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El primer documento antiglobalización de la historia de la Humanidad Tuiavii viajó a Europa a principios del siglo XX y allí descubrió un mundo incomprensible, que no tenía nada que ver con la vida sencilla y despreocupada de los isleños de Samoa. Los samoanos no conocían -ni tampoco necesitaban-el dinero ( el metal redondo), ni los grandes edificios ( canastas de piedra), los cines ( locales de pseudovida), ni periódicos ( los muchos papeles). Tuiavii nunca entendió por qué los Papalagi (que significa los hombres blancos) siempre tienen prisa; o por qué nunca disfrutan de lo que hacen y se pasan el día pensando en lo que harán después: o por qué, con todas las cosas que tienen, todavía quieren tener más. Años después de su visita a Europa, Tuiavii, jefe de Tiavea, escribió estos discursos para convencer a su pueblo de que no se dejara llevar por las falsas comodidades del mundo occidental. Un amigo alemán, Eric Scheurmann, recopiló los textos y los publicó en Occidente. Desde entonces han sido traducidos a muchos idiomas. Tuiavii transmite a través de estos discursos su sencilla sabiduría, con unas descripciones que tienen la ventaja de contemplar desde fuera nuestra civilización. Quizá fuera está la primera vez que se hablaba de antiglobalización. Además, la cultura occidental se convierte aquí en objeto de estudio por parte de un pueblo que no ha perdido el contacto con la naturaleza. Se trata pues de un documento inestimable, además de una obra enormemente divertida.

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Este volumen incluye los escritos que Plutarco (quien fue iniciado en los misterios griegos y egipcios y sacerdote de Apolo del Oráculo de Delfos) dedica a los culto y creencias religiosos. El proverbial espíritu «ilustrado» de Plutarco, manifestado en el estudio riguroso de las más diversas materias y en su concepción de servicio público de sus investigaciones y tratados, no le impidió ocuparse de algunas cuestiones esotéricas relacionadas con el culto y los oráculos; en él, la cultura no está reñida con lo religioso, y fue un iniciado en los misterios griegos y egipcios. Uno de sus tratados más importantes, y uno de sus últimos escritos, es «Sobre Isis y Osiris», que describe los detalles del culto a estas dos divinidades egipcias. Bajo el nombre de Diálogos píticos se agrupan tres tratados («La E de Delfos», «Los oráculos de la Pitia» y «La desaparición de los oráculos») que probablemente fueran escritos mientras el autor estaba al servicio del templo de Apolo en Delfos, y se ocupan de este mundo mágico y oscuro: la evolución de las respuestas oraculares, el rito y el ornato monumental, la decadencia de las sedes oraculares, la ciencia simbólica, la iniciación en la Tradición Primordial… En todos ellos se manifiesta una religiosidad sincera y se efectúa una indagación sobre el sentido de la búsqueda espiritual.

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Los volúmenes de los Carmina Latina Epigraphica, cuya publicación inició, hace ya más de un siglo, Buecheler y continuó Lommatzsch en 1926, recogían todas las inscripciones latinas antiguas escritas en verso conocidas por entonces (unas dos mil trescientas). Es, pues, un corpus de considerables dimensiones en el que, al lado de piezas de escaso o nulo valor literario, encontramos a veces los destellos de la más auténtica inspiración poética o, cuando menos, la chispa rebosante de ingenio, o de sincero dolor, de la musa popular y anónima. Ésos son los textos que para la Biblioteca Clásica ha traducido y anotado Concepción Fernández Martínez, Profesora de la Universidad de Sevilla y colaboradora del proyecto internacional de investigación encargado de poner a disposición de los estudiosos el caudal actualizado de los epígrafes latinos en verso, que se espera que, al menos, duplique el publicado en su día por Buecheler y Lommatzsch.

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La singular figura de Juliano el Apóstata ha sido evocada por autores contemporáneos como Ibsen y Gore Vidal. El emperador romano Flavio Claudio Juliano (360-363 d.C.) fue apodado «el Apóstata» por haber abjurado de la fe cristiana. Educado en ella, se apasionó sin embargo por el clasicismo y los dioses paganos: completó su formación en Éfeso y Atenas, donde ahondó en el neoplatonismo. Una de las periódicas oleadas de matanzas entre aspirantes a César le reportó el mando de la Galia y Britania, y la muerte de Constancio le convirtió en emperador único. En esta capacidad proclamó su paganismo y la tolerancia religiosa general, no sin alguna persecución a los cristianos. Juliano expresó su antipatía por los cristianos en Contra los galileos, del que el piadoso emperador Teodosio II ordenó destruir todas las copias y que habría desaparecido por completo de no ser por los muchos fragmentos que Cirilio de Alejandría citó en su réplica. El estado fragmentario en que nos ha llegado la obra no permite emitir un juicio de valor global sobre ella, pero sí conocer algunos de sus argumentos: critica la cosmogonía y la concepción exclusivista y antropomórfica del judaísmo, y al cristianismo por haber tergiversado al primero. Este volumen se completa con una colección de cartas del emperador, tanto oficiales –órdenes militares, instrucciones a gobernadores y a ciudades– como privadas, y el conjunto de las leyes que promulgó una vez convertido en emperador único: decretos sobre la reapertura de los templos y la devolución de sus bienes, así como sobre impuestos y municipios, administración y ejército.

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Por varias y bien diversas razones, El Satiricón se ha convertido en una de las obras de la literatura antigua latina de mayor actualidad en la época moderna. Por una parte, constituye junto El asno de oro de Apuleyo, el único testimonio de cierta importancia del cultivo del género novelístico entre los romanos. Por otra, es una fuente capital para los estudios del latín vulgar; del latín de cada día, raramente reflejado en los textos literarios, del que surgen las lenguas romances en un lento pero ininterrumpido proceso evolutivo. Además, el picante y desmesurado realismo – a veces verdadero surrealismo – que tiñe muchos pasajes de esta curiosa obra, ha llamado la atención de no pocos críticos y artistas de nuestro tiempo, entre los que habría que citar en primer término – y cómo no – a Federico Fellini. Pero El Satiricón no sólo intriga e interesa por lo que enseña, sino también por lo que oculta. Así, por de pronto, no sabemos ni cuál era el volumen total de la obra, de la que el muy importante del texto conservado no nos da más que algunas partes, ni cuál era el esquema argumental de su conjunto (si es que lo tenía, y no se limitaba a una técnica meramente aditiva del relato); ni estamos seguros, en fin, de quién fue su autor ni de cuándo se escribió. En efecto, aunque resulte bastante verosímil que El Satiricónsea obra del famoso Petronio que brilló en la corte de Nerón como arbiter elegantiarum, hasta el momento en que se despidió de esta vida echándole en cara al tirano todas sus vilezas, subsisten razonables dudas al respecto. Pero por encima de todo, El Satiricón es una de las obras de la literatura antigua con mayor aliciente para el lector moderno. Y ello no sólo por su hilarante visión de los ambientes que retrata, sino también porque -un poco al modo de los tal vez contemporáneos restos arqueológicos de Pompeya- nos permite asomarnos a la vida cotidiana de los pequeños protagonistas de la historia antigua.

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Pausanias recorrió gran parte de la Hélade para darla a conocer en sus características geográficas y su patrimonio cultural. La Descripción es la mejor guía para el viajero ilustrado por la Grecia antigua. La obra de Pausanias (siglo II d.C.) es la mejor guía para el viajero ilustrado por la Grecia antigua. Este viajero y geógrafo griego describe sólo aquello que ha visto con sus propios ojos, y no es poco, porque recorrió gran parte de la Hélade (centro y sur del continente, aunque no las zonas más septentrionales y occidentales) con afán de conocerla a fondo, y registró en sus escritos edificios, obras de arte, monumentos conmemorativos y accidentes geográficos. Pero no se contentó con hacer un inventario de objetos y monumentos espectaculares, sino que acompaña a cada elemento consignado con toda la información que pueda resultar útil para su comprensión cabal: mitos e historias, héroes y hazañas relacionados, etc., en una rica maraña de digresiones y referencias que logra evocar la densidad de la historia y permite entender las ruinas de Grecia. Así surgen con fuerza en la imaginación del lector las grandes ciudades de la antigüedad helena (Atenas, Corinto, Esparta, Olimpo, Delfos, Tebas) con todos sus rasgos geográficos, conjuntos monumentales, edificios públicos, centros sociales y cultuales (santuarios, templos, imágenes de divinidades y de héroes ancestrales…), obras de arte con descripciones de estilos y autores (las pinturas de Polignoto, las estatuas de Mirón, Fidias y Praxíteles), y todo cuanto pueda desear el viajero curioso. El rigor de Pausanias ha quedado atestiguado por centenares de excavaciones arqueológicas modernas, que han demostrado la solidez de sus informaciones topográficas. Si bien el autor no declara la aspiración que le movió a emprender tamaña empresa, pues la Descripción carece de un prólogo programático, hay que imaginar que le impulsó el simple deseo de conocimiento y el encanto de la aventura. El principio conductor es de índole topográfico (lugares y monumentos), y al hilo del desplazamiento, de cada libro dedicado a una región, se enhebran las explicaciones acerca de mitos e historias, cultos y religiones. El planteamiento habitual es referirse primero a la historia y la topografía de las ciudades y después a los cultos religiosos y de la mitología. El libro I está dedicado a Ática y Mégara; el II, a Corinto y Argólide.

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Se recoge aquí la obra aristotélica que nos ha llegado en estado fragmentario, en su mayor parte diálogos dirigidos al público general que muestran aspectos novedosos respecto a los tratados conservados íntegramente. De la ingente producción de Aristóteles son numerosas las obras conservadas, pero también son muchas las que se han perdido y de las que sólo conocemos citas y menciones indirectas. Si las obras conservadas son los tratados filosóficos y científicos ordenados y editados por Andrónico de Rodas en el siglo I a.C., los escritos perdidos se corresponden, por lo general, con las obras dirigidas al gran público («obras de divulgación», diríamos hoy) y, en su mayor parte, estaban redactados en forma de diálogo. Entre estas obras se encontraban, por citar algunos ejemplos, Sobre la filosofía, Sobre las Ideas, Sobre el Bien o el Protréptico. Los diálogos de Aristóteles, literariamente bien cuidados, formalmente bien construidos, le dieron en la Antigüedad fama de escritor elegante. Ya desde el siglo XIX, ha sido considerable el interés y el esfuerzo de los filólogos por recopilar y ordenar los fragmentos del Estagirita, así como por dilucidar hasta qué punto las obras perdidas mostraban a un Aristóteles distinto del que conocemos por los tratados conservados, más cercano a las teorías platónicas o si, por el contrario, reflejan ya un distanciamiento claro de las tesis de su maestro.

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Este volumen contiene una abundante colección de inscripciones epigráficas halladas en monumentos sepulcrales del mundo griego, y ofrece una rica visión de uno de los géneros más sentidos y poco conocidos de toda la literatura antigua. Las inscripciones conservadas en los monumentos sepulcrales constituyen el grupo más numeroso de todo el material epigráfico que nos ha legado la Antigüedad. En los sistemas de acomodación de los muertos, fuera el entierro (directo o en caja o sarcófago) o bien mediante incineración, se introdujo pronto la práctica de dedicar unas palabras conmemorativas de la persona desaparecida, primero en una piedra rudimentaria sobre el túmulo, después en una estela pintada y adornada con decoraciones en relieve, en estatuas y otros objetos. Estos escritos eran epigramas, composiciones de entre uno y ocho versos, sepulcrales, votivas u honoríficas, que tenían como función conmemorativa honrar y conservar la memoria del finado, y asegurar su pervivencia en el recuerdo de los vivos. Este volumen reúne una abundante colección de estos epigramas inscripcionales griegos, que con toda seguridad son reales, y no composiciones literarias ficticias, pues nos han llegado en un monumento sepulcral. Es una selección efectuada a partir de varios miles de textos epigráficos conservados, basada en un criterio tipológico y temático: son representativos de todos los temas y motivos, los más bellos e interesantes desde el punto de vista literario, así como originales. Entre estos epigramas encontramos elogios de difuntos caídos en combate, expresiones de dolor por el muerto, datos biográficos, consolaciones, recordatorios de que la muerte es un destino común de todos, de que la vida es un préstamo que hay que devolver, que la muerte es un sueño eterno y otras reflexiones de la hora postrera. En conjunto reflejan los valores de la sociedad y la posición que en ella ocupaba la persona homenajeada (abundan los epigramas dedicados a médicos, gladiadores, atletas, sacerdotes y otras profesiones y oficios destacados). Sobre todo, ofrecen al lector una rica muestra de uno de los géneros más sentidos de toda la literatura antigua.

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Problemas, uno de los tratados menos estudiados entre los atribuidos a Aristóteles, consiste en un amplio conjunto de preguntas y respuestas acerca de cuestiones médicas, científicas y de la vida cotidiana, que refleja la amplitud de intereses de la escuela peripatética. Los Problemas, cuya autoría es dudosa y podrían ser obra de un Pseudo Aristóteles, son una colección de preguntas y respuestas acerca de cuestiones médicas, científicas y cotidianas; en total, hay casi novecientos problemas distribuidos en treinta y ocho secciones. Se trata de uno de los tratados menos estudiados de entre los atribuidos a Aristóteles, debido sobre todo a su carácter heterogéneo. A las dudas acerca de su origen se suma además una compleja transmisión a lo largo de los siglos, con varios añadidos y adaptaciones; aun así, los Problemas reflejan la universalidad del afán de conocimiento en el Liceo, que alcanzaba a todos los ámbitos y cuestiones. La obra tuvo una notable circulación durante la Edad Media y el Renacimiento, y fue traducida al latín, al árabe y a varias lenguas vernáculas.

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Los volúmenes de los Carmina Latina Epigraphica, cuya publicación inició, hace ya más de un siglo, Buecheler y continuó Lommatzsch en 1926, recogían todas las inscripciones latinas antiguas escritas en verso conocidas por entonces (unas dos mil trescientas). Es, pues, un corpus de considerables dimensiones en el que, al lado de piezas de escaso o nulo valor literario, encontramos a veces los destellos de la más auténtica inspiración poética o, cuando menos, la chispa rebosante de ingenio, o de sincero dolor, de la musa popular y anónima. Ésos son los textos que para la Biblioteca Clásica ha traducido y anotado Concepción Fernández Martínez, Profesora de la Universidad de Sevilla y colaboradora del proyecto internacional de investigación encargado de poner a disposición de los estudiosos el caudal actualizado de los epígrafes latinos en verso, que se espera que, al menos, duplique el publicado en su día por Buecheler y Lommatzsch.