 66 estalló la Gran Revuelta Judía, y Josefo fue nombrado comandante en jefe de Galilea. Fue hecho prisionero, pero Vespasiano (a quien el primero pronosticó, con acierto, que él y su hijo Tito llegarían a emperadores) lo liberó, a raíz de lo cual devino Flavio Josefo. Al lado del Estado Mayor romano, pudo observar el resto de una guerra cuya enorme importancia entendió de inmediato. A su término (70) viajó a Roma, donde permanecería desde el 71 hasta su muerte. Fue manumitido y percibió la ciudadanía romana y una pensión anual que le permitió consagrarse a componer la historia de la guerra judía y otras obras. Su Autobiografía está en gran medida dedicada a justificar su paso al bando romano. Este texto breve da algunas noticias de tipo personal –genealogía, educación, primer viaje a Roma, reacción frente a la revuelta judía, relaciones con los emperadores de la dinastía Flavia…–, pero sobre todo se centra en su actuación en Galilea como delegado del gobierno de Jerusalén, para defenderse de ciertos reproches y acusaciones. Sobre la antigüedad de los judíos, aparecida en Roma hacia 93/94 d.C., aspira a ser una historia general del pueblo judío desde la creación del mundo hasta la gran rebelión contra Roma (66 d.C.), que el propio Flavio José narró casi veinte años después en La guerra de los judíos (también en Biblioteca Clásica Gredos). También conocida por el título de Contra Apión (un filólogo alejandrino), constituye una encendida defensa de la religión y las costumbres judías.