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2012); la terapia de comportamiento dialéctico (Linehan, 1993) habla de este proceso en términos de habilidades de regulación de las emociones. Los estoicos romanos, por el contrario, sostenían que el hombre virtuoso no se ve afectado por sus emociones debido a que las ha erradicado. Para los estoicos, según Agustín, las emociones solo interfieren en la adquisición y el ejercicio de la virtud. Algunas teorías cognitivo-conductuales reflejan el punto de vista de los estoicos, en la medida en que contemplan las emociones como base de las cogniciones y del comportamiento irracional (Ellis, 2004; Beck, 1979)

      Por su parte, Agustín sostiene que las emociones son una parte importante de la persona y de la vida moral. En efecto, contrariamente a los estoicos, Agustín (427/1972) insiste en que algo distintivamente humano falta en nuestras acciones morales si se realizan sin emociones como la compasión (IX.5). No obstante, siguiendo a los aristotélicos, así como a las Escrituras, también mantenemos que las emociones deben ser controladas y entrenadas para evitar que el hombre se convierta en un esclavo de ellas (Agustín, 427/1972, IX.4).

      Basándose en Agustín y Aristóteles, Aquino (1273/1981) dedica una atención significativa a la emoción en su «Tratado de las pasiones», en la Suma (I-II, 22-48). Al igual que Agustín, Aquino sostiene que las capacidades emocionales forman parte importante de nuestra naturaleza humana y son fundamentalmente buenas (I-II, 24.4). No obstante, dependiendo de cómo interactúen con la razón y la voluntad, las emociones pueden ser moralmente buenas o malas. Implican actos, como expresiones de ira, o disposiciones, como la tendencia a la ira (I-II, 24.1). En total, Aquino estudia once emociones diferentes, incluyendo el miedo, la ira y el amor o el deseo, y las virtudes que son necesarias para moderarlas adecuadamente y lograr la realización de la persona (I-II, 23.4).

      Las conclusiones fundamentales de Aquino sobre la bondad de nuestras capacidades emocionales, así como nuestra necesidad de dominarlas, están respaldadas por la experiencia común y clínica. La experiencia humana común demuestra que sentimientos como la ira extrema o la indiferencia completa son perjudiciales para la persona, así como para sus relaciones con los demás. Este es el caso de quienes luchan continuamente contra emociones demasiado intensas o empobrecidas; un objetivo de prácticamente todas las psicoterapias contemporáneas es ayudar a las personas a integrar sus emociones, de modo que puedan alcanzar el bienestar personal (racional y volitivo, y también interpersonal) (Gondreau, 2013, p. 148).

      Recuperando y recurriendo a la sabiduría de Agustín, Aristóteles y Aquino, e incorporando las ideas de la psicología contemporánea, el presente capítulo trata de explicar la relación adecuada entre razón y emoción, así como de aclarar el lugar potencial positivo que tienen las emociones en la vida moral. El Meta-Modelo Cristiano Católico de la Persona sostiene que las capacidades emocionales son inherentemente buenas, ya que constituyen aspectos naturales de la persona (capítulo 2, «Premisas teológicas, filosóficas y psicológicas»). Las capacidades emocionales forman parte de la unidad cuerpo-alma de la persona, que es un don de Dios. Las emociones influyen en toda vida humana, incluyendo la autocomprensión, las relaciones interpersonales, la acción moral, la vida espiritual y la libre búsqueda de objetivos. No obstante, mientras que las capacidades emocionales son inherentemente buenas en el orden de la naturaleza, las emociones particulares se convierten en buenas o malas en función de su moralidad, en función de cómo son evocadas por la razón y la voluntad e interactúan con ellas. Algunas emociones se consideran malas en sí mismas: la desvergüenza, la envidia y la malicia (deseando el mal) (Aristóteles, ca. 350 a. C./1941, 1107a9-19). Entre las emociones que se consideran buenas —en la medida en que se fundamentan en la razón— se incluyen el coraje, la modestia y la templanza. Para contribuir a la realización, las capacidades emocionales de la persona deben estar formadas por virtudes morales.

      Para explicar cómo la persona forma estas virtudes basadas en la emoción y por qué las emociones son significativas en la acción moral, el presente capítulo procede de la siguiente manera. La primera parte define una emoción y la distingue del temperamento y los estados de ánimo, y la segunda examina el papel de las emociones en la acción moral y en la vida espiritual, siempre bajo el Meta-Modelo y comparándolo con enfoques reduccionistas. Las secciones tres y cuatro estudian la relación entre las emociones y las influencias ascendentes —de abajo arriba— y descendentes —de arriba abajo—. En el quinto apartado examinaremos el grado de responsabilidad moral de las personas producido por sus emociones, mientras que en las secciones finales analizaremos cómo las capacidades emocionales se forman mediante la virtud, o pueden quedar deformadas debido a los vicios, así como las virtudes basadas en las emociones pueden transformar o sanar los vicios.

      ¿EN QUÉ CONSISTE UNA EMOCIÓN?

      Cualquier intento de integrar los conocimientos teológicos, filosóficos o psicológicos en relación con las capacidades emocionales se encuentra inmediatamente con un obstáculo importante en los aspectos relativos al lenguaje.

      Thomas Dixon (2003) señala que la palabra «emoción» no fue predominante hasta los siglos XVIII y XIX, cuando se convirtió en una palabra y categoría popular en los escritos psicológicos. Antes de ese período, los fenómenos que ahora se denominan comúnmente emociones se estudiaban en términos de pasiones, afectos o sentimientos (Dixon, 2003). Los intentos iniciales de vincular la emoción, tal y como la trata Aquino, con la psicología moderna, se encuentran en las obras de Magda Arnold y Robert Edward Brennan (Arnold, 1960; Brennan, 1941; véase también Shields y Kappas, 2006).

      Aquino (1273/1981) se refiere a los movimientos del afecto sensorial (apetito sensorial), que frecuentemente llama pasiones. Asimismo, los distingue de los afectos del intelecto (apetito intelectual), a los que llama voluntad (III, 15.4 y I-II 22.3; véase también Lombardo, 2011, pp. 75-77). Juan de Damasco (ca. 745/1958) define una pasión como sigue:

      Un movimiento de la facultad apetitiva [capacidad afectiva] que se percibe como resultado de una impresión sensorial del bien o del mal. También puede definirse de otra manera: la pasión es un movimiento irracional del alma debido a una impresión del bien o del mal (II.22).

      Aquino (1273/1981) afirma que el movimiento de las capacidades afectivas sensoriales va siempre acompañado de un cambio corporal (I-II, 22.2 ad 3). Así, cuando uno experimenta miedo o ira, el corazón puede acelerarse o las manos temblar. Estos cambios corporales están relacionados más propiamente con los afectos del apetito sensorial que con los afectos relacionados con la voluntad, y también pueden ser más evidentes en el caso de las pasiones (Aquino, 1273/1981, I-II, 22.3; Lombardo, 2011, pp. 75-77; Miner, 2009, p. 35). No obstante, los afectos de la voluntad también se acompañan de algún cambio corporal, al menos a nivel neurológico, debido a que las personas constituimos una unidad de cuerpo y alma (Aquino, 1273/1981, I-II, 22.1). Propiamente hablando, solo Dios y los ángeles, que no tienen cuerpos físicos, pueden experimentar afectos, como la ira, sin algún cambio corporal (Aquino, 1273/1981, I, 82.5 ad 1; I-II, 22.1 y 22.3; Siegel, 2012, §AI-27). Aunque son distintos, los afectos intelectuales (voluntad, intención, elección) y los afectos sensoriales (pasiones) no están completamente desconectados. Aquino (1273/1981) señala que los afectos de la voluntad se desbordan frecuentemente en el apetito de los sentidos y excitan pasiones, como la alegría de la contemplación, que se desborda para aliviar la pena (I-II, 38.4 ad 3 y 77.6; Lombardo, 2011, pp. 89-93) o la alegría de comprender la pena bajo el contexto de un nuevo significado (Frankl, 1959).

      Esta categoría más moderna de emoción es más amplia y difícil de definir que la pasión o el afecto en el pensamiento de Aquino. Dixon (2003) observa de forma pesimista que «una excesiva inclusión de la “emoción” ha hecho imposible la existencia de un consenso sobre lo que constituye una emoción» (p. 246). Esta dificultad para reducir el significado del término «emoción» se ha visto exacerbada por el hecho de que el interés por las emociones se ha extendido más allá de la religión, la filosofía y la psicología, para alcanzar otros campos como la neurociencia y el derecho.

      A pesar de este desafío, la palabra emoción sigue siendo útil, en particular en este trabajo de integración (Damasio, 1994). Tal y como hemos mencionado, el término se utiliza en múltiples disciplinas y es lo suficientemente amplio como para incluir la pasión y el afecto. Por tanto, todas las pasiones que Aristóteles

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